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CARTAS AL DIRECTOR / Tutela legal y abandono

Mario D. Collado expone y denuncia en esta carta al director el mal funcionamiento de los pisos de tutela, que han sufrido sus hijos.

CARTAS AL DIRECTOR / Tutela legal y abandono. El caso de mis hijos

“Señor, ten compasión de mis hijos, que están tutelados y sufren horriblemente” (Mt, 17, 14) (adaptación para nuestro tiempo de un texto evangélico)

Los delincuentes aprovechan la oscuridad para cometer sus delitos porque la oscuridad les ampara. Por eso la sociedad castiga más severamente el delito cometido al amparo de la sombra. Se trata de compensar la facilidad para delinquir con un extra de castigo. Pues bien, lo que está ocurriendo con los niños tutelados por las instituciones públicas es de tal gravedad que debe salir a la luz para evitar que estos auténticos atropellos contra los niños ocurran como hasta ahora: con esa frecuencia y con esos terribles resultados para ellos y para sus familias (y para la sociedad).  Aunque el daño sufrido por mis queridos hijos, tutelados hasta hace muy poco, es ya irreversible, doy a conocer a la ciudadanía lo que les ha ocurrido después de que sus “protectoras” decidieran tutelarlos con la esperanza de que sirva para evitar en alguna medida que otros niños pasen por lo mismo.

Con fecha 26 de mayo del pasado año y tras unos trámites rapidísimos mis hijos, de 13 y 11 años de edad entonces y que cursaban 1º de la E.S.O. y 6º de Primaria, fueron tutelados por la Junta de Castilla y León y trasladados a Palencia, a un piso de tutela. La decisión de tutelarlos fue tomada por la llamada Sección de Protección de la Infancia de la Gerencia de Servicios Sociales de Soria (S.S. en adelante para abreviar si debo citar esta institución). La medida de tutelarlos y llevarlos además a Palencia y a final de curso (20/ 21) fue verdaderamente incomprensible y lamentada por todos los que conocían a mis hijos en su vida real: profesores, vecinos, amigos, familiares, etc. Vi llorar a alguna incrédula profesora del niño mayor cuando lo comuniqué yo mismo.

No hace falta hacer referencia a la angustiosa tristeza y desorientación que los niños sufrieron fuera de su mundo vital: familia, compañeros, profesores, amigos, colegio, paisaje, etc., todo desapareció de pronto. Pero esto, con ser muy grave, no es lo peor. Lo peor es lo que la tutela ha hecho con los niños y especialmente con el mayor. Este niño, en plena pubertad, ha sido perjudicado de una manera gravísima. Cuando fue al centro de tutela era un niño que profesores, etc., reconocían como un niño agradable, sin problema alguno de disciplina; perfectamente integrado entre sus compañeros; un niño normal, en definitiva. El curso que acababa ya cuando lo tutelaron lo finalizó con un solo suspenso (matemáticas) con calificación de 4. El pequeño suspendió dos asignaturas. Ya tutelados y en los exámenes de septiembre de ese mismo curso ninguno de los dos niños recuperó ninguna de las asignaturas pendientes e incluso bajaron la calificación de los suspensos de junio. 

En el curso pasado (21/22), que transcurrió entero con los niños tutelados, el mayor suspende 6 asignaturas y el pequeño 5. El mayor, además, ha sido derivado para el curso actual (22/23) a la modalidad de “diversificación”, que es algo así como la tercera división de los estudiantes. Nada hacía prever esto en un niño que era buen estudiante hasta que fue tutelado. Después de mucho insistir por escrito y de palabra en que los niños necesitaban apoyo en sus estudios porque los resultados eran pésimos desde la primera evaluación, y después de la consabida respuesta de que tenían el apoyo que necesitaban, el mayor, solo el mayor, fue a una academia ya en abril, es decir, con el curso ya perdido. Me pregunto, ¿no debiera haber en los centros de tutela profesores permanentes para apoyar de manera permanente y como una medida más de la tutela a niños que casi con seguridad no tienen un gran interés por estudiar ni hábito de estudio ni base para estudiar? ¿No ha normalizado (como se dice ahora) la Administración el fracaso escolar de los niños tutelados? Pero esto es muy grave porque el fracaso escolar es la sala de espera de la exclusión social. ¿Para eso tutela la Administración menores?

El cambio operado en el  niño mayor durante su tutela ha sido copernicano: comenzó a fumar y sigue ahora fumando; se inició en el contacto con las drogas (hachís, etc.,); ha tenido también sus primeras experiencias con el alcohol; el niño se fugaba con frecuencia del instituto y pasaba las mañanas vagando por Palencia con otros niños ¡tutelados! y no tutelados sin que durante días y días nadie supiera nada; con frecuencia no iba al centro de tutela a comer y regresaba por la noche con un hambre voraz; se fugó incluso del centro de tutela con otro niño tutelado y hube de intervenir yo para que regresara; el niño fue expulsado del instituto en dos ocasiones: por una falta grave de agresión a otro niño (que por lo visto le insultó llamándole “huérfano de mierda”) y por acumulación de faltas de asistencia sin justificar. En estos momentos el niño acumula más de quince denuncias en la comisaría, algunas de las cuales con trascendencia penal.

En efecto, este verano el niño cometió su primer delito junto con otro y fueron condenados a trabajos en beneficio de la comunidad por hurtar o apropiarse indebidamente de una tarjeta de crédito de la que hicieron uso. Poco después del primero vino el segundo roce, esta vez grave, con la justicia por una reyerta en la que al parecer uno de sus amigos utilizó un arma blanca con lesiones en el niño agredido. Hay por ello, según parece, un juicio pendiente cuya consecuencia puede ser su ingreso en un centro penal para menores.

El niño ha sido contaminado por pésimas compañías y ejemplos tanto del centro de tutela como exteriores al mismo pero propias de los ambientes de la exclusión social ya predelincuenciales. Mi hijo es ahora un niño pandillero con lenguaje de tal, indumentaria de tal, mentalidad de tal, etc.  Este resultado no es raro en los niños tutelados. Es simplemente la consecuencia de las circunstancias o del ambiente en el centro de tutela. ¿Cómo si no explicar esta transformación? A partir de lo que ellos mismos me informaban, parece ser que los niños no han tenido apoyo en sus estudios; no ha habido interés por su aprendizaje; ninguna clase de control de sus compañías; ninguna o escasísimas actividades recreativas educativas; no ha habido apoyo afectivo, etc. Todo se ha reducido casi a echarles de comer y controlar que se ducharan. Cuando en alguna ocasión hablé con un “educador” del centro de tutela para casi suplicar que por favor vigilaran sus compañías la respuesta alegre era que él no era detective para controlar a los niños fuera del centro. Tuve que ser yo quien puso en conocimiento de los “educadores” que los niños se levantaban por la noche para fumar en la terraza de la casa porque no lo sabían. Increíble, pero así es. No obstante, tengo que reconocer con agrado que alguno de los educadores con quien hablé si tenía una verdadera preocupación por hacer bien su trabajo, el problema eran sus posibilidades.  

Cuando puse la situación de los niños en conocimiento del Procurador del Común, éste intervino y reconoció que los menores y especialmente “un menor tutelado por la entidad pública de protección a la infancia puede encontrarse en situación de riesgo” dada “la gravedad de situaciones como la relatada” por mí, y propuso en consecuencia una larga lista de medidas a tomar para corregir la situación ante la evidencia de que la circunstancia de los menores “genera dudas sobre la capacidad del cuestionado entorno residencial de garantizar un medio protector en menores o adolescentes” ¡Cosa verdaderamente curiosa y terrible que el Procurador tenga que proponer medidas para proteger a niños tutelados por el Estado porque que se encuentran en situación de riesgo! Una república bananera no lo haría peor con sus niños tutelados. Comparar ciertas instituciones con chiringuitos es no hacer justicia a los chiringuitos de playa que dan a las playas buen ambiente y alegría y pescaíto frito y helados para los niños. Con buenas palabras sobre lo mucho que estaban haciendo se cerró el expediente, que está en estos momentos abierto otra vez por el Procurador dados los resultados y la actual situación de mis hijos.

Durante el tiempo de la larga tutela legal creo que la atención médica no ha sido tampoco correcta. Después de haberse librado por más de un año del Covid, en el centro de tutela los dos sufrieron el contagio. Me quejé a la Gerencia de que en mi opinión no se habían tomado las medidas adecuadas a tiempo para evitarlo y su respuesta, que consta por escrito, fue que las decisiones implicadas en el contagio no las había tomado la Gerencia de los S.S. sino instancias externas. Hube además, por mi parte, de insistir mucho por escrito y telefónicamente para que unos análisis de sangre que debieran haberse hecho al niño mayor unos días después de llevárselos se hicieran. Se hicieron al fin, pero… ¡tres meses después! Es difícil de creer, pero por teléfono la “técnico” responsable del caso de mis hijos adujo que para llevarlos al médico los niños tenían que solicitarlo o verse su necesidad en el centro de tutela. Por escrito volví a insistir en que el niño pequeño podía dar por normal su situación de mala audición y por ello no decirlo a nadie, y menos a personas con las que no tenía ninguna confianza. Creo que tarde y desde luego después de pelear al niño lo llevaron para examinarle el oído al médico. Debo añadir que nunca fui informado de la situación médica de mis hijos, como tampoco de sus tropiezos legales. Lo que se lo se porque los niños me lo comunicaban en el P. de Encuentro de Palencia o porque me lo comunicaron después de preguntar los educadores del centro de tutela.

No hay que ser técnico en no se qué (¿hará falta no serlo visto lo que hacen? ) para darse cuenta de que el desarraigo familiar no solo hace sufrir a los niños sino que es también muy dañino para su desarrollo psicológico y para su estabilidad emocional. Los niños buscan entonces arraigo y protección e identidad en las pandillas callejeras. Es lo que les ha ocurrido a mis hijos, sobre todo al mayor. Durante el tiempo de tutela las técnicos y el Estado por ellas han cortado casi completamente los vínculos con la familia del padre y con el propio padre (los niños no tienen en España familia materna). A pesar de haberlo solicitado, no se ha permitido el acogimiento familiar, que para quienes no somos técnicos en la materia es la opción primera (así está también reconocido normativamente). El padre y los niños han podido verse una hora cada dos semanas en el P. de Encuentro de Palencia y hablar entre ellos media hora a la semana telefónicamente; el resto de la familia (abuelos, tías, primas, etc.,) media hora al mes por unidad familiar, es decir, cada uno de los abuelos podía hablar… ¡7,5 minutos con cada uno de sus nietos al mes! Nadie de la familia paterna de los niños ha sido autorizado a pasar con los niños ni una hora ni un minuto fuera de las visitas en el P. de Encuentro y ello a pesar de que los niños, me consta porque me lo decían, lo pedían y especialmente pedían estar con su padre más tiempo y de otra manera que en un encuentro vigilado de una hora cada dos semanas. También las tías, los abuelos, las primas lo pidieron sin resultado. Ni siquiera en Navidad ni en las vacaciones de verano ni en el cumpleaños de los niños se permitió a nadie de su familia estar con ellos un tiempo. ¿Tenía la lepra la familia de los niños para condenarles a este desarraigo? ¿Era necesario este cruel encarnizamiento? Al mismo tiempo que se negaba este necesario contacto con la familia, en la calle el niño mayor campaba por Palencia con su pandilla buscando camorra aquí y allá y pagando en establecimientos con tarjetas de crédito encontradas o hurtadas ¿A España están llegando niños de Ucrania y tratamos así a los niños tutelados de nuestro país? Creo que puedo decir que cuando un mono es traído a un zoo de Europa hay más preocupación por su bienestar del que ha habido con mis hijos estando tutelados (y por lo visto con tantos y tantos otros). Si lo que pasa con los niños tutelados pasa inadvertido es porque el responsable es el Estado; si fuera una empresa privada la responsable seguramente estos hechos tendrían más publicidad. ¿Saben lo que es un niño las personas que llevan estos casos y que tal vez ocultan su absoluta falta de sensibilidad y conocimiento en el rimbombante título de “técnicos” de infancia? Da la impresión de que para ellas son solo números de expediente y no seres delicados sin culpa de nada de lo que les ocurre y con una vida que no se puede ya estropear desde su comienzo.

Cuando puse en conocimiento de la institución del Procurador la situación de los niños nuevamente (en julio de este año, creo recordar) y éste pidió información a la gerencia de los S.S., la respuesta de ésta, de hace solo unas semanas, fue que “teniendo en cuenta los resultados positivos del programa de intervención familiar, la consecución de todos los objetivos establecidos..., ya está previsto el cese de la tutela”. Sería hasta gracioso este cinismo envuelto en un horrible lenguaje burocrático si el asunto no fuera tan grave. En escrito nuevamente remitido a mí con fecha 18 de este mes el Procurador me informa de que “ha acordado dirigir nueva comunicación a la Conserjería de Familia e Igualdad de Oportunidades en solicitud de ampliación de información”. Nos conviene a todos que en la pelea contra ese monstruo de cemento gris que a veces es la Administración el Procurador no se deje tomar el pelo fácilmente. Es casi lo único que tenemos para oponernos a la actuación administrativa además de la vía legal, cara, lenta y en la que no es tan fácil vencer a la todopoderosa Administración sino más bien algo casi imposible a juzgar por las sentencias. A pesar de que era una cuestión de Estado que tenía que ganar el equipo que era el de su Excelencia, el Rayo Vallecano podía ganar la Copa del Generalísimo al Real Madrid con más facilidad que ganar a la Administración en estos contenciosos.

Desde hace ya un mes los niños están con su madre. Es para mí una alegría. Han salido del infierno. Pero me consta que la madre tiene serios problemas para hacerse con los niños dado cómo los han devuelto. El niño mayor no asiste al Instituto de manera regular sino que se queda con frecuencia en la cama. Al fin y al cabo fue lo que lo que vió hacer a otros niños, ¡pobrecitos!, en el centro de tutela. Ha dejado de hacer deporte, no va ya al Conservatorio (que dejó al ser tutelado), sigue con sus peligrosas amistades, ha perdido sus anteriores modales tan apreciados por sus profesores, etc. Uno se pregunta, ¿cuáles son los resultados logrados por la medida de tutela si devuelven a niños destrozados? Tal vez esos objetivos no tengan nada que ver con el tan cacareado bienestar de los niños.

 Por otra parte, ¿cuánto han costado mis hijos al Estado durante el tiempo de tutela? Cada uno de ellos algunos miles de euros al mes. Y esto para que salgan de la tutela como han salido: tan dañados, tan estropeados, tan desorientados… Tal vez todo este criminal disparate se explique en parte por los intereses económicos (privados y públicos) que hay tras la tutela.  El lector puede leer para saber un poco más de todo esto, también sobre los intereses de todo tipo que anidan tras la tutela como una tarántula en su agujero, el libro El desmadre de los Servicios Sociales, de Consuelo García del Cid Guerra. Y para saber algo de lo que ocurre con estos niños que son tutelados hay un buen programa de Línea 900 titulado Infancias robadas.  En los últimos meses la televisión pública ha tratado un poco el tema de los niños tutelados, lo que quiere decir que va saliendo de la sombra cómplice. El problema es que el foco se pone sobre todo en los casos de abusos sexuales, que son más atractivos para la televisión. Pero hay un daño terrible en su desarrollo psicológico, intelectual, moral, etc., que es habitual. Si no se sabe más sobre este terrible problema es también en parte porque con frecuencia los niños tutelados provienen de familias cuyos padres tienen un bajo nivel económico y cultural y no saben y no se preocupan, como el caso merece, por hacer que su problema, como ahora se dice, se visibilice. Es lo que yo pretendo con este escrito.

Pero ustedes los lectores pueden preguntarse, ¿por qué tutelaron a sus hijos? Y mi respuesta es: esa cuestión es ya harina de otro costal. Mi intención no era, en este escrito, atacar esta decisión sino dar a conocer lo que la tutela ha significado para mis hijos y para tantos otros niños por la manera como se lleva a cabo. Añado aún, ¿alguien puede esperar mucho rigor en estas decisiones cuando son estas sus consecuencias? En el libro citado podrán encontrar abundantes denuncias de la manera como se llevan a cabo los “informes” que acaban tutelando a un niño. Para empezar, es algo que no puede entenderse que haya funcionarias (si lo son) que puedan tomar mediadas de esta trascendencia de manera autónoma, es decir, sin un previo control judicial. Las historias que se han escrito en oscuros despachos por anónimas técnicos de infancia superan la pesadilla de cualquiera de las novelas de Kafka. Créanme, cualquiera de ustedes y de sus hijos puede ser la próxima víctima.

Fdo: Mario D. Collado

 

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