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CARTA AL DIRECTOR/ La Junta y el emperador

Un fiel católico de El Burgo de Osma reflexiona en esta carta al director sobre las nuevas restricciones por el coronavirus que limitan el aforo de los templos a 25 personas. 

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CARTA AL DIRECTOR/ La Junta y el emperador
Doce del mediodía y casi cero grados en el Burgo de Osma. Es 17 de enero de 2021. Es domingo. En el aire de la mañana aún vibra el repicar de las campanas de la iglesia del Carmen. La espadaña del templo se recorta contra un cielo azul inmaculado y un poco más allá el sol hace resplandecer la alta torre blanca de la catedral.

Algunos burgenses pasean cerca del río Ucero, despreocupados, hasta que algo llama su atención: una docena de personas están paradas de pie, rodeadas de frío y de silencio, ante las puertas de la iglesia del
Carmen. Una señora se incorpora al grupo, situándose a una distancia prudencial del resto.
Los paseantes se encuentran ya justo enfrente de la fachada del santuario. Un rumor llega a sus oídos. Procede de un altavoz anclado a la fachada y de la gente que está en la plaza.
Entonces caen en la cuenta: ¡Están rezando! ¡Están en Misa!
Este párrafo podría dar comienzo a una novela épica, pero no se trata de una obra literaria, es la crónica de la realidad a la que se enfrentan cientos de miles de católicos de Castilla y León en este domingo 17 de enero de 2021.

La decisión de la Junta de limitar el aforo de las iglesias a veinticinco personas ―independientemente del tamaño del templo― ha dejado iglesias vacías y, en la calle, fieles que han desafiado las temperaturas invernales para asistir a misa y recibir la comunión al aire libre. El resto de los católicos se ha visto obligado a quedarse en casa. En efecto, esta medida de la Junta, supone en la práctica suspender el derecho a la libertad de culto (art. 16, 1º de nuestra Constitución).
No es una novela, pero la crónica eclesial de estos meses de pandemia ha estado llena de épica. La épica de los cientos de miles de católicos que han cuidado al máximo la higiene de las iglesias, que han vigilado que se respetaran los aforos máximos, que han contribuido, con sus personas y bienes, al enorme esfuerzo de Cáritas y de otras instituciones católicas en estos momentos difíciles. La épica de los obispos, que, entre lágrimas, decidieron cerrar voluntariamente las iglesias en un admirable ejercicio de responsabilidad.
Habría cientos de ejemplos más del comportamiento épico de la Iglesia durante estos meses de pandemia. Y es que no hay nadie más fiel a las autoridades legítimas que un católico: en la época de las grandes persecuciones, cuando los emperadores romanos mandaban encarcelar, matar o torturar a los cristianos por el simple hecho de serlo, la Iglesia rezaba por los emperadores y el bien del Imperio. La Iglesia rezaba por sus asesinos y respetaba al emperador, pero los cristianos nunca renunciaron a su deber y su derecho de asistir a Misa: sin la Misa no hay Iglesia ni hay vida eterna.
Por eso, ante esta medida, que le impide en la práctica ir a Misa, cualquier católico podría pensar que el gobierno de Castilla y León paga la lealtad escrupulosa de los meses de pandemia con una injusta bofetada; y bien podría responder, como Jesús ante los jueces del Sanedrín: "Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?2 (Jn 18, 23).

Fdo: José Antonio García Izquierdo

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