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Lujo

Juana Largo reflexiona sobre la sexualidad como placer al alcance del ser humano y que se ha convertido en un lujo en la historia debido a la moralidad.

Lujo

Entre los temas que nos acucian en nuestro tiempo, hay algunos que no dejan de ser eternos, que se han dado siempre en la historia de la humanidad, en todas las sociedades y en todas las etapas históricas, aunque parecen, cuando son planteados ahora, que solo pertenecen a este ahora, como si fueran nuevos. Lo nuevo puede ser la perspectiva con que se les mira, pero no son nuevos.

El tema que nos ocupa ahora es el tema de la homosexualidad. Tampoco es que una sea ahora muy original, el caso es que, como está tan “moralizado” el mundo, hay que hablar de este tema. Otro día hablaremos de otros. Por de pronto, como Feijóo no se pronuncia sobre temas como éste, hay que hacerle un recordatorio, a ver lo que dice… A ver lo que proporcionan sus argumentos sobre un sentido pedagógico del pueblo.

Actualmente, se puede decir por las voces más granadas de la sociedad, que la homosexualidad en nuestros días, es un lujo. Como que fuera algo que estuviera fuera de lugar, en un alto, algo que no se permite la sociedad y que algunos o algunas se permiten para satisfacer sus intereses de placer. Así es considerado como un lujo. El placer es algo que se viene tratando y estudiando desde los prolegómenos de la humanidad, si es que creemos en algún inicio al menos a nuestra sociedad del siglo XXI, pues de algo ha de venir. El placer era el motivo de Epicuro, por ejemplo, filósofo que le pudo hacer una antítesis a la doctrina de los cristianos en aquellos tiempos de hace más de dos mil años. Los cristianos podían plantearse la moralidad como algo en relación con el estoicismo, algo sacrificial, algo que conlleva dolor y que la felicidad al menos, es algo no posible en nuestro mundo, y sí en el del Más Allá. Frente a ello, los epicúreos de aquel tiempo, sostenían el dogma del placer, algo a conseguir precisamente en nuestra vida, no fuera de ella, y los placeres máximos no tenían por qué ser los que ahora se consideran placeres, por ejemplo, el de ingerir sustancias que nos transmuten, o el considerar, esto es, bien dicho, los paraísos artificiales, junto al ludismo, otro ejemplo, o el sexo sin más. Eran más finos los epicúreos y aunque tuvieran en cuenta los placeres básicos, no decían que fueran los mejores, pues los mejores para ellos eran los del conocimiento y los de la amistad, valores que también tenían los cristianos, solo que en otra dimensión o proyección histórica, como queda dicho arriba.

El tema de los placeres nos recorre toda la historia y sobre este tema se han construido fábulas y cuentos de significado enorme y que, con su poder, ha transcendido todos los tiempos, de tal manera que nos lo podamos plantear o replantear ahora, que ahora esté en el vértice de las escalas de valores. No debemos pues dejar de tratar este tema para el cual, no obstante, las sociedades actuales, tienen respuestas bastante trágicas como si fuera un delito el hablar de él, y el practicarlo, cuando la realidad es que no constituye ningún pecado o delito para nadie, sino que es algo tan natural como cualquier otra cosa. La reproductibilidad del ser humano, es algo que viene del moralismo judeo-cristiano, y moralismos semejantes en los cuales predomina el patriarcalismo y el autoritarismo  y el jerarquismo, y que se ha propagado a otras corrientes humanas, como que el hombre o la mujer solo tuvieran que reproducirse para estar en el mundo y solo primara el deber de la reproducción, es decir, el sexo para la reproducción, no para otra cosa. Aquí es pues donde se halla el meollo del asunto, llegada la sociedad a unos extremos en los cuales, prima tal paradigma, no obstante se dé cierta libertad sobre todo más formal que práctica. ¿El sexo solo es para la reproducción y solo se debe entender dentro del ámbito de la reproducción y no fuera de él?... Esta es la gran cuestión que plantean los curas –cristianos o socialistas o fascistas- en la actualidad. Cabe pues darle una respuesta.

El sexo así, tal como lo entienden esas tres ideologías, sería algo no permisivo fuera de la debida reproducción –“creced y multiplicaos”- de los humanos, sería algo así como un “lujo” que se permiten algunos humanos fuera de las normas de convivencia y moralidad y que, cuando se da, en evidencia, atenta contra nuestros principios de sociedad.

Todos sabemos que esto es un error. El concebir la homosexualidad o incluso la heterosexualidad como lujos es una equivocación elemental. El sexo, sabemos hoy, fuera de la dimensión reproductiva, es un placer al cual hemos llegado en la conquista del materialismo humano. No es algo malo o negativo o vergonzoso, sino todo lo contrario. Precisamente es uno de los placeres más positivos, en todos los sentidos, que se pudieran dar. Es que los curas nos dirían: “Vosotros, que utilizáis el sexo fuera del ámbito reproductivo y que conseguís placer, estáis errando la doctrina humana”… ¡Qué error! Parece que se está haciendo la revolución. El sexo es una conquista, es algo no solo legalmente bueno, sino también moralmente bueno. Es algo que nos queda tras la saturación del concepto de reproducción humana y de las sociedades, no solo es algo dado de forma en la cual la sexualidad ha creado un excedente de reproducción, dejando el sexo como privilegio, sino que también lo sería aun  sin excedente de reproducción, es decir, aunque solo existiera el tema de que la humanidad se debe seguir reproduciendo. Es un valor. Pero los curas y monagos se empeñan en que es un lujo, algo que no se pueden permitir  los humanos, porque están ahí los principios de dios o del capital o de la sociedad, que habría que aplicar a la moralidad y  a la conducta y a la sociedad, como si los que se toman el derecho al sexo, y por ello por ejemplo a la homosexualidad o a cualquier variante de la heterosexualidad, fueran delincuentes como pongamos los de Bankia o la trama Gürtel  o cualquier otro jaleo de la actualidad, sin querer meternos con la fidelidad a la justicia del juez Peinado… Hay que concluir esta breve nota con que el lujo no sería eso, sino el discernimiento humano llevado a su máximo gusto, de saber vivir lo más placenteramente posible, lo cual implica en sociedad de libertad  y de conciencia, no precisamente antihumanamente ni antisocialmente, sino positivamente, como inteligencia biológica y ética. A tener envidia de esto pueden ser considerados, ya que tanto les gustan las clasificaciones,  los curas –cristianos, socialistas o fascistas-  un mal.

Lo consideran un “lujo” que no se puede permitir el hombre o la mujer. Luego tienen envidia, por resentimiento, por incapacidad  y por incomprensión y por inferioridad cognitiva. En este caso esa inteligencia biológica y ética, es un lujo, el que solo se pueden permitir los sabios y dichosos y más evolucionados de la tierra. Que se enteren los sacerdotes y que no tengan envidia del auténtico poder humano. Es cuestión de raciocinio, lo que falta, como podéis ver los informados de la realidad social y política de nuestra época, época sin ninguna ética, aunque con “moral” sí, lo reconocemos todos, mucha “moralidad”, mucha la del personal. Salud.

Fdo: Juana Largo

                                         

 

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