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Opinión

La negación ecológica en Europa

Juana Largo cuestiona en este artículo de opinión el camino que ha llevado Europa de la mano de la economía liberal, que se ha olvidado de la preservación de la naturaleza en sus decisiones.

La negación ecológica en Europa

“Malos tiempos para la lírica. Malos tiempos para la ecología.” Esto podríamos decir ahora en relación a los problemas que nos atañen del cuidado del Medio Ambiente, aunque hayan sido malos tiempos para la lírica casi siempre, o para la ecología casi siempre.

Porque antes, desde hace unos pocos años, el sentido del deber era el del compromiso con los problemas que había causado el industrialismo, pero en el orden natural, aparte del humano, como denunciaron los comunistas y los socialistas y los anarquistas desde el siglo XIX, sobre todo, cuando partió de la imprenta alemana el Manifiesto Comunista de Marx y Engels, en 1848.

Y no solo era el asunto, o no solo consistía la cuestión en exponerlo ante el público ciudadano y aquellos que criticaban la plusvalía de las empresas diversas en que los trabajadores se agostaban; era también el estudio científico, era asimismo la investigación científica que, para la nueva clase surgida con las chimeneas de por ejemplo Manchester, la del proletariado, significaba algo así como su salvación. De hecho, luego gobernaron en Europa, sobre todo en la occidental, los partidos socialdemócratas y los relacionados con el consumo excesivo referente al humano, aparte de que se diera el fenómeno de consumo de los ciudadanos, encarrilándonos todo ello a una carrera en la que todavía estamos y no hay más que darse un garbeo por los centros comerciales para que nos demos cuenta de la prevalencia que, ese consumo, tiene en las personas.

La depauperación que se estaba dando en Europa, o en los centros de máxima explotación en lo que era el capitalismo primero, sobre todo en Alemania e Inglaterra, que es donde pusieron la vista los críticos de la economía liberal, para el desencadenamiento de la revolución, era también el nacimiento y desarrollo del ecologismo parecido al de nuestro siglo XXI.

No solo se llegó, sobre todo a finales del siglo XX y principios del XXI, a considerar los estudios y los análisis ecologistas algo de significado en el panorama social, sino que, de la misma manera, hasta los organismos internacionales oficiales y los gobiernos tomaron buena nota de ello, de por qué camino había de ir el progreso de estos países europeos y lo que había que hacer al respecto. Hasta en la educación y en las universidades el tema del ecologismo o del cuidado de la naturaleza y del medio ambiente, fueron cruciales. Se trataba, pero no por ideología, sino por evidencia más clara que el agua de los ríos y de los arroyos que desembocaban antes en Soria en el Duero, que el destrozo medioambiental era algo a tener en cuenta en la conciencia de la cultura.

Hasta el momento actual en el que, hace pocos días, se informaba por algunos medios de comunicación a la gente de este país, que, en el resto de Europa había unos cuantos países con sus gobiernos que hablaban y tenían en cuenta vocablos como “pragmatismo” o “simplificación” para atacar en la actualidad el problema de la productividad, lo que conllevaba el retomamiento del orden industrial, pero ahora puesto a parir a destajo y sin miramiento tanto para el medio como para los ciudadanos.

Claro que esto, todo ello, iba relacionado con el problema del ascenso de las ultraderechas en diversos países de Europa –que es el ámbito en el que nos movemos- y de otros lugares.

El caso es que, por ejemplo, el tema del calentamiento o de las altas temperaturas en el clima actual, se quiere dejar de lado, pero todo en pro de la “sobredimensionalización” del exacerbamiento de las industrias, en tiempos, además, de dos guerras, sobre todo, de las cuales no nos podemos separar ni desvincular en su significación tanto para los países europeos como para el resto de Occidente.

Ahora parece ser que el productivismo se quiere poner o reponer en marcha a toda vela, para conseguir resultados no solo de satisfacción de una economía aturulante, sino también de una excesiva producción de mercancías que pueden colapsar los almacenes de estos países que, maldita la gracia, se llaman “de la Unión Europea”.

Ahora, por ejemplo, se tiene muy en cuenta por los regidores de algunos países de Europa, a señalar por ejemplo Francia, Alemania o Italia, que el ecologismo es un lujo que no se pueden permitir y que les amenaza en su vana pretensión de poder seguir gobernando, aunque sea con el extremismo más ultramontano. Y esto se hace de tal modo que se prioriza una economía depredadora sobre los tan visibles signos del calentamiento global atmosférico y del impacto que ello tiene tanto en las urbes como en los lugares naturales en que los ciudadanos nos movemos. Y una servidora, la que suscribe esta Tribuna, se pregunta que cómo tendrá tanto morro, por ejemplo, una señora como Ursula von der Leyen.

Fdo: Juana Largo

    

 

   

    

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