Píntese las unas de los pies
Ángel Coronado ironiza en este artículo de opinión sobre la transformación que está a su juicio sufriendo la ciudad de Soria.
Humaniza que no lo haces o el área de confort
Píntese las unas de los pies
Los nombres son algo así como los niños. Se les deja (dentro siempre de ciertos límites) posarse sobre cualquier cosa, como a los pájaros. Igual sobre un almendro en primavera o un cable de alta tensión. Sobre un Dios llamándole Buda, o sobre un demonio Lucifer. Y le puedo llamar a un señor Buenos Aires de Todos los Vientos, o a una campesina castellana Soria, o Pura, o Cabeza de Extremadura. O puedo imaginarme ser una ciudad, por ejemplo Sebastopol, o sin irnos tan lejos, puedo imaginar que me llamo Soria, Segovia o Ávila. Y a un pie o a un zapato también podemos llamarle semáforo.
Imagino ser Soria. Doctor. Me encuentro bien. Soy ya vieja pero me encuentro bien, o por mejor decir, todavía no soy tan vieja como para sentirme mal, pero me duele aquí, en los juanetes.
¡Hija mía¡ ¡Si es que tiene usted los semáforos puestos del revés! Vamos a ver. Quítese los semáforos ahora mismo. O es que quiere usted andar haciendo el pino. ¡A quitarse los semáforos he dicho. Así no hay quien ande. ¿Qué número de semáforo calza usted?
El 37
Bien. Quítese los semáforos, por favor. Me los quité
Ahora cálcese, pero al revés. Y me calcé al revés. Y entonces el doctor me dijo que anduviese. Y no me da la gana decir anduve. Andé. Y fue entonces cuando el doctor me dijo que no, que nada de olvidar la conjugación. Y entonces, anduve con los semáforos puestos del revés, pero los juanetes me seguían doliendo exactamente igual. Se lo dije al doctor.
Doctor. Los juanetes me siguen doliendo igual.
¡Pero hija mía! Vamos a ver. Enséñeme usted los semáforos, por favor. Y entonces el doctor dijo que válgame Dios. Que vaya con la forma que tiene usted de calzarse, que no me había puesto los semáforos en los piés sino en las orejas, y eso que el doctor bien sabía que aquélla ciudad, o por mejor decir, su regidor, a las orejas llamaba pies y a los pies nadie sabe cómo los llamaba, porque a sus pies tenía lo que de tanto como era ni lo sabía. Nosotros creemos que a las aceras las llamaba, fíjense, indistintamente juanetes y aceras, porque lo que pasaba (parece ser) era que aquélla ciudad se había puesto los semáforos en las aceras, bien, de momento todo parece que bien, pero así tan solo contando con algo fundamental que nos faltaba, porque las aceras había perdido ya su honesto nombre y las pasaba lo que les pasa a las espaldas de cualquier persona humana cuando en dirección hacia el suelo dejan de ser espaldas para ser culo. Nos referimos a eso, a esa zona que ya no es espalda pero tampoco culo. Y la pobre señora no se encontraba bien.
Resulta que aquélla señora había comprado un par de zapatos de izquierdas pero tenía de izquierdas (políticamente hablando) un solo pié con su correspondiente juanete pero solo uno, naturalmente también de izquierdas. La cosa era como para ir a la tienda de los zapatos y protestar, pero la señora no protestó y sin pensarlo dos veces estrenó su zapatos y a presumir. Total, que se puso los semáforos en las aceras (bien, de momento todo parece que bien ), pero como los aparcamientos se los habían puesto en donde las aceras pierden su honesto nombre para llamarse culo), pues cuando peatón ibas a cruzar, no sabias si ya podías hacerlo o todavía no, porque la muralla de los coches aparcados no te dejaban ver si estabas ya en el culo o todavía tranquilo y a salvo en las honestas espaldas entre árboles y jardineras, digo bordillos (que de los bulevares ya me olvidé)
Vamos a dejar la cosa en un simple dolor de riñones. Pero el problema, aunque parezca que con eso se arregla todo, no se arregla. Porque ustedes me dirán que a esa señora de los juanetes se la podrá decir que ojo con las zapaterías, pero eso de no saber dónde acaban las aceras o dónde poner los semáforos es una cosa tan grave como no saber uno cómo calzarse.
Y fué entonces cuando la señora le dijo al doctor eso de ponerse los semáforos al interior de la calzada justo en el punto que sin bordillos ni nada sino tan solo con un poquito de pintura bastaría.
El doctor no salía de su asombro, porque aquélla señora tan mayor empezó a decirle que a ella la gustaba la pintura colorada como el Betadine, que no escuece como el alcohol pero cura y sana sana culito de rana, si no sanas hoy sanarás mañana, decía, y que además la pintura blanca no estará mal para los pasos de cebra, pero que a ella las cebras no la decían nada y el colorado….Total, que allí donde no le daba la gana pintar rayas de cebra (por ejemplo en el Centro de Salud Nuestra Señora de Los Milagros, mira tú, para que pudiesen pasar los viejos enfermitos, mira tú, o en la estación del Cañuelo, la de los trenes para que pudiesen cruzar la calle los viejecitos viajeros con sus maletas, mira tú, o no pintaba nada o con Brtadine a garrafas lo arreglaba todo, mira tu la muy ….
El doctor no salía de su asombro. Los juanetes eran descomunales, pero ahí la tenías, andando cojitranca y como si nada. Y cuando soltó lo de poner luces a los semáforos, a la sazón apagados, el doctor le dijo entre dientes algo que nadie oyó, pero hubo de ser algo grueso, porque cerró la puerta sin mucha ceremonia de adioses. Educada pero enérgicamente, la cerró.
Dicen las malas lenguas que quiere poner todas las luces en rojo (las de los semáforos hemos entendido nosotros, porque las de alumbrado no creo, por mucho que presuma de rojo). Y teniendo en cuenta que los semáforos pueden llamarse pies, pues no está del todo mal, doña Soria: píntese de rojo las uñas de los pies.
Fdo: Ángel Coronado