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TRIBUNA / Oleaje

Ángel Coronado reflexiona en este artículo de opinión en los contrastes que se dan en la vida, y de las cosas que hay en el camino y a las que no se encuentran una explicación.

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TRIBUNA / Oleaje

Ola, lector. Hola. Cosas de ortografía. Equívocos ortográficos, porque la ortografía no estaría en este mundo ni habitaría entre nosotros sin la pobre hetero-grafía, palabra que sin ese guion ni existe, porque el diccionario nunca permite a nadie tachar de coja la ortografía, y con ella, coja también la gramática entera, y a todo esto sin enterarnos de que cojo, lo que se dice cojo, cojo de verdad, solo hay uno, y ese uno es uno, ese a cuyo clan, cuyo club pertenece como cualquier otro humano (Groucho no quería). Mal empezamos, ¡qué cruz! ¡Dios, qué cruz!

¿Qué cruz?, ¿Dices “Dios qué cruz”? Pues mira la gramática, mira lo que hace con eso. Va y dice: “Cruz, qué Dios”, y encima te lo explica, porque de la cruz dice, no hay cruz sin cara, y ambas por igual, cojas por igual de olvidarse ambas del dinero, o sea de la moneda, de la cara y de la cruz. Qué te apuestas. Me lo apuesto a cara o cruz. Y allá que te va la moneda por el aire, y allá que te va por el aire todo, todo lo que apuestas, que ahora estoy apostando por esto de la despoblación y me lo apuesto todo a que toda esta cruz viene de la otra cara de la moneda, del mogollón de gente, porque no hay ola sin cresta ni cresta sin ese vacío del agua que se llevó la cresta, como no hay moneda sin su cara ni su cruz, o como no hay, no puede haber de ninguna de las maneras, no puede haber, lugares despoblados con colas, ni citas previas contra las colas, ni Museos del Prado sin cuadros ni universidades sin universo ni universo sin estrellas. No hay vacíos sin llenos, abandonados vaciados y olvidados sin, sin, sin…, cómo decirlo, sin lugares recordados a lo bestia, mimados a lo tonto modorro, sin, sin, sin…, sin cerros ni de moros ni cristianos pero así, tal como ahora pinta eso, ni valles de Odieta (que de idiota nada) con rasca-leches (Miguel Hernández decía rasca-leches por rasca-cielos. Del secarral y la cabra, Miguel, entre dos semáforos y en la Gran Vía, ahí está Miguel frente al rascacielos. Rasca-leches), rasca-leches que ya lo sabes, rascaleches de Noviercas, como que no hay ni puede haber despoblación sin todo eso que acabo de decir sin haber terminado de decirlo porque no puede ser y además es imposible llegar hasta el infinito diciendo y diciendo y diciendo. Rasca-colas, rasca-atascos, rasca-súper, rasca-leches.

Y es por eso, por no poder ni decir tantas cosas como hay, ni porqué las hay, ni cómo ni cuándo ni porqué, ni por qué, ni por qué, todo esto parece un misterio. Imagínese, lector, lo difícil que sería echar al aire la moneda para ver, de Los Pajaritos, qué portería me toca, pero con la moneda coja, coja de la cara, coja de la cruz. Imagínese una ola sin cresta. Imagínese a usted, que caballete al aire y en la playa, quiere usted pintar una marina con olas pero sin crestas, o crestas y espuma pero sin ese vacío de gente, digo de agua de la ola, o imagínese a cualquiera, uno de nosotros, pensando en esto de la despoblación. ¡Cruz, qué Dios!

Cuando ese turista (Turista: que habita en un lugar amontonado, hacinado, sudoroso rasca-leches, y en eso, tan solo en eso (según parece), desesperado (eso reza un diccionario heterodoxo que tengo, si lo buscas. Busco en otro el nacimiento de la misma voz. Galicismo, puro galicismo. Acuérdese de Induráin en el “Tour” de Francia. Fue glorioso. Vuelta. El turista vuelve so pena de sufrir, sí, digo sufrir, de sufrir una mutación, una metamorfosis brutal. Es un señor que se vuelve, rascaleches, a la cola de la ventanilla del mogollón rascaleches. El turista es un señor que se vuelve, Santo Dios, a eso. Pero estamos en que todavía no ha vuelto), cuando ese turista, decía , ese de vacaciones hasta pasado mañana, decía qué cosa maravillosa, qué tranquilidad, que paz, que sosiego, qué silencio, qué paraíso (sí, majo, se te olvidó añadir perdido), qué paraíso encontrado, qué tentación, Dios mío, la de vivir, qué cielo, qué aire, qué agua, qué cosa esta, cuando veo y oigo esto, decía, ¡Cruz, qué Dios! ¡Dios, qué cruz!, cuando veo y oigo esto no sé lo que veo ni lo que oigo, y eso es lo que quería decir. No te lo tomes a broma, pero de ser así, eso es mejor que nada mientras puede haber cosas mejores que todo eso. Y es por eso por lo que sigo todavía un poco más.

Me gustaría decir, aunque por algo parece que no puedo, o no puedo lo que me gustaría porque no me gustaría lo que puedo, o vete a saber por qué ni por qué no, me gustaría saber, para decirlo, si es lo mismo, o no lo es (que no lo es, y eso lo sé bien) lo que al turista le hace volver, por una parte, lo que al hijo pródigo le hace no decirnos si piensa volver o no, por otra, o lo que, a quien fuere, le hace moverse, como en oleaje, como hacen los amigotes del clan al que todos pertenecemos, de un lado para otro, de arriba para abajo y de oriente a occidente, por no decir de derechas a izquierdas (que no es al chaquetero al que me quiero referir). Groucho no quería pertenecer al club que le admitiese como socio, ¡sabio Groucho!, eso es lo que pasa. De cierto, lo que se dice de cierto, solo existe un lugar, un aquí.

¿Y del tiempo, del tiempo, qué nos larga usted del tiempo?

De tanto calor y de tanta sequía nada, pero de otra clase de tiempo, que no acabaría nunca de decir y largar nada y sin prisas, pero tampoco sin pausas.

Decir qué, oiga, decir qué.

Decir que no es el mismo tiempo el tiempo de ahora, el de antes o el de después (que sólo es cierto un tiempo), ni tampoco es lo mismo un día que una semana o por ahí (que sólo es cierto un día, solo es cierta una semana y que nunca es cierto un por ahí), o como no es lo mismo una generación u otra (que sólo es cierta una generación), o el que no es lo mismo la edad moderna, media, antigua o contemporánea (que sólo es cierta una edad), o puestos ya en geología, una era secundaria con dinosaurios y todo (que sólo es cierta una edad), y así hasta la eternidad y hacia ella, que hay una desde nadie saba cuándo hasta hoy, y otra (¿otra?) desde justo ahora en adelante, porque solo es cierta una eternidad, con perdón.

De las de antes, saco una foto rascaleches. En la cubeta del ácido, bajo la roja luz, me paro en el negativo. Y todavía lo sigo mirando. Del positivo ni hablo, ¿para qué?. ¿Rascaleches ya? Me paro en el negativo y lo fijo, lo lavo, lo tiendo y lo seco. No lo guardo porque todavía lo sigo mirando y lo veo cada vez mejor.

Fdo: Ángel Coronado

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