TRIBUNA / ¿Cómo llamamos a la democracia?
Juana Largo reflexiona en este artículo de opinión sobre el concepto de democracia y la perversión que sufre en la realidad por intereses de partidos que no creen en ella.
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TRIBUNA / ¿Cómo llamamos a la democracia?
¿Desde cuándo un partido, o un grupo o un colectivo, e incluso un individuo, de ideología extremista, ya sea en un sentido o en otro, después de acojonar a toda la población, incluso actuando por miedo sus militantes y votantes, puede dirimir el gobierno y el sentido de un país que se llama “demócrata”?
Aquí hay un fallo que debería corregirse por parte de los legisladores porque lo que no es normal es que, una “democracia” se sienta no solo vulnerable, sino atacada y poniéndoles a los hombres los huevos de corbata, y a las mujeres poniéndonos los ovarios de pajarita, debido al miedo y al consiguiente voto en un sentido o en otro, dado que esa “democracia” concede favores y oportunidades a quien gane unas elecciones, sean las que sean y pudiendo, de esta manera, derrotar a la “democracia” de la que hablan los legisladores actuales, con la excusa de que existe la libertad, o sea, libertad incluso para destruir la libertad.
Este argumento no pega ni con cola en un sistema legislativo coherente y consistente y en el que, primero de todo, los ciudadanos se sienten a salvo de malas partidas y de fechorías de esos que hemos nombrado al principio, cuando confían o tienen la seguridad de que el sistema no les puede fallar y no les puede romper la vida entera, e incluso por varias generaciones, porque han ganado las elecciones, en un momento dado, incluso en un par de semanas de campaña electoral, los ultras o los extremistas.
¿No es poner en juego el sistema mismo, que debería ser adecuado a la seguridad que se experimenta en un sistema que protege a los ciudadanos y sus derechos y que no los mete en aventuras anti-civilizadas, por la causa que arguyan los proscritos, sea la que sea, incluso falsa o de fake news, pero imponiéndola y pudiendo acabar con la “verdad” en que les han educado a esos ciudadanos, incluso desde la escuela y en la que, con la seguridad que supone una escuela, o una Universidad, o lo que sea en estos aspectos, miman a los alumnos o a los educandos o estudiantes, en la fe en la bondad de esa sociedad cuyos paradigmas tratan de inculcarse en tales receptores, con la confianza que les dan, descontando todo lo bestial y monstruoso, tal que éste no pudiera llegar nunca a hacer el mal o suponer un riesgo ni un peligro a sus ciudadanos, de tal modo que luego, fuera de las instituciones educativas, no se fuera a dar la desgracia de deslegitimara a los escolares y estudiantes del sistema en el que se trata de vivir. Para lo contrario, debería proponerse otro sistema de enseñanza: que las niñas y los niños y los estudiantes, sean formados en todo lo contrario a los valores democráticos y que sean ya ultras o extremistas desde la primera edad, así no hay nunca ni engaño ni sorpresa posible cuando se accede a la realidad ideológica de una sociedad en la que predomina el miedo y la adulteración de los principios democráticos.
Una “democracia” ha de ser “democracia” tanto de nombre como de contenido, y si caben en ella semánticas distintas a la principal o a la “verdad” en que se cree, no es ya una democracia. Será otra cosa o será una democracia suicida o preparada para autodestruirse.
Ahora bien, se dice que vivimos en “democracia”, pero el nombre no puede ser polisémico, ateniéndonos a la más antigua lógica de Aristóteles, para cada cosa su concepto, y los desmanes y las crisis y los sufrimientos los pueden utilizar muy bien los técnicos en los films, no la vida real como si fuera un film de Hollywood en el cual predominara y gobernara Gotham o el Diablo, pues esto supondría el surrealismo propio de la vida, y me parece que el surrealismo quedaba en trabajos artísticos de Bretón o de Dalí o de Buñuel y en esta serie. Si se llamara a esto “democracia” sería incurrir en un error lingüístico de fuste.
Ni en la Antigua Grecia una democracia era una auténtica democracia (todos sabemos que era una democracia tribal) y, por ello, trasladar aquel marco al actual, es un anacronismo garrafal. Tampoco funciona el anacronismo de democracia “liberal”, en la cual cabe todo eso que hemos criticado en este breve artículo. Pero habrá que llamar, a esta democracia nuestra, con un apelativo que no puede marrar: democracia “real”, que es todo lo que hay, o incluso se la podría llamar, más propiamente en cuanto conceptos, democracia al modo occidental o democracia “occidental”, la cual corresponde a un significado más unívoco. Pero no llamarla únicamente “democracia” porque, como hemos visto, ello constituye un saco en donde cabe tanto el bien como el mal, y las ciudadanas y los ciudadanos no quieren esos perjuicios de que el bien se pueda mezclar, impunemente, con el mal. O es bien o es mal. Nuestra democracia real, juega con ese saco o esa chistera de magos de sacar tanto caramelos como conejos deseando agarrar una zanahoria a cualquier precio.
Por ejemplo, si esto fuera ya una democracia auténtica, no está mal que se use del método del Jurado Popular en los juicios. Como no lo es, pues está mal. Del mismo modo que, si esto fuera una democracia auténtica, cabría hablar de un importantísimo colectivo de personas con “diversidad funcional”, y como no es democracia auténtica, sino “real”, se les llama, por bocas sucias, con nombres onerosos que ni cabe reproducir aquí y, encima, no se les considera dentro de una sociedad que debería tener la diversidad como principio, y en paz y en confianza. Por ejemplo, también: Si hay igualdad de géneros en nuestra sociedad y las mujeres podemos sentirnos tan libres como los hombres, me parece bien, pero no ocurre así en nuestra democracia “real”… ¿Qué es una democracia auténtica?... Quedamos a la espera de prontas noticias al respecto…
Fdo: Juana Largo