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Opinión

Vaya par de Gerundios, Señor, Señor.

Ángel Coronado reflexiona en este artículo de opinión sobre la gestión política de la Dana, en Valencia.

Vaya par de Gerundios, Señor, Señor.

Suele citarse (de cosas menudas, menores, pequeñas, sin importancia), su grandeza y hermosura, como si diciendo algo diferente a lo que usualmente se piensa o pensamos de las mismas, las quisiésemos reforzar positivamente con mayor eficacia. Como si diciendo de la hermosura que fuese algo de poca monta, es decir, pequeña, cosa de nada, ninguneada, la quisiéramos iluminar con esa clase de linterna, como andando a tientas y con luz de pilas a las doce de la mañana y al sol. En resumen, que diciendo lo que no, pretendemos engrandecer lo que sí. Como iniciar una carrera retrocediendo para coger impulso y llegar antes.

La hermosura es siempre grande, desmesurada (nunca excesiva), siempre grandiosa, y ante una tragedia (a la que por otro lado ocurre igual), el simple recuerdo de una palabra o de un leve susurrar amistoso, cobra una dimensión desconocida. Ese susurro, esa palabra, pese a ser desconocidas (desconocidas excepto para quien las pronuncia o las escucha), no son hermosas por ser pequeñas sino grandiosas por ser, sobre todo y antes que nada, hermosas. Y lo sabemos todos porque todos, en alguna ocasión, las hemos pronunciado teniendo a quien escuchase o las hemos oído teniendo a quien las dijese.

Se produce, pues, el desfase inevitable de naturaleza estrictamente temporal entre un acontecimiento y su recuerdo, porque no es lo mismo haber oído algo que estar oyéndolo al compás de lo que acontece. No es lo mismo decir recordando lo que dijiste que decir al compás de lo que sucede. Y ese mismo desfase se produce necesariamente cuando el acontecimiento nos hiere, cuando el acontecimiento te hiere, cuando el acontecimiento me hiere. Sólo a nosotros, solo a ti, solo a mí mismo, pero nunca a todos. A otros no sucede lo mismo. Entre tales otros (en una sociedad como la nuestra sin necesidad ninguna de buscar otra) están los sujetos a la obligación humana, legítima y legal de poner el mejor remedio dentro de los recursos disponibles para mitigar los efectos de esa herida. En resumen: existe un desfase inevitable entre el instante preciso en que se produce la herida y nace el derecho al auxilio, de un lado, y del otro, el instante igualmente urgente en el que nace la obligación humana, legítima y legal de ayudar, de ayudar por parte de quien dispone de los medios y la responsabilidad de hacerlo.

Lo pequeño es hermoso. Cuando la pequeña punta de un puñal te hiere (el corazón no dista de la piel mucho más allá de un par de centímetros), es inevitable un grito, el grito que pide ayuda, incluso el gesto de un mudo que viéndolo la pide. Y cuando ese grito mudo logra llegar a su destino, es hermoso, inevitablemente hermoso el correr, socorrer al instante, aun siendo cojo. Y así el gesto de otro y de otro más que, viéndolo, corren y socorren uno con otro y entre todos socorriendo más.

Por todo esto, el éxito de la frase que nos habla de que lo pequeño es hermoso es difícil de explicar. Tampoco es que haga mucha falta explicarlo, aunque a título de comentario y desde un punto de vista estrictamente personal, no parece muy descabellado el pensar que también, también una cierta y malentendida humildad parece colarse por entre las letras y las palabras que integran esa famosa frase. “Señor, Señor, humilde como soy, me conformo con  poca cosa. Lo pequeño es hermoso. Soy de buen conformar y no quiero molestar, Señor, Señor”. Y me aplico el cuento, y al primer sin techo que veo durmiendo en la calle le despierto para soltarle cinco centimitos sin dejar de darle también consejos. “No se lo gaste en vino, que si me entero…., se acordará.” Y lo mejor, aun por hacer: el regreso al techo del hogar recitando eso de que lo hermoso, contra más pequeñito, más, muchísimo más hermoso.

O también, y para que las cuentas ajusten, podemos tirar del milagro. Lo mejor está en acordarse de nuevo del Señor, Señor: y la historia de la multiplicación de los panes y los peces corre veloz hacia nosotros y nos ayuda. Buen provecho, Señor, Señor

Cañas y Barro. Blasco Ibáñez. Joaquín Sorolla, o Las Meninas, o Velázquez, todo eso y muchísimas más cosas, cosas de la Cultura. El Vómito de un Volcán, las Tormentas y el Rayo, las Crecidas de un Río, Lodo, el Instante de la Herida, el Grito pidiendo Ayuda, todo eso y mucho más entre lo cual incluyo ese desfase puramente temporal arriba expuesto, ese desfase puramente natural, ese desfase entre el grito y el socorro, pero ni un solo segundo más, todo eso, todo cosas, cosas de la Naturaleza.

Y nada más. Ni un segundo más. Todo el resto delito. Delito de irresponsabilidad (incapacidad de responder), delito de carencia de rostro, de cara, de vergüenza. Delito de incapacidad para reconstruir nada sobre tales cimientos de cañas y de barro. Delito de Lesa Humanidad. Y nada más.

Lo pequeño es hermoso. Cuando la pequeña punta de un puñal te hiere (el corazón no dista de la piel más allá de dos o tres centímetros), es grandioso el gesto de un señor que sigue comiendo y haciendo la digestión. Y cuando ese grito mudo logra llegar a su destino ya grandioso en estupor y en llanto, hecho un clamor, es grandioso ver a un señor manchado el chaleco de chocolate y con un ladrillito en la mano, ladrillito a ladrillito, venga ladrillitos, que lo pequeño es hermoso, no se olviden, que lo pequeño es hermoso, Señor, Señor.

Reconstruir, humanizar, vaya par de Gerundios, Señor, Señor.

Fdo: Ángel Coronado

 

 

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