Hábitats hostiles
Juana Largo incide en este artículo de opinión en la transformación de la ciudad de Soria, que está perdiendo sus señas de identidad como ciudad castellana para convertirse en una ciudad impersonal.
Los/las excluidores/as inclusivos/as
Hábitats hostiles
No hace falta salir de la capital de Soria para ver otros hábitats y si en ellos se vive bien o mal.
Con solo ver Soria, es evidente que, ahora, aquí, los hábitats son malignos y van en contra de la persona. No lo digo por la “tierra”, por la “sangre”, que eso son conceptos muy nazis, sino simplemente por el medio urbano…. Bueno, el alcalde ha querido reconvertirnos de medio paletos en medio urbanos y ya se notan los efectos: ahora Soria tiene todos los aspectos de ser una ciudad más del mogollón de ciudades del mundo, hasta con sus obras públicas que nos llevan mortificando ya una temporada.
La fisonomía de la ciudad muta y, si convenimos en que el hábito hace al monje, la nueva Soria nos está haciendo algo así como tontos de capirote.
Cuando van por las calles, en grupo, los turistas y llevan un guía soriano, a mí me gustaría saber lo que les cuenta a éstos y si nos da por carpetovetónicos o por lelos del ala. En todo caso, los turistas se llevan una decepción de la imagen de Soria porque Soria no tiene nada que ver, pongamos, con el Palacio de los Alcántara o con el olivo de la plaza del Olivo o con las heredades del señor conde.
Esta Soria no tiene nada que ver con lo que fue.
Esta Soria fue una ciudad dura como la tierra de secano que ha pasado a darse aires de micrópolis con sus modos modernos, como si aquí se pudieran dar muchas peculiaridades de las que se dan en el resto de España o del mundo: una triste ciudad al fin y al cabo y en la que no hay nada original que descubrir.
No son vanos los paseos por Soria cuando vemos que, si antes estaba a modo caminante o de peón, ahora se encuentra bastante descafeinada de lo que era una ciudad castellana. Particularidades castellanas se han perdido en estos últimos años. Se ha suplido el urbanismo antiguo por el urbanismo de una ciudad que necesita edificios de servicios y de muchos pisos (¿quién los comprará luego, cuando no hay ni un chavo?, es la pregunta que todos nos hacemos), más aún, Soria ha tenido que perder caracteres propios que antes no entendían los turistas ni con un guía, para adecuarse al concepto de ciudad de los nuevos tiempos. Y todo, argumentan los promotores, nada más que para vivir mejor.
Se olvidan los promotores que una cosa es que esté la fachada de nuestro chiringuito bien y que, por dentro, existan los problemas. La última vez que una servidora ha estado en New York es al leer una entrevista que a Pier Paolo Pasolini le hicieron allí en los años sesenta. Y, lo que aparecía, para el cineasta y poeta era una ciudad digna de conocer con más tiempo, en todo caso una ciudad abrumadora de sus estructuras y tanto anonimatismo, sin olvidar el sesgo de la violencia, en todo caso también, muy de gente solitaria. Es la misma ciudad que nos aparece ahora en la tele, una monstruosa y polimorfa ciudad de muchas gentes y que se ha llenado de contradicciones.
Desde Soria es difícil pensar en aquel entramado, porque aquí, quieras que no, todo está próximo, hasta el mismísimo cielo, y las confusiones son esporádicas.
Es decir que la soledad, la obligada, es un mal tan atroz como un cáncer en el cuerpo. Te puede devorar. Pero eso sabemos que pertenece ahora a la entraña de todas las ciudades grandes, lo que es curioso es que se pueda referir a las ciudades pequeñas, como Soria. Hablamos de la incomunicación, de ciudades o lugares que se nos han vuelto extraños siendo el lugar propio. La estructura urbanística no ayuda a la comunicación, los arquitectos con tal de que la cosa sea funcional, ya no pinchan ni cortan en el contrato más. Aunque el “aire”, el aire de la incomunicación y de la soledad se han infiltrado por cada agujero de las paredes de esos edificios impersonales, no habitables y como uniformados, como es la arquitectura ahora de Soria que no mueven a nada íntimo ni propio. Tener una casa en Soria es algo que no te hace hondo ni personal ni impermeable, dependiente de todos los demás y aun de los paquetes de impuestos administrativos.
La angustia existe, la depresión existe, los trastornos existen y resulta que ese es el cebo de la vida de los problemas sicológicos de las grandes ciudades, la separación de unos humanos con respecto a otros, aunque vivan en el mismo piso de una casa moderna.
Cuando una ciudad cambia de aspecto a lo impersonal y moderno, pierde un caudal de vecinos que antes se conocían y que se tenían en cuenta; cuando llega el demonio de las estructuras anónimas pro-industriales del siglo XX y lo que llevamos del XXI, nos damos cuenta de que nos volvemos ajenos los vecinos, aunque el domicilio del otro esté a dos pasos, pudiendo estar más pendiente de lo que pasa en la tele, en New York o en donde sea, que del vecino a dos pasos.
Las ciudades son hostiles hoy en día, de tal modo que experimentamos ansiedad con solo pensar en que uno no puede convivir con los demás en un sitio en el que en teoría hay proxemia y luego te ignora. El organigrama de las ciudades del mundo en nuestro siglo XXI echa para atrás a todo el mundo, ciudades complementarias de las diversas revoluciones industriales que, desde Soria, no podemos comprender. Y que nos pesan, y que sabemos que no son el propio desarrollo humano. El mundo, a medida que crece la ciencia con sus aplicaciones, ve la nada cada vez más cerca, pero sobre todo en la propia vida de “hic et nunc”. La tecnología se ha hecho excesiva y nos aplasta, las relaciones sociales se vuelven enajenadas y lo que querríamos, a no ser que todos fuéramos muy particulares, es la “con-vivencia”.
Fdo: Juana Largo