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Opinión

Los excluidores (II)

Juana Largo incide en este artículo de opinión por la sociedad injusta que pervive en el mundo, con clases sociales marcadas por sus diferencias de riqueza, que provoca exclusiones.

Los excluidores (II)

No hay que ser muy lince para fijarse en esto. Los niños, que son los seres humanos más sensibles del mundo, se dan cuenta de dónde viven y el panorama del mundo es bastante explícito, no hace falta mucho celemín del seso para darse cuente de lo que es el mundo. Cualquier niño se da cuenta cuando juega con una pelota de goma que con una de cuero de un equipo de fútbol.

Y si además estamos contando también con una tradición de las gentes varias que han sufrido dicha pena, entendemos que hay en el mundo prebostes que tienen mansiones celestiales y humildes que viven en chabolas.

Y sin duda estos fenómenos de la vivienda y la clase social es un sentido que es un sinsentido que lo traemos heredado desde antiguo, con las primeras tribus. Y no es fácil sustraerse a estas contingencias para ver que vivimos en un mundo desigual en el que, y parece mentira, en nuestro siglo XXI  se mantienen los derroteros de tiempos anteriores cuando el urbanismo, las revoluciones industriales y los estratos O grados estructurales de la vida, dan como producto la conciencia (lo que nos quieren explicar los deterministas sociales con su materialismo) de cada ser humano, en este caso de los que menos pueden y son conscientes de las diferencias abismales entre las favelas brasileñas y los grandes hoteles, o de una ciudad metrópoli que tiene un núcleo de potentados cuando en las afueras viven los pobres.

En todo caso es un problema de distribución sociológica y de separación de unos humanos con respecto a otros. Cualquiera, viviendo en un barrio burgués del denominado Primer Mundo, puede ver que ha colaborado, solo con su existencia en este mundo burgués, un papel de opresor de los pobres y que les está insultando solo con el hecho de poder acceder a un supermercado y poder pagar con tarjeta bancaria mientras los otros tienen que ir contando centimillos porque las cuentas se le hacen pesadas y dolorosas y abracadabrantes. Hasta la que suscribe ha practicado semejante maldad, aun siendo de manera inconsciente.

Lo cierto es que, si nos llamamos civilizados, seamos de África o seamos de Europa, por ejemplo, no tenemos en consideración eso de lo que les sucede a los excluidos de los diversos círculos que trazamos en grupo, como si fuera nuestro, cuando los de afuera nos piden que los incluyamos, y de hecho nuestra constitución española y las leyes europeas, tienen cortapisas para excluir y luego, como somos todos jefes de Estado, queremos que se aplique una ley injusta para todo el mundo.

Lo malo en nuestras sociedades es que, encima de lo que hacemos, estemos convencidos de que hacemos lo verdadero, pero a nadie le gusta ser excluido de nada, excepto a los que se autoexcluyen que, digo yo, puede ser por motivos de orgullo cultural o por razones de Estado y de política que solo mira por las élites.  Y claro que lo ideal, que debería ser real, es no excluir a nadie y aceptar el relativismo de nuestras estructuras de Estado y de la política, para incluir a la gente, que es lo primero que hay que hacer en una sociedad.

Es decir: vivimos en una sociedad, hipócrita, desde luego, con muchos fallos, que solo atiende a la cuadrícula burguesa o de aristócratas o de multimillonarios, pero luego tenemos a las víctimas de esa sociedad y que desearían fundamentar una sociedad con principios socialistas. La sociedad de los socialistas es aquella que niega el status quo de los que más pueden y hacen leyes injustas; la de los de “abajo” debería crear la sociedad completa en la cual no excluir a nadie, ni trabajadores, ni mujeres ni gays ni nada de nada…

La inclusividad es lo contrario a ser tribal entretanto los estados que llamamos modernos nos amplían el campo de nuestras consideraciones. Y, teniendo en cuenta que vivimos el tiempo del “Coco”, deberíamos hacer lo que está bien hecho porque es una tendencia natural, mientras lo antinatural es excluir.

El Estado moderno es amplificador de los derechos de los ciudadanos, al menos así era cuando se dio la fecha de 1789 y se trataron de cambiar las cosas del Viejo Régimen. Y ahora que vivimos en el tiempo de las tribus, lo cual es un error, queremos despojarnos de los universales, aunque el mundo sea global, y no es porque hayamos leído a Michel Maffesoli, sino porque creo que hace tiempo que se ha descubierto la racionalidad del hombre.

La racionalidad del hombre, o la de la mujer, hay que aplicarla, no reducir racionalidad, sino amplificarla, pues todo ser humano tiene el albedrío suficiente de lo que está bien y de lo que está mal, aun cuando el bien y el mal se confundan de manera diabólica en nuestras sociedades y en los extrarradios.

Y lo que es algo excluyente en nuestro denominado mundo civilizado, tanto en ámbitos sociológicos pequeños como en grandes, tanto en los marcos domésticos como en los laborales, tanto en ámbitos de los estadios de deportes o de música como en los de un parque con sus bancos y su tranquilidad, tanto en ámbitos como los de un equipo de gobierno con sus despachos como en una simple casita de papel o de hojalata y zinc, tanto en ámbitos educativos como en ámbitos sanitarios, tanto en el horario de un trabajador que solo tiene su cuerpo como fuerza de trabajo como en el estudiante que hace poemas a su amor,  tanto en el de quien escribe un poema con el denominado arte puro como el del poeta que hace un poema social hablándonos de su barrio o de sus lugares de esparcimiento, etc., etc., es decir en todos los ámbitos.

Con lo que llegamos a la consecuencia que de la riqueza y de su uso o si permanece en su estancamiento para hacerla circular, no debería excluirse a nadie, ni en la escuela, ni en el juego de la timba, ni en los círculos de grupos sociales diversos o en los grupos gubernativos, la exclusión debe ser desterrada de nuestros binomios de informaciones en los que hay excluidos y excluidores. 

Fdo: Juana Largo                                

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