TRIBUNA / Los pretendientes
Ángel Coronado nos traslada en el tiempo para ambientar, en tiempos de Homero, los pretendientes/propietarios del Cerro de los Moros.
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TRIBUNA / Los pretendientes
¡Tan lejano y a la vez tan actual! Homero, viejo amigo. Encuentro casual entre viejos amigos.
¡Hombre, Homero!, me alegra verte. Te veo bien. Algo vejetes ya, pero vamos tirando. Las áureas calendas no perdonan, el calendario que se dice ahora. ¿Cómo por aquí?
Homero, gratamente sorprendido. ¡Pero cómo! Igual te digo. ¡Cuánto tiempo! Hace tanto… tanto…, pero me acuerdo de ti…, mi amigo (Homero es buen amigo).
Vivo en Soria pero vengo mucho por Grecia, Roma y El Peloponeso. Turismo, tío. Como si un día de fiesta por El Collado en Soria, Hispania, pero turista, desconocido, ciudadano del mundo, por Grecia. En Grecia y contigo ahora, viejo amigo.
Pasan los saludos, qué alegría. Charlamos como cotorras. Una ronda y otra, comemos, bebemos… Oye, por cierto, volviendo a eso de La Odisea, fascinante, pero hay algo que…
Hombre, Fulano, dime, dime. Por cierto, ¿no será, por ventura (Homero es muy suyo, escribiendo y hablando), algo acerca del canto XXII? Por Júpiter que tengo ese canto atravesado como una piedra gorda en el camino
Precisamente, del canto XXII se trata. No me cuadra. Y Homero asiente. Es un hombre sincero. Le aprecio, pero es que de lo de Troya se ha dicho tanto que no hay forma.
Mira, me dice Homero, de lo de Troya se ha dicho tanto que no hay forma. Si te pones a charlotear puedes decir lo que quieras, pero amigo, si coges la pluma como la he cogido yo (que no la suelto), solo puedes decir lo que escribes, porque si escribieses lo que dices, ay, todavía estarías escribiendo y, entre otras cosas, no habría venido aquí, no habría podido verte, no habría perdido saber lo que no te cuadra de mi canto XXII, ni por ende (Homero es muy redicho, del amanecer dice la dama de los rosados dedos, y a mí me gusta, y también otras cosas que dice me gustan), ni por ende, decía, por si acaso coincidiésemos, con lo que tampoco me cuadra del todo a mí.
No me cuadra, le dije, porque me parece que pegas un trozo de la otra en ésta.
De cuál, me pregunta Homero, porque no suelto la pluma y me hago un lío entre lo que digo y lo que escribo. No me hablarás de la de Aquiles, de la furia, la guerra, la hecatombe, la venganza y la masacre. No me hablarás de la de Troya.
Justo, de la de Troya, de esa te hablo. Porque de la otra, la de los pretendientes…, me gustaría decirte algo pero no puedo. Este vinillo…, no me deja...
¿Qué no puedes? Anda, Fulano, dímelo. Que me muero (Homero, retórico, ha soplado también de la botella), que me muero por saberlo.
Para que no te mueras te lo diré, contesto. Mira (lo de “mira” es un decir. Homero, dicen, es ciego), mira Homero, como bien sabes, Ulises, qué podría decirte sobre Ulises (a veces, la retórica también me pierde, aunque a Homero le digo lo que quiero. Tengo confianza), Ulises tiene chispa, pero de Ulises al otro, Aquiles, la divina distancia es anchurosa. Y lo sabes. Ulises no es capaz de matar a los pretendientes como cantas en el XXII. Te pasas tres pueblos. Y luego vas y cierras la Odisea, cierras la Odisea con la espada de Troya, furia tremenda, y nos haces un lío a todos. Cuando cojo tu novela y la voy terminando la dejo en el canto XXI y no sigo.
Pero no pasó nada, porque seguimos charlando y tan amigos y nos despedimos cantando. Es el vinillo. Me vuelvo para Hispania. Pasa el tiempo.
En Soria y en día de fiesta y soleado paseando por El Collado, que te lo digo en serio, pasado el Casino de la Amistad, mira tú que sueño, que me cruzo de nuevo con Homero en sueños y casi me despierto, que me saluda, que le saludo, que nos saludamos. Este mundo es un pañuelo y el Mare Nostrum un charco. Que si ¡hombre! Que si ¡Homero! Que si me alegra de nuevo verte. ¡Parece que fue ayer! Te encuentro bien. Me alegro. Te alegras. Y yo también. Nos alegramos, justo enfrente de la Nueva York, pasadas Las Heras y enfrente de la peletería, bajo los soportales.
Y como le contesto lo de cómo por aquí y lo de algo más vejetes y demás, me remito al principio del cuento para no perder el tiempo. Hoy es oro molido. Aquí y en El Peloponeso.
Pero lo más interesante del sueño resulta ser que Homero va y me dice: Oye, Fulano, he captado chismorreos sobre unos propietarios de no sé qué Cerro. Cuéntame, cuéntame.
Y como me muero de curiosidad por saber lo que este buen amigo mío ha escuchado chismorrear en este día de fiesta, soleado, paseando por El Collado, Soria, Hispania, acerca del caso del Cerro de los Moros, muerto de curiosidad también, le digo que, por favor, que me cuente primero, que ya le contaré yo. Y me remito a regiones anteriores del cuento éste, a cuando eso de que me muero por saberlo, que a veces a mí la retórica también me pierde, sobre todo en sueños, y es preciso reconocerlo, es entonces cuando la furia del deseo se apodera de mí.
Y Homero me dice que no puede, pero que me lo dirá para evitar que muera, buen amigo, buen amigo. Y las cuatro copas. El vinillo de la Ribera (Homero prefiere Rioja, pero da igual)
Mira, me dice. Siempre reparo en lo que dices, pero luego hago lo que me da la gana, y a veces me da la gana de hacer lo que me dices. He borrado de un plumazo el canto final de mi Odisea, el XXII. Pero de turista por aquí, que me gusta escuchar el chismorreo de otras gentes y descansar un poco de las mías, supongo que sabes a lo que me refiero (me dice), y quieres confirmarlo, ejem, ejem…, (me dice pícaro, buen amigo, buen amigo).
Ya sé, le digo. El chismorreo de los pretendientes, me dice. El chismorreo de los propietarios, le digo. No, el de los pretendientes, me dice. Que no, le digo, el de los propietarios, Homero, te digo el de los pretendientes…, propietarios (¿pretendientes?), casi me despierto, Homero. Dirás el de los propietarios. Has dicho el de los pretendientes. Pero el de los pretendientes es el chismorreo del que te digo yo para que no te mueras curioso (me dice pícaro), Fulano, que te veo hecho un lío, Fulano, no te me mueras, que de los pretendientes te digo que se han instalado en palacio como propietarios.
Y justo entonces dice algo así como si a todas estas Penélope, algo que me suena pero no me cuadra, Homero, y es entonces cuando le dije yo que sí, que sí y que sí, que los propietarios se habían instalado en el Cerro, que no en palacio, que se habían instalado en El Cerro porque quieren hacer en él tropecientas tropelías y que por eso, perdona, Homero, pero es que los propietarios, ahora que lo pienso, ¡son pretendientes! ¡¡El Cerro!!, ¡¡¡¡Penélope!!!!
¡Atiza! Va y me dice Homero ahora que lo piensa, es que los pretendientes, ahora que lo pienso, ¡son propietarios! ¡Verdaderos pretendientes! ¡Verdaderos propietarios!, chillamos a coro ambos.
Y entonces nos abrazamos y echamos nuevas risas en El Torcuato entre croquetas, torreznillos y Ribera y Rioja y nos decimos adiós entre pañuelos en blanco y cantando y Homero me dice que se va para El Peloponeso y a ver qué hacemos con los pretendientes, le digo a Homero, ¡y con los propietarios!, me contesta ya lejos, gritando.
Fdo: Ángel Coronado