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Tierras Altas

Los tres relatos ganadores del Concurso Literario Abel Hernández

El I Concurso Literario Abel Hernández, organizado por la asociación cultural de Sarnago, ha recibido 359 obras. Y entre ellas el jurado ha elegido tres como las mejores. Puede leerlas a continuación.

AL OTRO LADO DEL CRISTAL, de Rafael de la Torre Velasco

Pasaba las horas sentado junto a la ventana. Con ojos vidriosos y apagados miraba sin ver la avenida inundada de coches y personas. Las tardes le resultaban tan aburridas y monótonas que el sopor y la somnolencia le hacían dar violentas cabezadas en el sillón hasta que llegaba la hora de cenar.
Hacía unos cuantos años que un inexorable proceso de despoblación vació su pueblo, situado en las Tierras Altas de Soria, hasta que solo quedaron tres habitantes. Entonces murió su mujer.
«No se puede quedar aquí solo, padre». Se trasladó a la ciudad y desde entonces sentía que su vida se había convertido en un sinsentido, con un futuro oscuro y un presente tedioso y anodino. Transitaba una existencia en la que solo el pasado y sus recuerdos le permitían soportar el dolor de tanta pérdida.
Miraba por la ventana y donde había una gran avenida, bien asfaltada y flanqueada por enormes bloques de viviendas, él veía las callejas de su pueblo, su pavimento empedrado y las modestas pero sólidas viviendas construidas con piedra. Donde había centenares de coches que apenas se movían, él veía un rebaño de ovejas avanzando como un manto de lana serpenteante por las callejas moteadas de sirle.
Donde había sonidos estridentes de frenazos y bocinazos de coches, él escuchaba los balidos de las ovejas, los silbidos del pastor y el ladrido de sus perros…
Su nieta entró emocionada. «¿Has visto cómo nieva, abuelo?»
«Sí -contestó él- hoy lo van a tener más difícil para encontrar comida en el raso. Pero no te creas, que se apañarán para hociquear en la nieve y encontrar el pasto. No volverán a la majada con el estómago vacío, no».
Y su nieta pensó que quizás sus padres tuviesen razón: «el abuelo está perdiendo la cabeza».

El ÚLTIMO PASTOR, de Faustino Tejedor Caminero 

El montón de piedras señalaba el lugar donde había estado la tenada de Eutimio, quien notó una gota de rocío atravesando sus pestañas y pensó que sería por el cierzo que se colaba desde el cerro, aunque en el fondo sabía que era su nostalgia atrapada en aquellas tierras altas y desola-das.
Por entonces, tenía un sueño recurrente: sus pies echaban raíces en el suelo y era hombre y era árbol, era monte y era tierra.
Su hija lo había llevado a la aldea desde la residencia de San Pedro Manrique y fue ella, Espe-ranza, la que lo sacó de su ensimismamiento:
—Padre, dice la Diputación que van a traer rebaños de ovejas bomberas, con sus pastores y todo, y arreglarán cuatro casas del pueblo para que se vengan a vivir con sus familias. Todo volverá a renacer, padre.
—Ese cuento—dijo Eutimio—lo escuché muchas veces. Tuve que dejarlo, malvendí los lechazos, ordeñé para nada, y el queso... nunca llegó la denominación de origen que prometieron en los ochenta. No hija, no pierdas el tiempo soñando...—Entraba el viejo pastor en un trance melan-cólico: por su cabeza avanzaba el ondulante rebaño hacia los pastos, monte arriba, acercándolo al cielo.
—¿En qué soñarán los niños del futuro? —dijo de repente, — y añadió:
—Habrán perdido sus raíces, puede que sean androides que sueñan con ovejas mecánicas, ¡y la leche de su desayuno será aceite sintético! —Rio con tristeza.
—Padre, no digas bobadas—a Esperanza le preocupaba aquel desvarío.
Eutimio apartó su rostro de los ojos escrutadores de su hija, no quería que lo viese llorar y, cuan-do se apaciguó, le dijo:
—Esperanza... ¡llévame a mi casa!

TIEMPOS MODERNOS, de José Ángel Casas Barrigón

En estos tiempos todo se ha modernizado; el pastoreo también. Padre, si estuvieras aquí no lo creerías. Ahora apenas suben ovejas a la sierra y el pastor ya no duerme en el chiquero como hacíamos antes, con un ojo cerrado y el otro abierto para vigilar al lobo.
Hasta las nieves ya no son lo que eran. Entonces había días enteros en el que el ganado perma-necía encerrado en el corral y tocaba podar algunas ramas de encina para que comieran las ho-jas. Y las botas caladas recibían su descanso a la noche, junto al tímido calor de los rescoldos.
El fuego siempre fue el mejor aliado del pastor para combatir el invierno. Cuántas veces contaste del frío de dormir en el chiquero que te cobró las uñas de unos pies siempre helados. Un peaje escaso, ahora que lo pienso, recordando aquellos duros inviernos. Pero no había nada más re-confortante que cuidar del ganado. Tanto lo querías que no eras capaz de matar un cordero cuando llegaba alguna fiesta. Para ello siempre recurriste al tío.
El oficio de pastor es otra cosa. Ahora muchos pastorean con todo-terrenos y duermen en casa, y se quejan del lobo sin darse cuenta de que la peor dentellada la da el paso del tiempo. Es más paciente y muerde la vida con más ganas. Si estuvieras aquí se lo dirías a los que protestan. Te quitaron las ovejas por el bien de tu salud y aquel día te moriste en vida. Pero no todo está perdido en estos tiempos modernos. Al menos por aquí. Ayer vi al Braulio subiendo las ovejas por el camino de la majada. Le di una voz y él levantó el cayado al cielo, sin pararse en su camino. Fue suficiente para decirme que todo iba bien.

 

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