El reciente éxito de la cultura
Juana Largo reflexiona en este artículo de opinión de la importancia de la cultura en esta época de fobias y de solemnidades patrióticas.
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El reciente éxito de la cultura
Hay una vieja acepción de la palabra “cultura”, aunque aquí se puede considerar aceptable con lo que nos pasa. Se supone que la cultura, por acá, por Soria, que no sabemos con certeza cómo estará en los allá, excepto sobre todo en los países en guerra, sirve para subir peldaños en el mero dato de facto crudo de la realidad.
E igual que podría suceder que, en un lugar o barrio, se tiene una primaria o prehistórica comprensión de la cultura cuando alguien, algún vecino, desea la muerte del pintor vecino pongamos del segundo D, que suele dejar las barandillas contaminadas de pinturas y a las señoritas de la casa eso les molesta, y lo que pasa entonces es que alguna de esas señoritas está deseando verlo cuanto antes en las garras de Mefisto, o, también por ejemplo, cuando el vecino del cuarto E tiene la costumbre de abrir bien la ventana del patio y, justo cuando empieza la telenovela, que ahora van a ser sobre todo de origen turco, como antes lo fueron de América, justo en ese instante, asoma su cuerno de trompeta por la ventana del patio y empieza a soplar una melodía de amor inalcanzable, pues lo que se quiere decir es que hay muchas maneras en la cultura de odiar al prójimo, cuando este prójimo es un palizas que jode la convivencia de nuestros “pequeños” intereses de la realidad y deseamos la separación (“que cuando se lo llevarán los demonios”) de aquellos aventureros que nos pegan la tabarra o nos manchan las barandas. Por ello viene a cuento cuando estamos en la playa y nos molestan los demás bañistas y les deseamos que un tiburón salvaje dé cuenta de su carne exquisita en un amén.
Lo que se quiere decir es que el mundo necesita carnaza para su insaciable hambre de destrucción para todo lo que nos molesta, que cada vez van siendo más cosas, dado el innegable proceso de levantamiento de progreso que cada día más llevamos en los caminos de la libertad, como por ejemplo, pudo haber sucedido con Cristo, que hubiera gente que no lo pudiera ver y que desearan su óbito cuanto antes para que, aquel migrante, aquel trans o aquel drogadicto de entonces, estuviera domesticado cuanto antes con una buena lanzada en el cuerpo cuando estaba en la cruz.
Con frecuencia se equivocan los alimentos. A algunas y a algunos Cristo se les muestra indigerible, y les extraña sobremanera que un sujeto pueda dar su vida por la humanidad, y por lo tanto no creen en nada de toda esa índole, y hay otros para los cuales, sobrepasando la mera plancha de la realidad, el Redentor puede servir espiritualmente para alimentarnos. Esto es otro estrato de la cultura. Seguramente este verano, aparte de los incendios, en los primeros días de agosto, nos reuníamos todos en las terrazas hablando del alimento espiritual que deseábamos, un deseo de cebo o carne para que los españoles, guiados por la Oposición, pudiéramos tener nuestra salvación espiritual. Y cultural.
Seguramente este año hemos experimentado mejor ese deseo de ver fúnebres algunas cosas o personas. La crisis de las tremendas y alcohólicas de cazalla broncas que traíamos del resto del curso anterior a las vacaciones de verano, queramos o no, nos ha tocado los bemoles para que, tanto los que vamos a votar a un partido como a otro, no estuviéramos exentos de estos instintos criminales que se cuecen con cervezas y pinchos
Así nos podemos poner a pensar ahora en la gran importancia de la cultura en esta época de fobias y de solemnidades patrióticas y de éxito del pueblo con nuestras demandas. La cultura, no solo en la humilde Soria, sino en los niveles de las terrazas del resto de España, nos ha levantado algunos peldaños de la mera animalidad. Tantos como para ir pidiendo un piso en los de promoción que los millonarios de Tesla construyen en alguna zona de Marte que nos espera.
Fdo: Juana Largo