El tercer cochinito
Ángel Coronado ironiza en este artículo de opinión sobre la granja porcina que se planifica ubicar en Cdiones, en la zona de influencia del pantano de la Cuerda del Pozo.
A nuestra suerte
El embudo enquistado: ¿Quién se beneficia?
El tercer cochinito
Pasa el tiempo para nada. Nuestros dos cerditos ahí siguen, de momento felices. Nosotros no. Al revés. Enormemente preocupados. Inocentes (nos referimos a los cerditos), no lo saben. Les falta uno. Nosotros lo sabemos y lo buscamos sin cesar, Señora Pastor. No lo saben. Nosotros sí. Y lo repetimos: nos preocupa mucho por no decir muchísimo. Prácticamente no existe ninguna otra cosa que nos preocupe más, Señora Pastor. Se les ve (nos referimos a los cerditos). No les hace falta hablar y a quien diga no entender sus gruñiditos, miente. Al menos a nosotros nos parece que miente.
Y en su caso (Dios no lo quiera), aquí estamos para darlos a entender. Gruñ…, Gruñsch…, Gruñ…., dicen. Lo sabemos. Ignoramos, pese a todo, si esos mensajitos salen de su cabeza o de su corazón, Señora Pastor. Sabemos también, como usted misma dice, de los tiempos de Descartes y su famoso “Método”. Seguro que conoce el maravilloso retrato que del filósofo hizo el no menos maravilloso pintor Franz Hals. Por nuestra parte solo podemos añadir que del semblante que nos muestra el citado retrato no se puede seguir otro comentario diferente al que humildemente llegamos después de una paciente observación y nos aventuramos a exponer. Franz Hals sorprendió a Descartes después de haber almorzado, no decimos que un cochinillo asado por Cándido en su mesón Segoviano por la sencilla razón de que por aquéllos tiempos que usted tan acertadamente indica no existía ni el acueducto (es un decir), pero sí el acueducto, y el cochinillo también, aunque de ninguna manera ni Cándido ni su Mesón, como usted misma sabe, Señora Pastor.
No hay más que verle. Hasta ese cuello blanco parece una servilleta al cuello para evitar al inevitable lamparón grasiento sobre la sobria vestimenta. Obscura, protocolaria, de pensador antes que de comilón. Pero su ceja derecha, algo levantada con respecto a la izquierda parece decirnos:
¡Qué! ¡Yo también disfruto con estos pecadillos! (Al parecer, a Descartes le habían prohibido las grasas los amantes de la filosofía, que por aquéllos tiempos, como todo el mundo de por entonces, gente corriente, y usted, señora Pastor indica, no tenían más de los treinta años de esperanza vital. Temían que de un momento a otro Descartes les dejase huérfanos de filosofía. Y a juzgar por el retrato, René, René Descartes había rebasado ya por entonces los cuarenta sin lugar a dudas.)
¡Qué pasa!
¡Me gusta el cochinillo! ¡Y qué!. Aparte: Franz Hals pintaba de una forma genial.
Y voy terminando. La granjita legal, como Dios manda, Señora Pastor. Tengo un amigo que de leyes, y no se me ofenda, Señora Pastor, sabe más que usted y nosotros todos juntos de filosofía y desde luego de leyes. Consúltele. A nosotros nos ocurre que nos hacemos un lío con tantas. Nos pasa, como le pasaba a la inocente y enamoradiza Ariadna en el laberinto, o como a Pulgarcito, que para volver a su casa tenía que dejar un rastro de miguitas de pan. Recurra usted a él. Por nuestra parte seguimos buscando al tercer cerdito. De una forma particular, y sin lanzar las campanas a vuelo, he visto uno (en un supermercado de cuyo nombre no puedo acordarme y en el anuncio de un producto cárnico bajo temperatura adecuada y fecha de caducidad) que, por decirlo así, me dejó la cara durante unos segundos como a Descartes. Era un cerdito mirando al cielo. Ojos cerrados. Como en éxtasis. Como en oración. Transido. La papada papadita. Un amor.
Fdo: Ángel Coronado