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TRIBUNA / Un libro de grata sorpresa

Carlos Pascual del Pino, librero y editor de la prestigosa firma Marcial Pons, reseña el libro "Retrato de maestro y  escolares", de Javier Narbaiza, del que asegura ha sido capaz de llevar al papel una buena parte de los recuerdos y sensaciones de muchos sorianos.

TRIBUNA / Un libro de grata sorpresa

Conocí a Javier Narbaiza, en una presentación editorial en la que él intervino, que recuerdo fue “Las Escuelas de Soria 1812-1936”, escrito por la doctora soriana Mª Carmen Calvo Villar. Ahora me llega su  último libro publicado que titula Retrato de Maestro y escolares.

Creo que todos los sorianos y especialmente los que vivimos transterrados, llevamos escrito ese libro ideal en nuestra imaginación y en nuestro pensamiento. Javier Narbaiza, ha sido capaz de llevar al papel una buena parte de ese bagaje de recuerdos y sensaciones, y lo ha hecho con sensibilidad extraordinaria y con un cuidado expresivo y literario que llega a recordar al gran valedor de nuestra tierra de Soria y de Castilla, don Antonio Machado, y si no es así, contradíganme, después de escuchar lo que escribe Javier Narbaiza en la página 57 del libro y que corresponde al capítulo que titula “La calera del albarquero”. Dice así:

“Esta mañana apacible y fresca, al alba, entre el gorjeo de gorriones y otras pajarerías, he vuelto a bajar por un senderillo en cuesta que parte de la plaza y por el que entre los espliegos, lavandas y malezas se llega al campo rural que conduce a Jodra de Cardos. Empiezan a reverdecer los campos, y en la caminata, siempre a un lado el rastrojo, al otro el verdinegro de las carrascas, puedes cruzarte con corzos, o jabalíes, o bien con una punta de perdices que buscan la escapada por la zona del robledal”

Todo esto lo cuenta Javier Narbaiza para llegar a la calera que impulsó el albarquero, su bisabuelo, Ángel del Castillo Fuente. El albarquero, o abarquero, término que también se utilizaba frecuentemente. Un oficio básico y muy presente en cualquier pueblo soriano cuya actividad fueran las labores del campo. Cuando yo era niño miraba con envidia a los compañeros de la escuela en Valdenarros, pueblo donde mi abuelo también ejercía como maestro, porque calzaban sus albarcas mientras yo debía contentarme con unas alpargatas o, a lo sumo, con unas sandalias.

Año 1929, una foto con la que Javier Narbaiza se ha inventado un libro, o como él mismo diría, un relato que recoge sus afanes como coleccionista con alma. Este relato discurre por los últimos cien años de un pequeño núcleo rural soriano como es Pinilla del Olmo. Y es, sin duda, un ejercicio costumbrista por el que pasan las gentes retratadas en la pared de la escuela en el año 1929, en sus diferentes planos de vidas, afanes y destinos y que, a uno, cuando las ve escritas le resuenan las membranas de ese uniforme arévaco que llevamos todos los sorianos, especialmente los que andamos por la diáspora.

“…!!Niños, !! quietos, estaos quietecitos y poned mucha atención. ¡!Niños!!, mirad aquí, que ahora sale el pajarito. Cuanta más gente esté en el grupo mejor”, decía el retratista ambulante el 11 de abril de 1929. De esta forma quedaron inmortalizados el maestro, autoridades y alumnos de la escuela de Pinilla del Olmo. Allí estaban los Rellos, los Negredos, los Momblonas, los Lázaros, los Bartolomés, los Tundidores y Dolados. Todos van pasando ahora por el libro de Narbaiza mostrando las aristas de sus vidas, quebradas en algunos casos, pero siempre enganchadas en una tierra que aún siendo de secano va reverdeciendo con intensidad en el imaginario de todos ellos.

Javier Narbaiza es un narrador con talento y en este libro nos trae una historia ágilmente contada en la que rescata los recuerdos y anécdotas del pasado a través del testimonio de algunos protagonistas, figurantes en ese retrato del año 1929, la mayoría de ellos ya fallecidos, y otros, como Exuperancia Bartolomé Gil, centenaria y lúcida.

En un principio, cuando comencé con la lectura del libo pensé que iba a encontrarme con un retrato de don Santiago, el maestro, en el que se trazaran las líneas profesionales de un modelo de enseñante y educador tan frecuente y beneficioso como lo han sido todos los maestros sorianos para que Soria haya liderado siempre los niveles de alfabetización e instrucción.

Javier Narbaiza no excluye a su abuelo de esta consideración, pero pasa de puntillas sobre esas ya reiteradas referencias, y nos dice que don Santiago tenía 39 años de edad ese 11 de abril de 1929 y que se había puesto traje oscuro con corbata para esta ocasión. Había llegado a Pinilla del Olmo en el año 1916 proveniente de Piedrahita, Ávila. Después casaría con Isabel Gil, la hija del albarquero.

Parece que pegaba y castigaba frecuentemente, según nos dice Narbaiza, pero eso no era óbice para que los padres de los alumnos le agradecieran este trato y le obsequiaran con los productos típicos de la matanza y de la huerta. En cualquier caso, don Santiago Domínguez Guzmán, cuando partió después para ser destinado en tierras aragonesas, había dejado en Pinilla una etapa decisiva de su vida, el mejor recuerdo y la más alta consideración y estima en varias generaciones de discípulos, entre los que podríamos distinguir a Saturnino el aviador, al guardia civil Zacarías, el poeta y después conserje administrativo del Casino de Soria Julio Lázaro, Pedro Negredo y  Antonio García Tundidor y Ricardo Lázaro, que fueron secretarios de Deza y Tardelcuende.

He leído el libro de Javier Narbaiza con gusto. He descubierto diferentes experiencias, algunas de ellas vividas en la infancia. Me he encontrado con personajes que definen perfectamente el protagonismo de Retrato de maestro y escolares, y con sus viejas historias que  a todos nos encandilan. He tropezado con palabras y con formas de expresión que ya daba por perdidas y, además, qué maravilla, escrito todo desde los cánones literarios más exquisitos. Cómo se lo agradezco a  Javier y cómo se lo agradecemos todos los sorianos, aunque tengamos que soñar esta querida Soria desde la lejanía.

Y concluyo invitándoles a que compren el libro, que lo lean y que lo disfruten. Es un verdadero bálsamo.

Fdo: Carlos Pascual del Pino. Librero-editor

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