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El canto a las Ánimas resurge medio siglo después en Quintanilla de Tres Barrios

Cincuenta y tres años han transcurrido desde la última escenificación. El canto de las ánimas tuvo su protagonismo en Quintanilla de Tres Barrios en el contexto de una tradición que llegó a englobar eventos de diversa índole.

Crónica de Leopoldo Torre García

La noche de todos los Santos

Bajo el telón de las tinieblas las calles desiertas se convertían en una atmósfera de tintes tenebristas y quedaban a merced de los espíritus, del temor inculcado y la concentración en el hogar. Las almas flotaban en el ambiente de la oscuridad y nadie se atrevía a moverse de la casa, con todo el séquito familiar dentro para celebrar la efeméride. Una de las calendas en las que la ligazón genealógica congregaba a todos los miembros de la familia en torno a la mesa y pasar la noche juntos. 

En semejante trance se hallaban cuando el grupo de mozos llegaba a la puerta de las casas a cantar y rezar por las ánimas del purgatorio. En tiempos prolíferos de hogares abiertos el grupo se dividía en dos para apremiar la encomienda. Alforja al hombro, la comitiva llegaba a la puerta y  daba unos toques de campanilla para avisar de su presencia. Se asomaba el cabeza de familia y se le preguntaba si quería que se cantase o solamente rezar (ocurría en supuestos de una muerte reciente).

En el interior y exterior pausaba un silencio sepulcral, roto cuando el grupo de mozos entonaba la canción. Notas melancólicas, tétricas, fúnebres, las que brotaban de sus gargantas y compungían el espectro de la noche:

Almas si queréis gozar                                                                                                                           

del divino consistorio,                                                                                                                   

 dad limosna por sacar,                                                                                                              

ánimas del purgatorio.

Si a tu padre o madre viereis,                                                                                                             

 en vivas llamas arder,                                                                                                                     

que daríais por sacarles                                                                                                                              

y no verles padecer.

Por las pobrecitas almas,                                                                                                              

 todos debemos rogar,                                                                                                            

que las saque Dios de penas,                                                                                                                   

y las lleve a descansar.                                                                                                                   

Ánimas del Purgatorio.

Seguía un Padrenuestro, un Ave María y una breve alocución a las almas y los pecados. Al finalizar se abría la puerta y el cabeza de familia hacía entrega de un donativo en especie, que con el paso de los años solía ser en metálico. La alforja como receptora de la colecta. Cuando los dos grupos acababan el recorrido por todas las casas se trasladaban a la puerta de la iglesia. Aquí volvían a entonar la canción y la oración y ponían punto y final a su intervención.  

En la recuperación de la costumbre ha cambiado el ancestral escenario. De rezar en cada casa a hacerlo exclusivamente en la puerta de la iglesia. La mengua de hogares abiertos donde escenificar el acto  y la colaboración exclusiva de los hombres modifica el modus operandi. Tampoco se precisó la alforja para recoger la donación. Nada de ello supuso ofuscar la satisfacción de haber vuelto a recobrar una parte del eslabón de un acto tan contrito como éste. En el interior de la iglesia se congregaron cuantos quisieron rememorar la costumbre. En el portalillo lo harían los cantores, emulando la misma natural costumbre. La iglesia por las casas.

La noche de los Santos tenía su ligazón con el posterior día de los difuntos. En las casas, donde el amplio séquito de los miembros familiares pasaba la noche, se preparaban para honrar la memoria de sus difuntos. En la misa, la Cofradía repartía a los cabezas de familia velas que mantenían encendidas durante la ceremonia, sentida y profunda por sus seres queridos.

La organización de los mozos

El grupo de mozos desempeño un papel básico y fundamental en la mayoría de costumbres y tradiciones del pueblo. Tenían unas normas forjadas para su función. Y establecido un organigrama: alcalde, teniente alcalde y aguaciles que entraban y salían durante un periodo de tiempo establecido. Para formar parte de esta organización había de tener cumplidos dieciséis años. Entre las costumbres, el mozo entrante tenía que pagar la cuartilla, cuatro litros de vino, que con alguno más serviría para hacer una merienda. Debía someterse a una prueba de hombría que resultaba ser un tanto burda, vinculada a la virilidad, y pasar a tomar el cargo de alguacil. La cuantía de miembros solía llegar a las tres decenas.   

Eran los protagonistas de costumbres variadas: la pingada del mayo, los carnavales, enramar a las mozas por San Juan, las fiestas patronales,... y  el entramado de acciones en torno a los Santos.

Dos días intensos especialmente para ellos, en los que también el resto de la población sentía los latidos. La celebración comenzaba la noche del último día de octubre, cuando se corría la machorra, una oveja no preñada a la que se le daba rienda suelta por las calles tras la que corrían mozos y chicos para que no se desviara de su camino. Difícil tarea de contención porque el animal, más ágil que sus perseguidores, solía tomarse la libertar de someter al gentío a una larga caminata por el campo.                

Una vez atrapada, casi sin tiempo para relajarse de la carrera, el animal era sacrificado por los propios mozos. Su carne servía para alimentar a la cuadrilla durante los dos días siguientes. Solos, como frailes en su convento, comían y dormían bajo el mismo techo, en la misma morada. Hacían los guisos con la carne del animal, lo que les daban en las casas y la verdura que se terciase que pudieran pispar por el campo. Algo parecido a las sociedades gastronómicas vascas, pero más rústico y de bastante menor de etiqueta. Pero con apetito todo sabía a gloria bendita.

Un par de decenas, o más, de comensales en la misma mesa daba para mucho que hablar y algo menos que comer. Si bien la experiencia de participar en estas jornadas de hermandad, en concordia, en las que el vino y el machismo resudaba por los cuatro costados, hasta subirles la bilirrubina, era un satisfacción. Tiempos en los que cualquier acontecimiento, del cariz que fuese, se celebraba intensamente, con pasión.

Actualmente, como memorando a esta tradición, tiene lugar una cena el último día del mes de octubre, en la que concurre un elevado número de comensales. Precedida por la innovación o implantación de un importado Halloween, en la que la escenografía ha cambiado el decorado. Un taller de calabazas, pintar las caras y recoger caramelos por las casas con el disfraz correspondiente. Que por mucho miedo escénico que impongan no supera el de aquellos años en los que la aprensión inculcada bloqueaba la realidad mental.    

 

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