TRIBUNA / Y ahora que vamos despacio…..
Ángel Coronado reflexiona en este artículo de opinión sobbre la verdad y la mentira, con el Cerro de los Moros de fondo.
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TRIBUNA / Y ahora que vamos despacio…..
Eso reza la canción. “Ahora que vamos despacio vamos a contar mentiras tralará…”. Era una juerga lo de las liebres corriendo por el mar y por el monte las sardinas tralará. Pero nada como el ciruelo cargadito de manzanas. A pedradas con él y caían avellanas tralará. Era una juerga. Como ninguna otra la hubo. A todos nos dejaba tan felices. Nunca lucía la verdad como entonces, paraíso perdido, nunca la mentira fue tan generosa con la verdad, paraíso perdido. Nunca tan generosas entre sí. Nunca se unieron tan apretada, tierna y dulcemente como entonces. Nunca como esa pareja sin igual. Ahora lo veo. Tuvo que marcharse. Para verlo tuvo que marcharse. Como el ciervo herido del frailuco Juan (corriendo tras él, clamando arremangado el hábito), y era ido. Y el frailuco allí se quedó con su cántico, su cantinela espiritual.
La vena poética es que te clava. Da lo mismo una mentira que una verdad o que al ciervo herido un rastro de sangre le persiga para que un frailuco clame ya ido el ciervo, ido él, todos idos a la vena, la vena poética, arteria más que vena, vía principal, autovía poética y en las manos nada. Todo ido.
Pero quién, furtivo Acteón, quién pudo herir al ciervo. ¿Quién pudo ser? “Yo es que lloro” se me ha hecho viral. Yo es que lloro. Quiero olvidar a “Nueva Elevada”. Pero ese “yo es que lloro” se me ha hecho viral. Me agarro desesperadamente a Ovidio. La Metamorfosis, Acteón.
No hay en toda la cultura escrita nada como la historia de Acteón. Ni la Diosa ni el ciervo ni ese gesto altivo, olímpica desnudez que lejos de cubrirse deambula entre sus doncellas y arroja, asperje, nada de agua bendita, nada, repito, nada bautismal sino maldito, agua maldita que las manos sagradas arrojan, asperjen sobre Acteón, cazador furtivo y concupiscente, oculto entre matorrales, espía, se asoma entre matorrales. Atraído por las risas, por la juerga, vamos a contar mentiras tralará, coro de ninfas, baño ritual, castidad y lujuria, mentira, verdad, Ártemis, Diana.
Diana que lo ve y se sabe vista. Diana que va y le arroja poca, una poca de agua. Cierro la metamorfosis de Ovidio y acudo a Kafka. Me interesan los detalles y anoto lo que puedo entre ambas. Pero vuelvo a Ovidio. Es el bautismo del revés (otra metamorfosis, otra mutación) lo que me interesa y advierto. Advierto sobre la marcha. Diana, como una obispa del olimpo sin hisopo, asperje agua, poca, sobre el rostro (no sobre, ni a la cabeza bautismal y amorosa, sino arrojada y al rostro, a la faz, a la cara y airada, airada la Diosa) de Acteón. Luego, éste se oye a sí, bramando más que gritando, ya yéndose, ya ido, gritando por el morro más que por la boca, ¡ay!, boca ida, mal venido morro. Y sus perros, antes lamiendo, ahora que muerden lo que lamieron.
Me interesa esto. Tuvo que marcharse todo el paraíso para verlo. Tuvo que marcharse todo para, ido, verlo, ver el paraíso. Ido porque nació. Nació porque ido. Y allá se quedó el frailuco Juan echo cisco, anegado en su cantinela espiritual. Y allí se quedaron la mentira y la verdad, tralará. Y allá se quedó tu desnudez, Diana, profanada de Acteón, y allá tú, Diosa de castidad, desmentida venus, que si casta cúbrete, que si no, pues mira que te miro y te miraré, deja la caza y vente conmigo, Acteón, más que Acteón, no eres más que un Acteón. Y Acteón despedazado por sus perros, paraíso perdido de Acteón.
Lo que interesa. Unos ojos concupiscentes y falsos se han fijado en El Cerro. Un podenco que muerde. Quiere seguir mordiendo. Quiere mordernos El Cerro.
¿Qué hacer? Tiemblo solo en pensar irme al Cerro de pajarillas. No veo pajarillas. Solo veo el podenco que va derecho a por El Cerro. Y muerde. No veo ni una pajarilla. No veo ni una pajarilla. Tampoco doy por perdido El Cerro, pero sí las pajarillas. Odio a Milton, el que lo ve perdido, pero yo también (en eso con Milton) doy por perdidas las pajarillas, que ya no voy a los Pajaritos ni para ver al Numancia C.F. No veo ni una pajarilla. No veo pajarillas. No doy por perdido El Cerro y clamo como el frailuco, pajarillas, pajarillas volando. Y eran idas.
Y es a la sazón, por decirlo de una forma que gusta y aprueba literatura, cuando el frailuco deja el paso a Don Antonio y Don Antonio cede la palabra a Abel. Abel Martín tiene la palabra entonces. Y Abel Martín, devolviéndola sin abandonar la suya tampoco, a coro con Don Antonio, y hasta con Don Gustavo Adolfo y Don Gerardo también que de paso por allí se les arriman, todos con el frailuco el primero, dicen que ya es hora.
¿Qué hora?
Y a coro responden: No la Nona. Es la hora de la metamorfosis. La hora de la mutación. ¿Y tú que dices?, me preguntan a bocajarro.
Y respondo sin pensarlo: Pues que mute primero el perro.
Y a coro me responden otra vez: ¡Toma ya! ¡Claro que sí!
Fdo: Ángel Coronado