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Opinión

Narcisismo, cultura y autobombo

Juana Largo reflexiona en este artículo de opinión sobre quienes hacen la historia, que no son los artistas sino las personas que trabajan.

Narcisismo, cultura y autobombo

Es un problema de libro, como se puede decir. Y a las escuelas y centros de estudios no les conviene que presenten esta cultura del “éxito”. Es una consecuencia del personalismo histórico. La historia de la derecha política de la humanidad, todavía anclada en el Ancien Régime, aunque en parte adaptada a los tiempos que otros nominalistas llaman “modernos”, quiere almibarar la sucesión de los acontecimientos desarrollados en el movimiento humano hasta la actualidad, presentando una narración dulce y que solo cante sus lindezas; para eso recurre al relato tradicional, y en el relato tradicional es donde se da ese personalismo digamos ahora “burgués”, aunque antes feudal, si nos atenemos al organigrama economicista que se fundó en el siglo XVIII y XIX, sobre todo a la dialéctica.

Antes era una historia de reyes y pueblo; ahora es una historia entre burgueses y proletarios, aunque estas categorías traten de difuminarlas algunos y algunas que quieren salvarse en el sentido de la historia, aunque no se salve nadie, el caso es que pretenden no sufrir en las dialécticas del materialismo y hay burgueses que reclaman derechos proletarios, dado que se ven en dificultades y son cobardes esos burgueses, y hay proletarios que reclaman derechos burgueses, por enajenación. El caso es estar en los beneficios que produce el caballo ganador.

La historia de la derecha ha sido personalista, destacando nombres como grandes realizadores de la historia hasta ahora.

Ahora sucede que la historia es absurda y que esa reivindicación de los grandes nombres realizadores o sujetos de la historia, sigue funcionando ante el temor al caos y porque es un vehículo fácil de manejar en las mesas camillas con brasero burguesas.

Ahora bien, leamos a Bertolt Brecht y podremos cambiar de sentido histórico. Las pirámides, por ejemplo, no fueron obra de los faraones, sino obra de los trabajadores que colaboraron con su esfuerzo en hacerlas. Es lo que nos viene a decir Jorge Luis Borges en el poema “Los justos”, que la justicia está, pongamos de parte del impresor de un libro o un periódico antes que con el que lo ha escrito. La historia la hacen los que trabajan, no los que se llevan los títulos. Este es un feo defecto de sociedad –también de nuestra sociedad actual- que habría que eliminar ya. No se puede estar por el país dando premios u homenajes a las grandes celebridades artísticas, que se hacen grandes y más grandes por esta socieditis, sino que habría que hacer los homenajes y dar los premios a los que, desde un supuesto abajo se lo han currado para que se lleven el beneficio del prestigio y del honor los otros.

Es decir, y por ejemplo, un Premio Príncipe de Asturias, tiene poco que decir en cuanto a trabajo real se refiere. 

Luego el cine (el gran actor de nuestro tiempo) se empeña en seguir la narratividad tradicional destacando los grandes personalismos de la historia, apañando los eventos y sucesos de la historia en los grandes nombres como si fueran los verdaderos protagonistas. El cine tiene un gran poder de convicción para el público, pero puede ser muy peligroso si nos sigue contando la historia y las historias de esta manera señalada.

El cine –no todo el cine, por supuesto- cae en ese personalismo, en ese culto a la personalidad de los artistas y lo que consigue luego en los demás medios es que los artistas, arropados por esas historias de culto, se den auto-culto. El artista que se cree en este cénit termina nadando en su propio pis. Tiene una subjetividad endocéntrica cerrada, ha perdido la comunicación, no reconoce interlocutores, no sabe lo que es el otro o los otros. Solamente tiene sus deposiciones para darse el gusto de enfangarse como los cerdos en la cochiquera. Y se ensimisma. Y acaba en el auto-culto. Luego le pide al público que le adore, que dé culto a su personalidad, como si se lo debiera hacer, el adorar. Y luego no tiene nada sentido, y hasta parece vergonzosa esta sociedad que idolatra a sus artistas. Decimos bien, idolatra, culto a la personalidad, cuando lo que debiera ser es comprensión y hacer una vida interrelacionada del artista con el público, en dinamismo armónico. La historia en acción. 

Parece ser no conveniente que, a un artista, a un artista manual, por ejemplo, cuyo medio es el taller, se le vanaglorie de premios y de homenajes.

Aunque una determinada colectividad, les haga estatuas, pues no es de cajón el que se le adore, convirtiéndole en dios. Nos atrevemos a decir que, frente al trabajo enorme que lleva el artista, se entregue a las vanidades de la vida y aparte de sí el buen sentido con el que ha creado, invirtiendo muchas horas y días de soledad en obras digamos, por ejemplo, escultóricas. Los artistas ocupados no se dedican a esa “Socialité” puesto que eso es trasladarlos desde su taller, donde él está acostumbrado a estar, a las salas de fiesta y de vanidades como son los premios y homenajes, por eso pocos artistas visitan los círculos sociales, por hacer esa “sociedad”. Sería muy diferente si al artista de éxito se le ocurriera no tragar con esa postiza forma de atraer a los artistas y crear con él la marca propia.

Aunque nos encontremos con que las colectividades premian a aquel que levanta un poco más el listón de sus producciones y luego se le deja pasear por las salas de fiesta, subiéndosele a la cabeza esa meritocracia que él mismo sabe que es trabajo, working, dejarse la piel en las faenas, ajeno a cualquier círculo de lujo que solamente trata de exhibirlo como si fuera un caballo ganador o semental. Cuando a un artista se le sube el aura a más a ya de su cabeza se emborracha de mismo y lo que le sucede es que se le pervierte. El trabajo de un artista depende de su obra, no de la obra de otros, pero para ello, para ser ensalzado, no puede ser, pues se termina por convertir en un monstruo, sobre todo en nuestras comunidades mediáticas y de masas. Digamos, finalmente, que hay que tener los pies en el suelo, no en las dichosas armonías de los astros y con sus dioses.

Fdo: Juana Largo

 

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