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Opinión

¿No sabemos dialogar?

Juana Largo hace una defensa, en este artículo de opinión, del diálogo y la comunicación, que se ha perdido en esta sociedad y en muchos medios de comunicación, de la mano de la tecnología.

¿No sabemos dialogar?

Acaso es que no podamos llegar a quitarnos de la cabeza la denominada “telebasura” o la de algunos periódicos, y esto nos hace ver lo importante que es el tema de los medios de comunicación, tanto en Michigan como en Spain, pongamos. Ahora dependemos de las informaciones y opiniones de este tipo de medios, y ya es como lo que diría el poeta de origen estadounidense Ezra Pound, en uno de sus primeros libros: “El estilista condenado a su cabaña…” O también se refería, allá por principios del siglo XX a la prensa como “la hostia de cada día”. Eran comentarios metidos en poemas que probablemente no tuvieran mucha trascendencia, pero sucede que lo que se decía allá, por principios del siglo XX eran miniaturas que han engordado con el tiempo y que ahora son muñecos gigantescos que nos pueden dejar absortos, pero absortos del inmenso poder que tienen los medios en la actualidad, convirtiéndose en vez de, los televisores, en electrodomésticos, en pilares básicos de la función de la convivencia de los Estados en el ámbito doméstico y de fuera de lo doméstico. La tecnología se nos escapa, y resulta –es una intuición- que lo tecnológico tira más a los movimientos conservadores que a los libertarios, dado que los primeros se han convertido en auxiliares del mismísimo progreso tecnológico.

Todos recordamos el funesto SÁLVAME de la tele española de hace unos pocos años. Allí se discutía, se amagaba con insultos, había agresividad verbal, sí, todo muy acorde con la libertad de expresión, lo que ocurría es que las personas que intervenían, fueran pagadas o sin pagar, “NO DIALOGABAN”. Era algo considerado débil ante la trascendencia de los personajes famosos que ocupaban todo el espacio de las cuerdas vocales y, si era preciso, a gritos. Espantaban por entonces aquellos programas.

Pero en las escuelas y en los centros de educación se hablado y se habla mucho de “diálogo”, de que en nuestras colectividades o comunidades se utilice el diálogo, y es lo que ha existido en ocasiones en nuestros televisores (acaso LA CLAVE, de José Luis Balbín sea remarcable a este respecto), lo que pasa es que el tema de la cosa de la cuestión del asunto se ha complejificado tanto que se dan por superadas supuestas épocas inocentes, por otras en las cuales se yerga la malicia social y la violencia de este tipo, como si ello fuera signo de inteligencia, cuando no es más que malicia social. Ángel Gabilondo no es un malicioso social, y cuando habla, aunque errara un poco, habla algo que se tiene, como hemos insinuado, como diálogo, que es un lujo.

Para remontarnos a alturas sublimes del diálogo, teníamos, que ya no se sabe si tenemos, a Jürgen Habermas, como ejemplo de reflexiones sobre la importancia del diálogo y de la comunicación. Seguramente Habermas, en esta edad actual del 2024, sigue teniendo todo el prestigio en determinados círculos culturales, del diálogo como un privilegio de la comunicación humana, igual que podía suceder con los humildes y probos maestros republicanos en la España de la Segunda República, que nos hablaban y sugerían una nueva perspectiva de la comunicabilidad con el uso de diálogo y de la razón. En todo caso era una alternativa a la violencia, y esto sigue pasando ahora. Sabemos que el diálogo, frente a las discusiones histéricas, cobra una fuerza de prevalencia de valores superior a la de los gritos y los insultos. Sabemos que el Diálogo, no solo por los diálogos de Platón, tiene un poder nuevo de ver las cosas que antes solo se decían a voz en cuello, y que, por mucho que se le denigre con “posmodernismos” lingüísticos, sin embargo, lleva toda la razón moral, pues eso es el diálogo, razón, moral, escucha o atención al otro o los otros, proposiciones nuestras y de los demás, valoraciones, respeto, cuando antes estábamos acostumbrados a las broncas del Far West o a los exabruptos demenciales.

Lo que pasa es que nos decimos ahora si puede preguntarse en estos momentos de la más virulenta actualidad, y a raíz de manifestaciones violentas tanto en el hablar como en el actuar, si el diálogo ya sirve de mucho o de poco, pero en todo caso cabe interrogarse sobre si todavía es posible educar en el diálogo, y sobre todo plantearse la cuestión de que si todavía sabemos dialogar. Que, como perdamos esta memoria, que Dios nos coja confesados…

Fdo: Juana Largo

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