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TRIBUNA / La vaca serrana, negra y soriana

Ángel Coronado reflexiona en este artículo de opinión sobre la carne de vaca serrana negra soriana. 

TRIBUNA / La vaca serrana, negra y soriana

Ni soy vegetariano ni rechazaré nunca una buena lechuga o coliflor. Para comida, la mediterránea. De todo un poco sin abusar de nada. Tampoco entiendo de cocina ni soy médico especialista en dietética, y si fuese ministro de Consumo, Pesca y Alimentación, dejaría la cartera de ministro en el ministerio y presentaría al presidente mi dimisión antes de llegar tarde a casa y encontrarme fría la sopa.

Pero leo en los medios la noticia gastronómica de la carne de la vaca serrana negra soriana, y sin saber ni lo que pensar y menos lo que escribir, intento pensar acerca de la verdad como último recurso a esta desorientación. Ni soy vegetariano ni médico ni cocinero ni ministro, pero me pongo a decir algo sin saber qué decir. Eso sí, decir la verdad. La verdad que sea, pero la verdad, que no puedo con lo de la vaca serrana negra sin decir algo que sea verdad. Estamos en otoño. Es verdad. Se acabaron las fiestas de San Saturio. Es verdad. El río Tajo es el más largo de la península ibérica. Es verdad. Esto es una mesa. Es verdad. Una tontería. Es verdad.

¿Una tontería? ¿También es verdad?

Una tontería también es verdad. Verdadera tontería. Mire, ¿que tenemos dos agujeros en la nariz? Otra tontería. También es verdad. Dios es uno y Trino. No será tontería, pero es verdad. Verdadero milagro, de verdad.

Y fue de tal manera como me vine a enterar de que no era ese un camino de fiar para que lo de la vaca negra pudiese ser digerido de alguna manera más o menos normal. Por otra parte sentarme a comer vaca serrana negra soriana no, eso no.

Pues mola

Pues si mola que mole, y que un chuletón al punto sea imbatible, pues que lo sea. Dijo imbatible o insuperable, no me acuerdo, pero da igual, que ya lo sé, que no soy vegetariano lo sé, y que nunca le diré que no a una lechuga o coliflor lo sabes, porque ya te lo he dicho, y lo sé, pero la verdad, una buena digestión para quien se atreva a hincar el diente a la vaca serrana negra de Soria, eso es lo que deseo de todo corazón a quien se atreva. Y todos los parabienes a quien la sirva o la ofrezca. Pero sentarme a comerla, ¿yo?, yo no.

No hay nada como un momento desesperado para que la esperanza, ella de por sí, paseando por ahí, viendo a gente esperanzada, alegre, charlando, comiendo, correteando y así, ni se deje ver. Pero amigo, al punto de toparse con alguien desesperado, no lo duda, se te mete dentro. Se me metió dentro pero no de golpe sino de una forma tan especial que me pongo a decirla ya mismo, no sea que se me olvide, porque también alegre, charlando y todo eso, no te puedes olvidar de nada sin entrar de nuevo en la depresión desesperada. Al menos debes quedarte con algo. Y la esperanza se me metió dentro con poca cosa, por los pelos la esperanza se te mete, que parece una idea traída por los pelos, a rastra, pero es que por los pelos, por la cabeza la esperanza se me metió. Como a Tintín. Una bombilla se enciende. Milú, el mítico perro de Tintín ladra:“¡guau!”. Tintín entiende que Milú le entiende. ¡Plástico!  

Se diría que lo que sigue es obra del profesor Tornasol. Decía el profesor que degradarse no es lo mismo que disgregarse, y el plástico lo sabe mejor que nadie, decía el profesor. La mayoría de las cosas se degrada y se disgrega más o menos al tiempo, y como el plástico es de las pocas cosas que no, y al tiempo se nos está metiendo en todo (tu coche tiene un 80 por ciento de plástico y tu ordenador un 95, y en más o menos, todas las cosas así), pues entonces todas las cosas se nos están disgregando pero sin degradarse, y en esto, de la mano del profesor Tornasol, veo ya la solución a mi desconcierto: se nos disgregan también las ideas, pero sin degradarse. La verdad, que vuelvo a ella, se nos disgrega pero no se nos degrada. Eso es. Justo eso. Gracias, profesor Tornasol, que la esperanza ya se olvidó de mí. Ya no me busca. La llevo dentro. La verdadera verdad, como el plástico, “guau”, se disgrega, se multiplica, pero nunca se degrada. Y prosigo.

En verdad, me acuerdo de cuando Taniñe. De cuando la pasta de aquél año a cuenta de mi IRPF se disgregaba sin degradarse, de cuando una pequeña nanoparte de aquélla pasta se me aparecía en la punta de la negra oreja de una de aquéllas vacas serranas sorianas negras taniñeras tan negras, tan de la Diputación, tan nuestras… Taniñe, un centro de salud para las vacas serranas negras sorianas que, sin disgregarse, se degradó en seco. Sin disgregarse se degradó de un golpe. De centro de salud vacuno y en olor de biodiversidad, pasó a matadero en seco. El profesor Tornasol se rasca la cabeza con el sombrero en la mano, Tintín espera nueva luz en su bombilla, Milú ya no ladra, y en Taniñe, más vacío y sombrío que nunca, ya se ha puesto el sol.

Y es por eso que ahora, no hace falta decirlo, no quiero comer vaca serrana, negra y soriana. Y a lo que voy, sigo a cuestas con mis impuestos, lo mismo que usted, supongo. Por su parte, la verdad disgregada, como el plástico hecho papilla, hecha papilla también, polvorienta, nanoplastificada y sin más pero aún sin degradar, permanece multiplicada e intacta, en rigor como siempre, sagrada verdad, multiplicada, intacta.

Fdo: Ángel Coronado

 

 

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