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Opinión

A nuestra suerte

Juana Largo incide en este artículo de opinión en el sufrimiento silencioso de las mujeres y en una sociedad que fomenta la soledad.

A nuestra suerte

Todos sabemos que, a lo largo de la historia, nuestras sociedades han tenido ese marchamo de hacer a algunas o a muchas personas desgraciadas y que, además, esas sociedades, se han alimentado y han medrado a base de esas desgracias que ocasionan sobre los que menos pueden.

Ahora, en los hogares, las mujeres, las que se tienen que quedar en casa porque no laborean en trabajos de pagadas, son un testimonio de ese sufrimiento silencioso que se vive en las diversas poblaciones. Ahora, el mundo mercantil del trabajo, también demanda mujeres, pero son pocas las contratadas para trabajos “exuberantes” y en cierto porcentaje no mayor, se dedican a tareas que, propiamente, las mujeres han desempeñado casi siempre, y que, en ocasiones son una repetición, con su aumento, de las funciones caseras. Trabajo proletrio hay, y en las grandes direcciones, las mujeres que trabajan, no por ello dejan de lado las faenas caseras o su condición de mujeres, con lo que ello implica. No solo una desventaja, sino un desajuste ante las prevalencias de hombres que contrata el Capital

En los barrios, las mujeres no se comunican prolijamente, hay que andar con defensas y, del tiempo en el cual se pudieron comunicar las mujeres, tenemos que darnos cuenta de que, eso, aun con su contexto autoritario franquista, ya no se da. Porque casi todas esas mujeres que aparecen por los barrios se encuentran condicionadas por todos los registros de recogimiento que predican los mecanismos de consumo de la sociedad, lo que a las mujeres envía de nuevo a las casas. Las envía a su “casta”.

 La tele y las redes ocupan todo, con todo el escándalo violento que llevan encima y que arrojan para herir a los espectadores, o usuarios.

Parece que no hay solución al alivio de las que y de los que sufren. Se podría decir que esto de las televisiones y redes más que un entretenimiento, es una participación en una gran masa del espectáculo no instructivo y en el cual, no deja de darse el elemento negativo de que fomentan más, si cabe, la soledad. Y en los diversos ámbitos, regional, nacional, estatal, internacional, las mujeres sufren la violencia, pero es el colmo el silencio administrativo. Ámbitos en los cuales se deberían recoger las demandas de las gentes, son lo peor para ello, pues esos ámbitos, todos con sus administraciones, al hacer burocracia, dejan de lado la demanda real y directa de, por ejemplo, una mujer de las que les toca hacer la comida todos los días, además de otras “sus labores”.

El requerimiento industrial produce, sí, pero a costa de hacer “cosas” en vez de humanos. Y los registros colectivos, que, en vez de hacer tantos test deberían tratar de los problemas de las gentes de carne y hueso, no acogen ese sufrimiento silencioso porque lo administrativo detesta las personalidades. Y no acoge el silencio administrativo, el padecimiento de los que debería atender y estos tienen que callar.

Parece, a juzgar por los mass-media, que solo pueden sufrir los famosos, que solo sus tragedias son grandes, parece que solo puede sufrir el que logra expresarlo y tiene altavoces. Una persona, pongamos una limpiadora, puede tener un solo momento feliz en su vida, cuando la sacan en un reportaje, aunque sea en la última página de un periódico, y eso le dura toda la vida, pues parece que ha contado algo para el sistema, pero que en realidad es irrelevante para ese supuesto sistema, ya que lo que sí que es privativo de ese sistema son los hechos de capital, ya vaya en una dirección o en otra. En nuestras sociedades, que aspiran al Bienestar, el sufrimiento es continuo hasta que, pongamos, una mujer estalla y rompe un plato, pasándose de la raya y, entonces, hay un conflicto para los mass media, que toman nota y hacen, a la vez, negocio.

La gente no quiere gritar, como se grita en el Guernica de Picasso, porque le da vergüenza, y tiene la soledad, encuentra la soledad, porque que hagan una serie televisiva sobre una familia o empresa, no dignifica el ninguneo al que tienen sometidas a muchas mujeres con su nombre y apellido del DNI. Tras cada DNI con sus datos, existe una Vía Láctea que no consideran los estudios de las entidades administrativas.

Y la soledad es detestable.

Las quejas se tienen escondidas, parece que siempre, en medio de la gente, hay alguien que dice, que no te deberías quejar. Incluso los hay acérrimos del callar o tapar los quejidos, porque, sencillamente, molestan los quejidos humanos; si fuéramos muebles, no molestarían. Con lo cual estoy conforme con lo que decía en la prensa de ayer Luis García Montero, de que los quejidos deberían llevarse a las plazas.

Nuestros sistemas liberales premian a los individuos, pero son individuos con poder ya como si dijéramos prefigurado, de los que tienen derecho a ser individuos y pueden ser escuchados por los medios y las gentes. Es el establishment.

El deseo, el ansia de superar la fatalidad, llevan a la brega continua y al final todo el mundo, hasta los que tienen  que estar en cama, luchan. No hay teléfonos que atiendan, solo escuchan, si es que escuchan y no están dando datos estadísticos y no se implican en el problema concreto de un quejoso o una quejica. Parece que queda todo en un cuarto cerrado y no sale nada al exterior.

El sufrimiento se deja estar: parece ser que es el coste del progreso. Es decir, que si tenemos agua caliente en los radiadores eso implica una cierta obediencia a otros factores que nos aíslan del mundo de las necesidades comunicativas de las sociedades. Es un ejemplo.

Y ¿hay relaciones sociales? Con leerte “Bouvard y Pecuchet”,  de Flaubert, vemos que las relaciones sociales son un instrumento de esa in-comunicación de ese sistema que nos da, también por ejemplo, un ordenador o un ritual televisivo donde los personajes echan los restos para que se conmuevan los espectadores, perteneciendo todo ello al mundo de la ficción que es obra de lo mercantil. Parece que se quieren eso, consumidores, más que ciudadanos. No hay recursos sociales para aliviar el sufrimiento de la gente y todo se  deja  a su propia suerte y la suerte, sin duda, se define o es “mala” suerte.

Aquella o aquel que tome consideración por los principios cristianos, es mal mirado por el egoísmo secular al cual nos obligan las estructuras asfixiantes económicas en una iglesia que contiene tópicos y conveniencias que no dejan de ser políticas.

Y encima las guerras, para que nos demos cuenta de dónde llega el progreso humano. Algo que nos convence, si no estábamos convencidos, de la realidad como si nos diera una sonora bofetada.

“¿Qué hacer?”, decía Lenin.

Por ahora, y con rabia, señalarlo. Puesto que, además, el socialismo no es solo una pose ante un concepto económico de todo el tiempo histórico, la explotación, dado que esos problemas de incomunicación, de soledad, de lucha y de indignidad, no son privativos exclusivamente de la vida, de toda la vida, sino que deben atenderse y tomarse en cuenta ahora, por ejemplo, en estos grupos o en estas colectividades en las que vivimos.

Fdo. Juana Largo

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