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TRIBUNA / Venatio Cane

Ángel Coronado reflexiona en este artículo de opinión sobre los derechos de los cazadoores, de sus perros, y de las personas en general, al hilo de la ley de bienestar animal, y las manifestaciones que se pueden promover por sus causas.

TRIBUNA / Venatio Cane

Perro de caza. Latín. Lengua muerta. La indicada para expresar científicamente lo que se quiere. Corren tiempos de riqueza neológica insuperable. También de mortandad masiva de términos sanos pero muertos como peces del Mar Menor (Murcia, España). Y en estas condiciones no hay nada como utilizar esa lengua muerta que no admite nacimientos ni decesos indeseables. Nos anima un interés puramente científico, y para eso no hay nada como el latín. Venatio Cane. Perro de caza. Galgo.

Uno de febrero, día del galgo, perro de caza notable. Manifestaciones por todas partes. Me manifiesto en casa. Busco a Soria entre las ciudades manifestantes. No la encuentro. Tampoco encuentro la razón por la que a los perros de caza se les consagre un día. Tampoco creo que Soria la tenga o la sepa. Como tampoco la encontraría, creo yo, de buscarla entre alguna de las ciudades de las que se manifiestan. Le ruego por favor a quien la encontrase o la supiese que me lo diga, aunque sospecho que la encontraría yo mismo si la entendiese. A quien la encuentre que me lo diga, pero solo si la entiende, porque si no prefiero que se calle, que me manifiesto en casa.

Sospecho sin embargo que la frontera entre los derechos de los cazadores y de los perros de caza es borrosa. No sé si borrosa o diferente, pero algo pasa en esa frontera que no se deja trazar de forma inequívoca, para que después y en ese caso, a la vista de todos y con pleno conocimiento de causa, manifestarse a la pancarta. Y eso tanto en la calle como en el pasillo de nuestras casas. Y ya estamos de nuevo en esto de las fronteras, y en esto ya es otra cosa, porque de fronteras no hay quien entienda y por lo tanto podemos suponer que todos sin excepción entendemos.

Allá en el fondo podrá ocurrir (y ocurre) que un cazador cazando con su perro no conozcan fronteras entre sí. Lo creo. Pero que cerrarse la veda y, al menos en el cerebro de algún cazador aparezca esa frontera como aparece el arco iris cuando la lluvia y el sol se encuentran, lo sé también y además lo creo, lo creo y lo creo. Y mientras paseo por el pasillo de mi casa se me ocurre que no son los perros tan solo los que precisan derechos. Somos nosotros, las personas corrientes, nos guste la caza o no, los que necesitamos el derecho humano de no convivir con cazadores de los que dibujan y trazan fronteras según llueva, salga el sol con su arco iris debajo del brazo, comience o termine la veda o se cansen del perro o el perro, ya viejo, se canse.

Reconozco la dificultad de saber qué cazador es de una especie u otra. A los perros se les nota bien, que de un podenco a un chihuahua ya va bien la diferencia, pero al cazador, incluso a ese sinvergüenza que disimula sus partes con una perdiz muerta en lugar de la normal hoja de parra de siempre (he visto la foto en la prensa), al cazador decía, es difícil distinguir acerca de lo que hace con su perro cuando ya no le vale, que la especie de los cazadores, sin distinción alguna entre ellos, nada tiene que ver con la especie de los mascoteros, pobres, carentes de nombre, que ya me avisa la gramática de que no existe ni una palabra (dicen del idioma castellano gozar de más de trescientas mil) mascoterosa o mascoteante.

Y aún peor, porque a los que no somos ni cazadores ni mascoteros decimos que lo mejor para los perros es vivir en el campo y tener un amo cazador, pero de los buenos, con lo que ya estamos otra vez en el punto de partida sin haber avanzado ni un metro. Me manifiesto en mi casa, pero nada de andar por el pasillo. Me manifiesto quieto.

Pasillo arriba de nuevo se nos ocurre lo del movimiento, la plataforma, pero no la plataforma que se quedase solo en eso sino la plataforma que se constituyese y se conformase y se construyese y se formalizase y se apoyase bien apoyada en todos sus cimientos y pegase todas las pólizas que debiese pegar en todos los papeles preceptivos y elevase todo eso hasta donde lo tuviese que elevar para que una vez elevado y satisfecho de tasas y de impuestos detrás de la ventanilla del Ministerio que fuere, esa plataforma derivase a partido político de los que nuestra Constitución aceptase y agrupase a todos los cazadores del Estado.

Y otro sí, dejar a ese partido que resolviese el problema de si a los perros de caza sí, a los perros de caza no. Y otro no, que la Real Academia de la Lengua, en un arrebato inclusivo e instantáneo, no dejase de aceptar el ingreso en castellano, catalán, vasco y gallego de la voz “mascotero”, pero que de ninguna manera se autorizase nunca partido político mascotero alguno, para siempre jamás plataformado, con la única excepción, eso sí, y tan solo en ese caso, de fulminar simultáneamente al otro, al partido de los cazadores que dejaría entonces de operar en el Congreso y en el Senado y del que habría de suprimir hasta el nombre, que por cierto, recién nacido y todavía sin bautizar y por lo tanto en riesgo de acabar en el Limbo de los Justos sin nombre, deberíamos ir repasando el santoral para evitarlo.   

Fdo: Ángel Coronado

 

 

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