TRIBUNA / Causa y efecto
Ángel Coronado reflexiona en este artículo de opinión sobre la búsqueda de la realidad, y como la causa se torna en efecto, que abre el camino a nueva nueva realidad. Y el bucle de las contradicciones en el que entran también los indultadores.
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TRIBUNA / Causa y efecto
La realidad, ese conjunto de efectos cuyas causas se buscan. Tal es la tarea de la ciencia, la búsqueda. La ciencia busca. La ciencia vive del por qué. Y allí donde lo encuentra, allí donde halla la causa buscada, se diría que nada queda por hacer. Por suerte, o por lo que quiera que fuese, algo nuevo aparece en ese allí, en esa causa encontrada. Nada que hacer excepto eso, nada que hacer excepto saber acerca de esa cosa nueva que aparece justo allí. Porque al punto de ser descubierta, la causa se torna en efecto, nuevo efecto cuya correspondiente causa es necesario buscar de nuevo. Todo nuevo. Una nueva situación idéntica a la anterior pero algo más allá, como un eslabón más de una supuesta cadena, un escalón más de una supuesta escalera.
Describimos esto como si, seres superiores o extraños a ello, superiores a esa terrícola realidad, fuésemos espectadores ajenos. Como si curiosos extraterrestres viésemos una mina, la realidad terrestre, un yacimiento terrestre del que a su vez formamos parte, aparte de ser espectadores que lo cuentan. Vamos, como si esa herramienta extractora, esa llave inglesa que ajusta cualquier tornillo hubiese de ajustar también los suyos.
Y lo podemos hacer, lo podemos describir gracias a ese invento que, dicho así, parece ocurrencia más que invento, ocurrencia de Jaimito. Una jaimitada. En efecto (nunca mejor dicho). Somos autoconscientes. Tenemos autoconciencia. Podemos vernos a nosotros mismos, ojo, no como Narciso. Podemos desdoblarnos. Dejamos la llave inglesa tendida en la mesa, una mesa especial a la que llamar “quirófano” y, una vez allí, y anestesiada, con la otra, con la otra llave inglesa, con la llave inglesa duplicada, nos damos vueltas al tornillo que nos falta (¡nos falta y es nuestro!) y asunto concluido. Y al extraterrestre, al marciano, que se vaya a su casa. No lo necesitamos. No somos seres superiores. Nos duplicamos así como así. Sencillamente contamos con la posibilidad de sabernos duplicados, de creerlo. Somos, según creemos, y en esto estamos todos de acuerdo, según creemos, dicho sea por segunda o por centésima vez, los único seres, los humanos, capaces de ello. Jaimito dixit.
Por esa escalera, subiendo por esa escalera, Baruch Spinoza llegó a la conclusión de que un supremo hacedor no podía ser otra cosa que una causa de sí misma, una causa que, descubierta, no se tornase nuevo efecto sino causa de sí. Spinoza fue acusado de ateo, panteísta y, a la vez, ebrio de Dios.
Y preguntamos a Jaimito sobre Narciso. Jaimito nos dice que él no se ve a sí mismo como Jaimito. Para Jaimito, Jaimito es un ser especial al que puedes llamar tonto sabiendo que no lo es, mientras que a un tonto no le puedes llamar Jaimito. Llegamos a la conclusión de que Narciso es un ser especial, incapacitado, incapaz de desdoblarse. Necesita siempre un espejo. Sin espejo no existe Narciso, aunque sin Narciso y con espejo te puedes peinar o afeitar o probarte un traje sin problema.
Para mí que todos tenemos, allá en el fondo de nosotros mismos, dos espejos. Narciso es aquél que los confunde. El resto no. Nosotros, junto a muchedumbres, no los confundimos. Podremos equivocarnos de espejo, así cuando queriendo decir patata decimos lechuga, pero eso no es ser Narciso. A Narciso le da lo mismo la patata que la lechuga, un espejo que otro, pero ni a Jaimito ni a nadie de nosotros nos pasa lo mismo. Eso en cuanto a Narciso.
Y preguntamos a Jaimito sobre la ciencia, sobre la cadena, la escalera, incluso sobre su idea acerca de Espinoza, Baruch Spinoza.
Del filósofo nos dice que lo está leyendo. No se fía de lo que le dicen. Me desdoblo, nos dice, y desdoblado en “x” e “y” me acerco a él. Lo leo. Primero como “x”, luego como “y”. Estoy en ello. Es complicado, déjenme. Necesito que me dejen. Y le dejamos. Nos ha dejado una impresión extraña, como si ya no fuese Jaimito, así como menos Jaimito. Y lo sentimos, como si nos faltase algo, como si en este momento necesitásemos a Jaimito, al de siempre, sin encontrarlo.
Imagino que ustedes sabrán disculparnos, e incluso disculparse a sí mismos, en su caso (claro, en su caso), de tanto despropósito. No somos culpables pero les pedimos disculpas. ¡Qué contrariedad! ¡Qué contradicción! Jaimito no está. No lo encontramos. No acertamos a responder. Solos en este planeta ¡Y Jaimito ausente! A Jaimito necesitamos, respetamos. Necesita soledad y concentración, pero imagino, repito, que sabrán ustedes disculparnos. No somos culpables pero necesitamos disculpas. No podemos responder a esa contradicción (y al extraterrestre, al marciano, que se vaya a Marte. No lo necesitamos)
Indúltennos, por favor, indúltennos, ¡necesitamos indulto!. Un clamor. Un exceso de creyentes clamando indulto.
Y de pronto irrumpe Jaimito como un ciclón. Sin duda nos ha oído, ¡Nos estaba oyendo! Irrumpe como un ciclón, diciendo ¡Y a mí también, por favor, y a mí también! ¡Indúltenme!
Y los indultadores o indultantes, solos también en esta roca errante a la que llamamos tierra, entran igualmente en el bucle de la contradicción. ¡No quieren indultarnos!
Fdo: Ángel Coronado