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Opinión

Carlitos Martínez no sé Cuántos Barrabás

Ángel Coronado, al hilo del fallecimiento de la mujer que cambió la estética del Ecce Homo de Borja, traza un paralelismo con la ciudad que está dejando el alcalde de Soria.

Carlitos Martínez no sé Cuántos Barrabás

Doña Cecilia, que en paz descanse, vuela por encima de cualquier estética dentro del más recto y ortodoxo campo de la ética. Doña Cecilia, de cuyo fallecimiento hemos tenido noticia reciente, forma parte ya de una historia que lo mismo nos hace reír que llorar, una historia que no es la del erudito historiador de manual, que ni siquiera es la historia a la cual aludimos con esa “hache” tonta, muda, inicial, ni con esa “i” latina que le sigue y que ganas nos entran de escribir su nombre así: “YSTORIA”, con la otra “y”, la griega, para seguir diciendo que Doña Cecilia, residente que fue en la población de Borja, nos dejó escrita una página que, con ella, vuela ya por encima de cualquier estética y dentro de la más recta y ortodoxa ética que jamás se haya conocido más alta, hecha ystoria, es decir, inolvidable leyenda.

Lo siento. Ni quiero ni puedo hablar del Cristo pintado que nos dejó. Repito que vuela ya con ella, muy lejos de cualquier estética. Ante cualquier intento de hacerlo, aparece algo que lo disuelve como el calor disuelve al trozo de hielo (imbécil) que se atreve. Doña Cecilia, apenas perceptible ya entre tantas pequeñas estrellas de una noche oscura y sin nubes, puede, sin embargo (y lo hace de hecho), helar, por así decirlo, toda risa, toda burla que se atreva con su Cristo. Y lo sabemos por propia experiencia. Y sabemos, además, que tan solo es, precisa, lúcidamente, esa experiencia la que hace falta para saberlo.

Otra cosa es que, mal asunto, no sepas o no quieras aprender la lección, y esas risas, burlonas o risueñas, se te vuelvan y te cojan como un chaparrón sin paraguas. A nosotros nos gusta ver, de una forma tan veraz, quién se ríe, quien se burla, cómo es Pepe, cómo es Juan, cómo es fulano y zutano. Sin embargo, tengamos cuidado. Porque, a decir verdad, hay muchas clases de risas, y de burlas quizá más. El otro día vimos y oímos algunas risas (más que risas sonrisas) que a Doña Cecilia no la hubiesen sentado del todo mal, y que, a nosotros, igual. Pero todo hay que decirlo para que quede claro, y acerca de la estadística podemos decir que de risas aceptables registramos pocas, y de burlas ninguna.

Sin embargo, y en alguna medida (que sea poca) debemos ser, también nosotros, en algo (que sea poco), imbéciles. Porque siempre (eso sí), con el permiso de Doña Cecilia, ese Cristo suyo nos hace reír cuando no llorar. Sea como fuere, el caso es que de poco tiempo a esta parte todos, todos los sorianos, a todos nosotros, se nos ha quedado helado en el rostro ese gesto tan particular con el que Doña Cecilia dejó a su Cristo en la iglesia parroquial de Borja, Zaragoza, Aragón, España, Europa, la Tierra, el tercero de los planetas del sistema solar, este valle de lágrimas y de risas que a nosotros, los sorianos, justo ahora, en estos días, en estos últimos meses y hace ya pocos pero algunos años, se nos ha ido quedando helado en el rostro de tal manera que, cuando salimos de Soria, se nos reconoce al punto sin que apenas, por nuestra parte, sepamos el porqué del bisbiseo disimulado en el que estamos envueltos en trasparente y arrugado papel celofán atado y bien atado por Carlitos con cinta roja socialística por encima de nuestros pelos, por Carlitos Martínez no sé Cuántos Barrabás.

Sin saber cómo, porque nadie sabe cómo, Carlitos Martínez no sé Cuántos barrabás, pudo concebir la idea de arreglar su ciudad. Y Carlitos, ni corto ni perezoso, se puso a la labor. Y provisto de una pala y un azadón, diligente como un león, o mejor, como una leona (es bien sabido que el león será el rey de la selva, pero es la leona la que, ni corta ni perezosa, sigilosa, se acerca a la charca y a su preciso segundo, qué segundo, a su precisa décima de segundo), se hace con la gacela para llevarla trabajosamente ante las zarpas del león, que se la come gruñendo. Y todo eso lejos de toda estética (Carlitos etc. será lo que fuere, pero artista no), y al margen de la más elemental y rudimentaria ética (Carlitos etc. será nuestro alcalde, pero santo no)

Y así nos ha dejado (y sigue con ello) a la pobre Soria y a los pobres sorianos.

Y ahora sí. Doña Cecilia, que en paz descanse, vuela por encima de cualquier estética dentro del más recto y ortodoxo campo de la ética. Pero Carlitos Martínez no sé Cuántos Barrabás, no. Ni descansa un momento en paz ni vuela por encima de la estética sino de forma rastrera y fuera del más recto y ortodoxo campo de la ética. Nos está dejando Soria como se dice (vulgar e irrespetuosamente), como un cristo. Y a lo que vamos, de risas ni una, y de burlas menos. Y a nosotros nos gusta ver, de una forma tan veraz, quién se ríe, quien se burla, cómo es Pepe, cómo es Juan, cómo es fulano y zutano. Y a lo que vamos, de risas ni una, y de burlas menos. Para risas las de Carlitos Martínez no sé Cuántos Barrabás. Y a todo esto el carné que se cayó al suelo. Y a todo esto que lo volvió a coger, pero ahora entre los dientes. Como siempre. Socialístico perdido como debe ser. Entre los dientes. ¡Y qué dientes los de Carlitos! ¡Son colmillos!

Desconocemos la forma en que apuntan los colmillos de la hiena, pero, apesadumbrados como estamos (no hay más que vernos), lo podemos imaginar. Como los de Carlitos Martínez no sé Cuántos Barrabás.

Fdo: Ángel Coronado

 

 

 

 

 

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