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TRIBUNA / Descarbonizando

Ángel Coronado ironiza en este artículo de opinión sobre la humanización de las travesías anunciada por el Ayuntamiento de Soria, mientras en el día a día persisten situaciones que dicen todo lo contrario.

TRIBUNA / Descarbonizando

Humanizar, lo que se dice humanizar, dicho por un humano (y si no a ver por quién), suena corriente cuando debería de sonar raro, redundante a fuerza de ser obvio. Y digo que suena corriente por no decir que suena bien, extraordinariamente bien, tan extraordinariamente bien que hasta se han catalogado una serie de derechos a los que se llama humanos por parte de los humanos, que luego se los pasan por ahí, como es bien sabido por todos (los humanos), incluso por mí que también lo soy, o por cualquier víctima de guerra fuere cual fuere ésta, vamos, lo que se dice por cualquiera, y por usted naturalmente también, lector. Deberíamos humanizar en serio. De lo contrario, deberíamos permanecer bien calladitos, que así estaríamos mucho más guapos.

Y digo “estaríamos” porque para eso está el tiempo condicional en la conjugación del verbo, para recordarnos lo que deberíamos hacer para estar mucho más guapos, mucho más guapas, todos y todas, según nos dicta el gramático y la gramática, hablando a tope en plan inclusivo.

Lo que pasa, lo que me parece a mí que pasa, es que no tenemos una idea muy clara de lo que sea lo humano, y esa cosa que me parece a mí que pasa, me parece que, además de pasar, o al mismo tiempo que pasa, nos dice que podemos humanizar cualquier cosa. Y claro, se nos ocurre humanizar cualquier cosa, que para humanizarnos a nosotros ocurre lo que decía, que nos vemos tan humanos que no veas, a los animalitos miramos por encima del hombro y a los angelitos que retocen regordetes por entre las nubes y a lo lejos. Me parece a mí que nos pasa como a los peces les pasaría si les preguntásemos acerca de qué tal les parece el agua, o como si a un garbanzo le preguntasen por el cocido. Siempre que los avatares de la vida me sitúan en cosas así, se me ocurre decir que eso es como si al fuego le preguntasen por el calor o a los aviones por el aire. Ni se enteran.

Pero no. De acuerdo con mi tesis, nos empeñamos en humanizar cualquier cosa porque peces no advertimos el agua, o como le pasa al mismísimo satanás, que de pecados no entiende. Todo él es un perfecto, redondo y concluyente pecado.

Que no me digan a mí lo que me ha dicho un amigo que tengo, minusválido en sillita de ruedas. Y ahora precisamente, casi a las puertas de una cita electoral, viene nuestro alcalde a decirnos que quiere humanizar los accesos a la ciudad, como si desde la Edad Media que se fundase, o qué se yo la de tiempo desde nadie sabe los años, los accesos a la ciudad fuesen inhumanos mientras que a los derechos del hombre les den. Me refiero a los derechos del pobre hombre minusválido sin olvidarme tampoco de los otros, que por mucho que se redactasen al calorcillo de la revolución, la francesa, y por mucho que mi amigo el minusválido no hubiese nacido por entonces, tampoco es para dejarle fuera de los mismos. Y no solo quiere, a nuestro alcalde me refiero, humanizar esos accesos, sino que también quiere descarbonizarlos.

A mi amigo el minusválido no le quiero desengañar. Por otra parte no tengo motivos tampoco. Me parece bien que nos descarbonicen y me parece bien ver a mi amigo el minusválido frotándose las manos cada vez que se cruza con un cochecito de bebecitos gemelos por el tapón de la fuente de El Espolón. Para frotarse las manos tiene que parar su silla de ruedas, pero le da igual. A mayor complicación se viene arriba y palmotea. No le quiero desengañar, pero está convencido que le van a descarbonizar de inmediato y acto seguido, como efecto, el tapón del Espolón se humanizará de golpe y porrazo. Eso cree. Y a pie juntillas. Y sobrará dinero, dice. 15,08 millones de euros son muchos euros. (“La humanización de travesías, los Reyes de Soria” El Mirón, 03/2023). Y otro millón para el puente. Sobrará dinero, dice palmoteando mientras los bebecitos gemelos lloran.

La verdad,  se me olvida con esto hasta el calvario pasado con lo del Cerro de los Moros. Al fin y al cabo, nadie, ni el más garrulo ni el más paleto podía evitar que otros, un poco menos garrulos y bastante menos paletos me parece a mí, cogiésemos un libro de Don Antonio para leer lo de las cárdenas roquedas y otras cosas de por allí. Y es que a los poetas no se les puede humanizar porque ya lo están, y menos descarbonizar porque nunca lo estuvieron.

Pero a mi amigo el minusválido que no me lo toquen. Y a los bebecitos gemelos que nadie me los haga llorar. Cuando mi amigo el minusválido se puso a palmotear le agarré de las manos y a los bebecitos consolé. La mamá los cogió en brazos, plegó la sillita descomunal que me ofrecí a llevar una vez que mi amigo el minusválido se agarró a las ruedas de su otra sillita y arrancó. Y así nos descarbonizamos entre todos aquélla buena mañana en lo alto de El Espolón.

A veces se piensan disparates. Aquélla mañana, en todo lo alto de El Espolón, se me vino uno a la cabeza. Lo ahuyenté de inmediato. Era una barbaridad. Lo primero era descarbonizar. Lo que urgía era descarbonizar. Y mi amigo , los bebecitos y su mamá quedaron absolutamente felices y descarbonizados. De paso, también me descarbonicé. No he vuelto a verlos desde entonces, pero al recordar todo esto ahora, noto algo así como la carbonización, me parece. Renace terca. 

Fdo: Ángel Coronado

 

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