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TRIBUNA / Pegasus

Ángel Coronado incide en este artículo de opinión sobre la complejidad de las leyes, que en ocasiones parece que da cobijo a quien la infringue, ya sea en España o en Soria.

TRIBUNA / Pegasus

Robles no se escuda en la ley, según reza el título de un artículo que leo en el periódico “Público” del 21 de abril del año de gracia de 2022 (“Robles se escuda en la ley para evitar responder si el CNI espió con Pegasus a los independentistas”, reza) sino que la ley se escuda en nosotros para que, presuntamente (o como parece ser opina un periodista sagaz), se diga que lo hacemos nosotros, en este caso Robles. Y digo esto porque una ley nunca puede ser un escudo ni hacer las veces del mismo, sino que al revés, la ley es un arma de ataque y no un escondrijo de defensa. Puede que tal cosa ocurra o haya ocurrido alguna vez, pero de inmediato esa ley estaría condenada a cadena perpetua o muerte, dependiendo del lugar o del país en que tal hecho se diese. En nuestra patria, muerte no, pero cadena casi perpetua sí.

Eso es cierto. Tan cierto como que dos más dos son cuatro, pero también lo es que hay veces que la ley es tan liosa y el presunto escaqueo en ella tan propio de un experto malabar o hábil prestidigitador, que se hace difícil saber si éste manga impune o es la manga de la ley un poco ancha, compleja, tipo laberinto de revuelta madeja. O también, lo que ya sería el colmo, las dos cosas a la vez y bien revueltas una con otra.

Los ejemplos podrían multiplicarse como las florecillas de fray Angélico. A nosotros nos gustaría un ejemplo de por aquí, de por Soria o de cualquier pueblecito de su provincia, aunque tampoco estaría mal, más que nada como punto de referencia o comparación, echar un vistazo fuera. Más que nada porque a cada uno le parece que los asuntos de su casa son los más importantes del mundo. Y además de casero, si tuviese repercusiones mundiales, miel sobre hojuelas, como suele decirse. O mejor que mejor, o incluso, que suele decirse también eso de que nunca es tarde si la dicha es buena, suponiendo claro está que hubiese dicha en todo esto, porque habiendo dicha sería buena, que la dicha desdichada no puede ser y además es imposible.

Que la cuestión del Cerro de los Moros o la del Cerro del Castillo sea dichosa o desdichada, no es cuestión que se quiera traer aquí tampoco. Lo que digo es que la ley se puede escudar en quien la infringe siempre que quien la escriba sea el mismo, o amigo. Por ejemplo, que datos de la historia medieval de Soria ocultos en los restos de su muralla hayan podido desaparecer recientemente, no es cuestión que se quiera traer aquí. Lo que digo es que la ley se puede poner al servicio de quien la infringe siempre que quien la dicta sea ese (o amigo) del infractor.

Y otra cosa que ya viene sola: para tener amigos no hay nada como dictar leyes. Y sobre todo, lo que si quisiera traer aquí es que el infractor de una ley de las que mereciesen castigo sin que tal castigo acaeciese, ni es infractor ni nada por el estilo aunque pudiese parecerlo.

Por eso digo, y lo hago sin más, que ni Robles ni nuestro alcalde infringen leyes. Eso sí, al menos Martínez es de hecho absolutamente indiferente a que alguien pueda pensar que es insolentemente mentiroso, pero nadie puede decir que miente ni pierde ningún derecho para que quien así lo considere le conceda el privilegio de una presunción de purísima inocencia. Es inerte como un madero ante la posibilidad de que alguien piense que se entiende bajo cuerda con quien más le conviene antes de pensarlo dos veces, pero nadie puede decir que lo haga de facto ni que no se muestre sonriente castañuelo para quien pensare que todo lo contrario. Se nos muestra insensible a la poesía en general y en concreto a la de Don Antonio, a la botánica, a las ciencias naturales en su inmensa mayoría y a bastantes ciencias humanas como la arqueología, sociología, etc., y absolutamente refractario a la filosofía en particular y desde luego a la de Don Antonio, con respecto al cual se nos muestra presunta y profundamente desconocedor aunque nadie pueda decir que no sepa el color del lomo de alguno de sus libros ni que deje siempre abierta la posibilidad de que alguien crea que ha traducido el romance de Alvar González del castellano al chino y al noruego a la vez y antes de haberse doctorado en los paseos del poeta con Leonor, del brazo, desde San Polo a San Saturio, y al revés, mirando a los cerros, a los chopos y al propio río. Sin embargo resiliente, descarbonizador y sostenible se deja presumir a tope y ante cualquiera aunque haya, insensibles a esos cantos de sirena como yo, multitudes, y en otro orden de cosas, es de hecho absolutamente insensible y se nos muestra completamente anestesiado ante la posibilidad de ahorrarnos algunas sospechas, sospechas que se nos quedan heladas entre los dientes antes de ser pronunciadas porque nadie puede decir que haya componendas horribles, horrendas, ni entre Robles y Pegasus según parece que se dice cuando solo se dice que Robles se escuda en la ley, ni entre Martínez y amigotes.

¿Pegasus?

¡¡Sí, Pegasus!!

Pegasus no es nada, Pegasus no es nadie. Eso sí, solo sirve para que a la chita callando, presuntamente y con sumo cuidado se presuma que… Eso sí. Robles y Martínez bien callados aunque largando y esperando, no sea que nadie pueda presumir que si esto y que si aquello, y por eso se presume, porque yo presumo, y a ver quién no, porque ¡vamos!, que si Martínez cantase no sería Martínez. ¿Te lo imaginas? Te imaginas a Martínez cantando!

Yo sí

Yo no

Yo qué sé

Yo sé que sí

Yo sé que no. Que yo me voy.

Ahora canto yo. Lorca y Machado. Poeta en Nueva York. Y así pasó. Que Manhattan se pobló. Rascacielos de Lorca. Poeta en Nueva York. Y Don Antonio por Soria. Paseando con Leonor. A los cerros de Soria. Yo sé que sí. Yo sé que no.

Rasgando la guitarra eléctrica. Yo me lo imagino-

Y a los indios de Manhattan, ¿quién los engañó?

Esa es otra historia, tontolino, que ni Robles ni Martínez ni Antonio ni Lorca ni tú ni yo habíamos nacido por entonces. Tontolino. 

Fdo: Ángel Coronado

 

 

 

 

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