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TRIBUNA / Un homenaje sin más

Ángel Coronado, en época de homenajes a Antonio Machado, realiza su propio reconocimiento, que pasa por trazar el camino de la lectura de los libros del poeta universal.

TRIBUNA / Un homenaje sin más

Se multiplican en estos días los homenajes a Machado. Es natural. Es imposible olvidarlo y es imposible también recordarle por todos los que le recordamos de idéntica manera. Se multiplican, pues, en estos días, cosas diferentes en torno al poeta. Ni todos son homenajes ni todos son recuerdos ni todos hacen lo mismo ni por lo mismo ni para lo mismo. No es posible saber siquiera lo que pudiese ser eso a lo que nos estamos refiriendo, eso mismo de lo que hablamos sin poder evitar (cosa que por otra parte no queremos) que ya, solo con estas letras, estemos realizando sin más una especie de homenaje. Los que le huyen llevan ese fuego en la mochila. Y en la nuestra llevamos ese algo aunque haya quien por no llevar, no lleve ni mochila.

Antonio Machado, como cualquier persona que ya vivió, hubo de nacer un día, el primero de sus días, vivir el tiempo que pudo ser y dejar de hacerlo después, otro día igual en el que amaneció para unas horas después anochecer. Y entre toda la ingente muchedumbre de las personas que ya vivieron, solo algunas, solo restos. muy pocas a su lado, muy pocos restos, se recuerdan tanto como cualquier día de los que todavía vemos los vivos, y especialmente los días que ahora estamos viviendo, se recuerdan esos restos, los de Machado, los de un hombre que se llamaba Antonio hasta que otro, otro día, dejó de ser, dejó también de llamarse porque nadie, desde entonces le ha podido llamar. De una parte eso, unos restos de los cuales es imposible acordarse. Imposible desmentir su simple condición de cenizas. Y de otra…Bueno, ahí están sus libros, ahí está su nombre y ahí está su apellido.

Y ante esta dificultad insuperable solo cabe abrir esos libros. Lo demás es bien poca cosa. Lo más curioso es que tal poca cosa viene a magnificarse y a engordar como una pelota de nieve acerca de la cual no queremos decir nada más que se trata de una cosa que crece y crece sin más que rodar. De ahí lo de la pelota de nieve. Y solo cabe salir a jugar con la nieve y hacer un muñeco dejando los libros, todos los libros en casa.

Al multiplicarse por estos días los homenajes a Machado y no poder estar en todos, no por nada sino porque ya vale uno, que bien podría no valer a cambio de quedarse en casa leyendo, y que de valer solo vale para dejar un rato ese libro, es preciso elegir. Lo más curioso es que optemos por dejar salir el tren hacia Colliure. Es por eso principalmente, además de ser curioso, que sin salir prácticamente de casa se puede ir al Espino a visitar otras cenizas, las de Leonor, Soria misma.

Iré al Espino, y además con un libro y además sin abrirlo porque si lo abro me siento y si me siento abandono el Espino para sentarme en mi casa y no quiero abandonar el Espino durante un rato pensando en eso, eso mismo de lo que hablamos sin poder evitar (cosa que por otra parte no queremos) que ya, solo con estas letras, estemos realizando sin más una especie de homenaje.

Y de pronto cierro el libro de Machado y me quedo sin libro porque olvidé traerme otro de Quevedo. Otro verso de Quevedo. Un soneto, la última estrofa de un soneto de la que me acuerdo porque no quiero se olvide como tanto Machado y Quevedo se olvidó. Sin importar nada el resto (que bien siga  estando donde bien está), ésta última se refiere a eso, a cenizas. Dice así:

“El cuerpo dejarán, no su cuidado

Serán cenizas, mas tendrá sentido

Polvo serán, mas polvo enamorado”

 

Fdo: Ángel Coronado

   

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