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TRIBUNA / Una pepita de uva entre los dientes

Ángel Coronado reflexiona sobre el incremento del censo de población en la provincia, que supera los 90.000 habitantes, y los dos estrategias posibles para incrementar esta cifra.

TRIBUNA / Una pepita de uva entre los dientes

Algo estaremos haciendo bien cuando este vacío que venimos padeciendo no lo es tanto como el de este pasado viernes (El Mirón, 16/02/2024). Lo hemos llenado algo. Entrando en la estadística, que hay de ti si no entras, vemos que lo bueno lo debemos a inmigrantes, cosa que no está mal, porque podría estar mejor. Entrando en esto, que no hay sino entrar, veremos qué hacer. Cosas, hacer cosas. En resumen: algunas como éstas:

Sería bueno admitir más inmigrantes de los que se admiten hoy dejando que se nos marche el mismo número de los nuestros. Vamos a lo primero, menuda cuesta. Lo segundo malo. Abandono culpable.

Vamos entonces a lo primero, que ya está bien de pelotitas de goma, devoluciones en caliente y sobornos planetarios que no tienen gracia ni Grecia que los ampare ni las pateras tienen patos ni el fondo del mar asientos, que lo sabemos, siempre llenas de gentes raras de raros países con animales y tierras raras en el Congo y en el Sudán. La Reina de África, qué peliculón. El Congo de los Belgas, menudo Leopoldo y a los elefantes de Botsuana que les pregunten sin más por el salakof mientras llenamos la mochila de tierra rara, cómo pesa la condenada. Vayamos primero a lo primero que ya está bien de pelotitas de goma malabares en los semáforo y de manteros en el metro, hombre, que ya está bien. 

Vamos a lo segundo. Estaría muy bien ofrecer a los que se fueron mejores lentejas de por aquí de las que fuera encontraron, dejando la entrada de inmigrantes según está. Digo vale a lo primero de lo segundo. Acerca de lo segundo de lo segundo regreso a lo primero de lo primero para seguir con ello sin parar, pero paro. A ver si puedo.

En el fondo, según la estadística nos dice, la cuestión se ventila entre dos estrategias posibles: la de admitir más inmigrantes por un lado (a ver si puedo parar), y por el otro la de convencer a quienes se fueron, invitarles a volver con mejores garbanzos y lentejas, porque de aquéllos que se fueron y por allá las cosas no les fueron bien por lo que fuere, se irían trasformando en nuevos inmigrantes, pienso, hijos que se fueron por irse, aventureros, o vaya usted a saber qué. Hasta imagino alguno navegando en patera con su mujer de por allá y sus dos o tres churumbelillos de uno, dos y tres años llenos de la vida y entusiasmo de su corta edad, como cualquier ser humano que no sabe ni entiende de estadísticas ni de nada que a eso se parezca pero que, por esas cosas de la misma vida, dependen de alguna manera de quienes algo entiendan o podamos entender de todo eso.

A ver si puedo parar, porque ya está bien de manteros en el metro y de menores menas. Y a ver si puedo parar, que con eso de las tierras raras para las baterías del Tesla es que no puedo, pero a ver si puedo parar. Me voy a coger el tractor, engancharle dos o tres remolques y llenarlo de manteros con banderitas. Recogemos frutas y frutos y hacemos la vendimia, pero hoy estamos de manifestación tractorosa.

Y por eso decimos que algo estaremos haciendo mal, digo bien, cuando el vacío de nuestro vacío, el vacío de por aquí, no es tan vacío como el de ayer. En vista de lo cual solo nos resta añadir, aparte de lo que añada estadística y acabamos sumariamente de exponer, la dificilísima cuestión de decirle al hijo que se fue, que se deje de hostias y se venga. Ni una cosa está reñida con la otra ni acometer ambas dejaría de ser lo mejor. ¡Bingo! 

En mi modesto entender todo pasaría por entender primero lo que primero hay que entender, antes de lo que viene después. Para llenar el vaso, la jarra primero. A ver qué jarra para beber, qué aire de respirar, qué alberca de riego, vamos, coño, qué lentejas de comer. África está vacía pero en África se amontona la mayor urbe del planeta, El Cairo. Algo estaremos haciendo mal.   Yo creo que al vacío, con ganas de llenarlo, solo hace falta tenerlo. Como al lleno, con ganas de sobradero, solo hace falta aliviarlo, siendo así que a al exceso de alimento falta el hambre tanto, tanto, como a ésta el sustento.

Concrete usted, por favor. No se vaya por las nubes.

El otro día le tocó a un amigo mío el irse andando a su casa desde la estación del Cañuelo lloviendo, sin paraguas y a las diez de la noche cuesta arriba entre mochila y maleta junto a otros cuantos pacientes y silenciosos sorianetes bien, pero que bien peatonalizados. Ni un solo semáforo para cruzar la calle de la estación en obras (más que calle todavía carretera), sin acera, sin autobusito ninguno mientras tantos otros, vacíos, por tantas callecitas que ni caben. Una pequeñez. Pero vamos ahora de aguas mayores a menores, cagaditas y meaditas de perros y de gatos, y terminar con una cosa diminuta y absolutamente concreta. No se rían.

Como todos ustedes sabrán, contamos aquí con una población querida que tiene por nombre Almazán. Y otra cosa igualmente archisabida es lo mal que sienta cuando a cosa que se quiere se modifica el nombre sin razón alguna. Que a Isabel se le llame Isabelita, vale. Es el cariño hacia Isabelita, niña preciosa y chiquitina. O Tita chiquitita, como la llama con su lengua de trapo el hermanito. O que London sea Londres para los que no sabemos inglés. Pero que no nos venga la Renfe con que Almazán se llama, oigan ustedes, “ALMANZÁN”, así, porque lo diga la Renfe.

Bueno, pase un error, pero me dicen y nosotros lo hemos constatado y por eso nos consta, que desde hace por lo menos diez o quince años (desconozco la cifra exacta), nadie, nadie se ha dignado quitarle a nuestro Almazán esa “N” intrusa tan… tan… Bueno, tan fenomenalmente expresiva de la higa que a la Renfe le  importa lo nuestro. Con las cosas nuestras, Renfe ni se molesta en lavarse la cara. Cuando te subes al tren, eso sí, te da la bienvenida de tal manera, esto es, óiganlo, como si nada sino buenas palabras y educación hubiese por este mundo.

Una cosa diminuta. Nos gustaría que a su presidente, al de la Renfe, se le metiese entre los dientes una pepita de uva, de mala uva, tan dura como esa “N” que nos metió en Almazán.

Generalice usted, por favor, no se nos pierda en minucias.

A ver si podemos.

Fdo: Ángel Coronado

 

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