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Opinión

El “Ave Mari”

Ángel Coronado incide en este artículo de opinión en el abandono que sufre la derruida ermita románica de Alcozar, en la ribera soriana, sin que nadie, tampoco sus propietarios, hagan algo para consolidar sus restos y respetar la memoria de los que hicieron posible este templo.

El “Ave Mari”

Si alguien considerase importante rezar, no debe hacer otra cosa: rezar. Lo que no podemos entender es que lo haga mal. Que en lugar de rezar como se debe (por ejemplo, el “Ave María”), rezase el “Ave Mari”

Recordando al pensador que, ebrio de Dios, recordase lo que puede el cuerpo, la materialidad del cuerpo en su ascenso hacia la espiritualidad del alma, recordando el camino hacia lo del más allá (camino que no puede sino arrancar en el más acá), recordemos ahora lo que puede una simple “a”. Rece usted todo lo que quiera, pero por favor, no se olvide de algo importantísimo, no se olvide de la “a”.

Si alguien considerase importante integrar en el Registro de la Propiedad una catedral, una iglesia o una simple, modesta y románica ermita, no debe hacer otra cosa que cumplir ese mandato interior (eso sí, de acuerdo con la Ley), y hecho esto, si alguien considerase de recibo cobrar entrada para entrar en esa catedral, iglesia o ermita, no debe hacer otra cosa que cobrar esa entrada. Haga usted todo eso y, si quiere, más, pero por favor, no se olvide de la Ley. No se olvide de ninguna letra, no se olvide de la “a”.

Y si alguien llegase a leer en El Mirón de Soria el artículo titulado “Asociación denuncia que románico de Alcozar está “por el suelo” (por favor, léanlo), y buscase algo de consuelo a tanta hipocresía, irresponsabilidad, estupidez y vergüenza propia y ajena de compartir un idioma incapaz de expresar con ninguno de sus artículos disponibles sin recurrir a la blasfemia lo que pasa en ese rincón pequeño, en Alcozar, muy pequeño pero capital de lo vacío, de lo Vacío, de lo Carente, de lo Necesitado, capital de lo que odia con todas las pocas fuerzas que aún le quedan esa hipocresía, esa irresponsabilidad, esa estupidez y esa vergüenza de compartir un idioma incapaz, si acaso buscase algo de consuelo en Alcozar, Alcozar se prestaría en darle, generosa, una frase que lo redime: El Corazón de las Tinieblas. En Alcozar palpita el Corazón de las Tinieblas.

Oiga, El Corazón de la Tinieblas es una novela, corta por cierto, escrita por Conrad, Joseph Conrad, en la que se narran las atrocidades cometidas por el Rey Leopoldo II de Bélgica en El Congo, cedido internacionalmente al mismo a título de propiedad personal en función de su proclama generosa y altruista de acabar con el expolio y esclavitud del colonialismo brutal y genocida internacionalmente generalizado. Las naciones le utilizaron como chivo expiatorio con el que blanquear sus propios crímenes. Y Leopoldo, chivo y encantado, asumió cabalmente el encargo.

Eso es. Esa es la novela, pero ahora nos referimos al nombre, solo al nombre. A la frase que lo constituye y lo sustenta. La novela conmueve, pero Alcozar también. A escala personal conmueve igual. En cualquier cabeza cabe toda esa enorme mole. En Alcozar se ubica eso mismo, la Capital del odio a la hipocresía, irresponsabilidad, estupidez y vergüenza.

¿Vergüenza de qué? ¿Vergüenza de nuestro idioma” Oí eso.

No. Pero dejemos en paz al idioma. Dejemos en paz la novela. Vamos al artículo citado, al Mirón. Pero dejemos también al Mirón. Vayamos a Alcozar. Hay allí un museo.

¿Románico? ¿Una ermita románica por los suelos? ¿No es un prodigio ese capitel, aun rodando cerro abajo por entre los huesos, tan románticos, de los que allí rezaron?
En Alcozar solo hay un museo. Y en el museo solo hay un corazón palpitando. Y si usted se animase a visitarlo, visítelo, pero por favor, no abra la boca. Es curioso, pero allí es imposible hablar.

¿Alguien le sella los labios? ¿El vigilante del museo? ¿Acaso el cura párroco?

No. La boca se cierra sola. Pero dentro gusanea libre la blasfemia.

Fdo: Ángel Coronado

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