La ficción capitalista
Juana Largo reflexiona en este artículo de opinión sobre cómo los Estados están terminando con la libertades de sus ciudadanos, con el pretexto de una alarma sanitaria como la pandemia o la actual guerra de Ucrania.
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La ficción capitalista
No hay que investigar mucho para dar una exposición del tema del individualismo, más que del liberal, del libertario, algo a lo que hemos jugado tanto los españoles. Algo que, además, nos viene de las costumbres españolas en las cuales el mandato del liberalismo ha imperado no solo como filosofía propia sino también como doctrina anarquistoide.
Antaño, no solo en las dos repúblicas que hemos tenido, sino asimismo en el paso de la última dictadura, y sobre todo en la transición, aunque sin olvidar los últimos tramos del franquismo, parecía ser que el anarco-individualismo, se podía considerar que era un pensamiento que era fijado en el compromiso de la cultura del sindicalismo, pero también en la misma doctrina de los fundadores de tal corriente ideológica, pudiéndonos llevar a los grandes pensadores anarquistas, como Bakunin o Kropotkin.
Aunque habría que recordar el movimiento beatnik o los movimientos hippies, pues todo ello, unido a la tradición tanto oculta como expuesta del “aquí hago lo que quiero yo”, todo ello daba en una conciencia pigmentada del elemento tanto de la naturaleza como del predominio individual, más que decir que el “personalismo”, que esto se adecuaba a la filosofía cristiana.
La conciencia social ha llegado hace relativamente poco tiempo, no solo cuando han gobernado los socialistas en España, sino cuando el fenómeno del capitalismo internacional, unido a sus crisis, ha influido en una concepción social de nuevo cuño en el cual la sociedad como paradigma ha tenido su autoridad y su construcción en la “koiné” de las relaciones en las personas, como lo tuvo en gran medida cuando se dio el hecho de la pandemia en la cual el hacer cada uno lo que le diera la gana estaba penado y cuando todos nos teníamos que adaptar a la vida en común o social en la cual las improntas individuales eran rechazadas y se trataba de cumplir con los consejos estatales para los ciudadanos: ahí murió, en gran medida, el hacer cada uno lo que le diera gana en aras de la defensa de la colectividad, postergando iniciativas que, o bien protestaban en plan de seguidores de una secta o bien por propia iniciativa de algunos personajes famosos o bien por lo que, algunos atrevidos, aunque luego les fuera mal, propugnaban de desobediencia a las leyes sociales, pero sobre todo lo que pasaba era que la mayoría de la población, ante tal alerta y pandemia, apremiaba más a su cumplimiento tanto en cuanto eran órdenes del Estado.
Ahí fue donde se dio, a la par que una norma de sanidad pública, el ensayo del poder todavía de los Estados en nuestra contemporaneidad.
Y de esa lectura aprendimos no solo todo el conjunto de la colectividad, sino también los que, desde hace tiempo, venían acechando a la población para llegar ahora a conceptos no solo de lo que proviene del “pueblo” como si fuera algo sagrado, como también de la imposición por fuerza de un Estado en relación con lo que tiene que hacer para, más que proteger a los ciudadanos, instalarles normas o leyes que, como eran estatales, había que cumplirlas no fuera a ser que, si fallaba uno, fallaría el Sistema.
Fue un ensayo de totalitarismo que provenía, en cuanto a ordenanzas, del mundo de la democracia liberal que ahora tenía que dejar eso del liberalismo para adoptar la ley de los Estados o de la Autoridad, era como el revés de la trama que hemos tenido durante tanto tiempo en la historia en la cual el individualismo de las gentes se daba como supuesto y mientras el orden estatal contaba con este factor para tratar a los ciudadanos.
También fue pues una dictadura (y repetimos, útil por razones de sanidad pública), pero llevaba el deber alto de un valor como era la solidaridad, aunque en este caso no fruto de la mano de las personas espontáneamente sino también de la batuta estatal. Nos dieron una lección a todas y a todos, y fue algo, una estrategia que los movimientos extremistas conservadores estudiaron y aprendieron tan bien, que ya son muchos números de integrantes en sus formaciones o en sus votos. A mucho personal le chocó que un gobierno socialista se pudiera llegar a poner en su mando estatal. Era un cuadro de lo que habían supuesto las dictaduras soviéticas y las de los pueblos comunistas del mundo. ¡Pero podía servir para otros gobiernos, ya más bien de la derecha!...
Ahora mismo, parece que asistimos al mismo fenómeno. La guerra de Ucrania, qué duda cabe, lastimosa o atroz, nos obliga, con lo que lleva implícito, a una especie de solidaridad para con el asunto de la UE, para salvar los valores colectivos de lo que es Europa en defensa de sus poblaciones. O al menos esto nos dicen los Estados. Unos Estados que están en crisis por los diversos fenómenos del mundo actual.
Los Estados ahora nos prohíben contar con aspectos anti-individualistas y estatales que antes creíamos que teníamos hasta del derecho de nacimiento.
Ahora los representantes de los Estados europeos nos dicen que tenemos que hacer tal cosa o tal otra, solo porque lo dice el Estado, un Estado que recurre a las órdenes porque se halla alicaído de sus crisis en una especie de disolución social que se daba antes de todo esto reciente, del último tiempo de la Modernidad. Y estamos asistiendo a la desaparición de los últimos brotes de individualismo que antes, en casi toda la historia como en la historia tan vinculante y respetada en la tradición social del anarquismo, el hippismo, las comunas y toda la organización espontánea de los individuos en lo que llamaban tanto como un movimiento de cohesión o de solidaridad, como en la mismísima tradición liberal de las democracias; antes, se dice aquí, era un puesto social desde el cual mirar el mundo y que se ha dado tanto y tanto en las artes y en las humanidades de nuestras sociedades.
La guerra ha pasado a ser un imperativo de acción y de organización social estatal que nos quita nuestros supuestos derechos individuales. Por ello, los Estados y sus dirigentes, pueden hacer ahora gala del mando del Estado sobre la situación de los individuos. (Y esto no es más que un comentario a vuelapluma. Se ha tratado en estas líneas de perfilar los elementos componentes de la filosofía política actual.) Todo ha sido una ficción de historia en la cual parecía que se habían dado algunas conquistas de libertad. El capitalismo estaba en crisis. ¡Parece que volvemos a las andadas!... ¿O qué?
Fdo: Juana Largo