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TRIBUNA / De qué, cuándo y cómo, llena o vacía

Ángel Coronado reflexiona sobre pasajes de la Biblia, en estos días de Semana Santa.

TRIBUNA / De qué, cuándo y cómo, llena o vacía

No soy Testigo de Jehová, no pretendo pregonar la Biblia ni tampoco descargarla en el ordenador o bajarla de las nubes entre nosotros, en el barro de la tierra. Solo quiero dar cuenta de que aquí, en la tierra, tanto en el barro como en las flores, igual entre chozas de pastores que palacios de príncipes y princesas, tenemos también como una especie de cómic (que decir biblia o libro sería mucho), una especie de cosa pop, o no sé cómo llamarla, una cosa que hace las veces de otra cosa, eso mismo, exactamente como un embajador hace las veces de su amo, pero que a veces, y a la vista de todos y todas en ello, se disfraza sin disfrazarse o se presenta tal cual y de tal manera que ni se sabe, ni tampoco importa, si está desnudo, vestido normal con la ropa de todos los días o a las claras disfrazado.

¿Disfrazado de qué?

Disfrazado de su amo

¡Qué interesante, qué interesante! Prosiga, porfa, prosiga usted.

Me acuerdo con viveza de cuando en clase nos explicaban la Biblia. Cosas como la de Lázaro, como la de la multiplicación de los panes y los peces, como la de las mujeres de Jerusalén llorando, como la de La Magdalena, como la del buen Ladrón y como la del hijo pródigo, para terminar de momento.

Puedo empezar por cualquiera. La del hijo pródigo me tienta, pero me cuesta empezar sin recordar a Lázaro. ¡Lázaro, Levántate! Y siempre echo de menos que Lázaro, ya en pie resucitado, no se fuese en algo de la lengua para contarnos siquiera una molécula del más allá. Nada. Silencio absoluto, con lo buen embajador que hubiese sido con solo abrir un segundo la boca, por ejemplo para decirnos lo del hijo pródigo, que por qué no vuelve.

Bueno, pues en plan cómic, hecha cuenta del silencio sepulcral de Lázaro resucitado, leo con fruición ese cómic que todos tenemos como libro de cabecera, esa cosa pop en la que un hijo se va de su casa y, sin saber por qué, aunque también existen otras cosas pop o cómics que nos dan cuenta de este otro porqué, pero sin saber por qué de la manera en que lo hacen, no regresan a casa nunca, dejándola vacía. O como el pueblo pródigo, que así se me ocurre mencionar al pueblo judío, siempre deambulando más allá de la casa del padre, la tierra prometida. O como ahora, palestino, que no sabes ni dónde meterte.

Otra vez bueno. Bueno, pues en plan cómic, hecha cuenta de lo de la multiplicación de los panes y los peces, hecho mano de esa  multiplicación y pienso en el hijo pródigo nadando entre panes y peces no sabiendo nadie sin embargo cómo sería posible que un hijo bueno, después de haber abandonado al buen padre, lo deja todo vacío por, por ejemplo, por un simple bocadillo de calamares, que además ya no son calamares del mar, que de tanto multiplicarse han tenido que industrializar su reconversión en pasta madre de calamar para representar el antiguo bocadillo de calamares (bar “El Brillante” junto al Museo de Arte Reina Sofía, Atocha, Madrid), para eso, y con masa madre de pan, representar el bocadillo acerca del cual (otro cómic) va y nos dice que no hay otro como él cuando es posible que los haya. Para comprobarlo, el otro día me fui al “Brillante” y me comí uno y me gustó, por lo que no acabo de entender muy bien lo del buen ladrón, que dicen que lo de la masa madre es un negocio con el que te forras dando gato por liebre, esto es, masa madre por pan, masa madre por calamar, masa madre por masa padre y más masa padre, que por eso no volvería pero vuelvo, que leo en otro cómic que nos explica eso del buen ladrón, que nunca debes interpretar como si el hijo pródigo fuese ladrón sino como esa cosa pop antedicha.

Pero lo de La Magdalena no sé cómo explicarlo. Se me olvidó decir antes que quien dice hijo pródigo que diga igual hija, hija pródiga. También podríamos decir de los hombres de Jerusalén, tanto riendo como llorando. Me hubiese gustado verla de Cirenea, ayudando a al hijo pródigo en sus caídas. Dudo incluso si deba dejarse a La Magdalena, ahora y aquí (en este artículo quiero decir) en paz en donde quiera esté, sin preguntarme siquiera si anda por allá o por acá, si ama o esclava, si en la biblia o en la tierra, si en choza o palacio. Tampoco dejo de acordarme de la magdalena de Proust. ¡Vaya una diferencia entre una magdalena y otra!. Pero sobre todo la tengo en ese umbral que se define entre el afuera y el adentro, en ese lugar que no es el de la biblia en las nubes ni el de la tierra en el barro, que acaso fuera el lugar por el que todavía deambulan y seguirán acaso deambulando los hijos/as pródigos/as que tanto abundaron y abundan. No lo dudo, lo veo así. La veo, la veo con él, le veo con ella, llenando una casa entrambos con su compañía.  

Fdo: Ángel Coronado

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