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TRIBUNA / No eres tan feo

Ángel Coronado reflexiona en este artículo de opinión sobre la verdad y la certeza, al hilo del artículo firmado por Mario González.

TRIBUNA / No eres tan feo

En resumen, de acuerdo con lo que se dice en el artículo “Eres feo”

Pero me gustaría acompañarlo de otro paralelo en el que  la expresión “Eres feo” se mutase por la de “No lo eres tanto”, pero no para invalidar con ésta la primera sino para lo contrario, para encajarla mejor, para completarla si cabe. Y si no encajase del todo, para intentar al menos dar con los toques oportunos y completarla. Que de ninguna manera se piense que intento anular o desdecir nada sino todo lo contrario. La perfección absoluta no existe, ni en el artículo que comento ni en este comentario.

En primer lugar, no me es ajena la dificultad de la cuestión que se plantea, dificultad cuyo antídoto no está en avasallar a cualquiera de las cuestiones opuestas ni tampoco adoptar alguna postura intermedia, que ningún árbitro, desprovisto de autoridad, podría continuar siéndolo sin transformarse en rémora.

Guapo/feo. Gordo/flaco, joven/viejo. Y también, cómo no, verdadero/falso. Podría venir a cuento (seguro que sí) recordar al maestro Machado cuando decía eso de que: “¿Tu verdad? No, la verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela”. No encuentro comentario alguno para esa sentencia. O la tomas o la dejas. Lleva en sí, implícita, la duda, la búsqueda, esa búsqueda esencial a la que se suma el propio autor de la sentencia, el propio Machado, y con él, según lo entiendo, Mario González. Me cuento entre ellos.

Cito a éste último:

“¿Dónde está la solución? En decir la verdad caiga quien caiga. En reconocer que eres feo… como casi todos, aunque eso no signifique nada. En que te lo digan y te prevengan tus padres desde el principio, pero incidiendo en que, por encima de todo, eres valioso y tú vida también lo será si apuestas por ser quién eres y potencias tus virtudes en busca de la mejor versión de ti mismo.” (Mario González. El Mirón de Soria, 14/12/2022)

Intentaré a continuación apuntar algo acerca de esa búsqueda que, a partir de uno mismo, se hace extensible y aplicable al resto, a un resto, a cierto resto al menos, a ese resto al que Machado se dirige invitando a que le sigan, a que le sigan en búsqueda de la verdad. Y es bajo este supuesto en el que quiero situarme como quien, ante un paisaje y desde un mirador instalado al efecto (diferente al instalado en Castroviejo, por favor, diferente al de Castroviejo), se para buscando algún tiempo que dar a la mirada y al pensamiento.

Pienso así que lo que al fondo cuenta como parte de nuestro ser es, precisamente, la posibilidad de opción, señalando que lo que importa es definir ese lugar privilegiado en el que la opción puede darse o existir en contraste con ese otro lugar en el que la misma es imposible.

Llevando la cuestión a extremos que supongo indiscutibles, podríamos decir que no es posible optar entre decir que dos más dos son cuatro, o que las piedras caen por su propio peso, de un lado, y del otro decir que no, que dos más dos son cinco, o que las piedras vuelan. La opción es imposible en estos casos. Tal es el lugar al que de forma usual denominamos el de las ciencias exactas. Pero hay ciencias que no son exactas y en ellas el principio de causalidad tiembla, teme a los motivos, o son éstos los que sin más, entran en conflicto con el primero. Tal es el caso en el que la cuestión de optar se hace posible o aparece en mayor o menor medida.

De acuerdo en que la realidad, según apunta González, se desdibuje (quizá nunca pueda ser así de forma completa), pero no hasta el punto excluyente de no permitir otra opción que la mentira, como según parece también apunta.

Por cierto, me gustaría discutir sobre aquello que fuere responsable de establecer diferencias, no tan evidentes y claras como entre la verdad y la mentira, pero en todo caso existentes, problemáticas, veladas, como las que ponen a lo verdadero enfrente de lo cierto, o a lo falso frente a lo mentiroso. Se me ocurre advertir precaución en el uso de los adjetivos, esas categorías gramaticales tan delicadas y especiales. Son francos en una cuestión esencial. Establecen diferencias indiscutibles: de un lado la cosa de la que se dice, y del otro lo dicho. Pero esta diferencia, tan evidente en el adjetivo calificativo, se desdibuja cuando deja de calificar y se disfraza. Cuidado con los adjetivos, cuidado. Entre los que dicen “verdadero” y los que señalan a lo “cierto” presenciamos un enfrentamiento muy delicado. Dos adjetivos de frente. El uno califica, el otro también, pero de una forma tan sutil y taimada que a veces cuela, pero no siempre.

Y con esto voy terminando. Vuelvo a ese interior de uno mismo en el que tanto insiste González. Insisto con él y le acompaño. Y es en ese recinto interior, pero de forma exclusiva y excluyente, donde verdad y certeza se identifican una con otra y sin empacho. Pero amigo, al punto de salir de ese recinto sagrado, la certeza ni se entera. Para ella no existe recinto ni profano ni sagrado. Lo mismo camina por cualquiera de las moradas místicas de una santa o de un santo como por la calle del Collado en día de fiesta, de mañana tardía, y soleado. Pero la verdad…, la verdad no. La verdad es terca, es loca, es sabia, muy suya, tan suya, que nunca sale de casa si no es disfrazada. Sin su eterna e interior compañía la certeza, que callejea de forma extrovertida para saludar y encontrarse con el otro, ha de quedarse dentro, tímida, como desnuda y encerrada en casa.

Machado lo ha visto y lo dice. Repito con él:

¿La verdad? Guárdatela dentro. Vigila que no se vea. No la disfraces, que no salga. Y acompañado de la certeza, vente conmigo al collado. Vamos a buscarla.  

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