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Opinión

Ya me huele a tapaporos, Señorito

Ángel Coronado ironiza en este artículo de opinión con algunos de los episodios que han dado titulares en los medios de comunicación en los últimos días, desde la granja porcina de Cidones a la humanización de las travesías de Soria.

Dicen, vaya Ud. a saber, que al capo Al Capone lo enganchó la justicia, como quien dice, por un pelo. Se saltó un semáforo en rojo, como el que dice, después de haber estafado a media humanidad, y un guardia de tráfico, engañado por Al Capone como es natural, pero sobrio en aquél momento, quiero decir, engañados como otros cuantos millones de seres humanos, guardias de seguridad, funcionarios, autónomos, padres de familia, señoras amas de casa o directoras de bancos y empresas, negritos despavoridos en pateras, dueños de gallineros y macrogranjas, gente corriente (Ana Pastor dixit: “La norma (se refiere doña Ana a la norma que rige la instalación y el funcionamiento de las macrogranjas) está plagada de matemáticas, cm, cm2, cm3, horas, grados Celsius, microSiemens, resistencias y propiedades físico-químicas de los materiales, caudales, etc.,” y luego sigue a este tenor: “El caso es que la Justicia ha hablado, y ha determinado que el planteamiento realizado por los promotores de la granja (se refiere Doña Ana a la macrogranja porcina que se pretende instalar junto al pantano de La Cuerda del Pozo), gente normal, está conforme a toda esta ley enumerada”), gente corriente que suele cumplir con la ley o que siempre cumple con ella, gente corriente que no merece ni muchísimo menos pintadas anónimas y amenazadoras en tapia ninguna (uno mismo dixit, aunque humildemente confieso no saber lo que es un microSiemens. Lo imagino como un aparatito de reducido tamaño fabricado por la acreditada firma Siemens), incluso conductores saltándose semáforos y conduciendo por carreteras a alta velocidad como Al Capone mismo, un guardia de tráfico sobrio en aquel momento, decía, lo vio  y lo denunció en Chicago sin una gota de alcohol en sangre gracias a la Ley Seca que Al Capone conocía y respetaba. No en vano la hizo famosa traficando a su sombra con las monumentales cogorzas de las dos mitades en que, para estos casos, se suele dividir la humanidad, borrachuza en general.

Lo del semáforo es una especie de metáfora mediante la cual intentamos decir una cierta aunque dolorosa verdad: el delito de la evasión de impuestos se debilita y parece que se va esfumando en la nada a medida que el sujeto a pagarlos se forra. El secreto está en la forma de evadirlos. Una de ellas, quizá la más sofisticada (aparte de legal), es la de ir reduciendo el porcentaje sujeto al impuesto según aumentan los ingresos del obligado a pagar. Otra es la tácita y cínica permisividad que las autoridades pertinentes tienen para con los llamados paraísos fiscales. Habrá otras paparruchadas del mismo pelaje a practicar con el mismo fin, pero todas ellas tienden a reducir ese delito fiscal en algo malo, cierta y verdaderamente malo, como malo es lo de saltarse un semáforo, pero hijo mío, reza un Avemaría, hijo. Con un Avemaría basta, hijo. Tranquilo y en paz.

Y ahora que no se nos interprete mal. No queremos de ninguna forma ni alentar a los salteadores de caminos ni de semáforos ni a los defraudadores del fisco, pero tampoco nos gusta que a uno, gente normal, se le meta en el trullo por aquél semáforo, maldito sea, las prisas, el atasco, llego tarde. Y el semáforo, implacable, verdeamarillorojo, maldita sea mi suerte, como diría sin duda el bandido, “Scarface”, a navajazo limpio, criminal. Dicen también que los capos de la “Cosa Nostra”, cuando condenan a muerte (al otro de la misma banda) con su propia y siempre respetada ley, le meten en la cama, entre las sábanas, la cabeza ensangrentada y manando sangre de un caballo decapitado. Imagino que mediando soborno al portero de la casa y abriendo con una ganzúa la puerta, porque de otra forma no es posible, digo yo.

No está bien saltarse los semáforos, (un Avemaría, señor Al Capone), le diría uno al Capo, pero está peor el evadir impuestos (el rosario entero, señor Al Capone), aunque no paso, eso de ninguna manera, no paso por navajazos en la cara ni por eso de firmar con navaja en la cara del otro malo. A ver, a ver, enséñeme usted la cara, Sr. Capone, ¿no le llaman a usted Scarface? Antes paso por las cogorzas, incluso por lo del caballo descabezado y a la cama, pero navajazos ni uno. Incluso hay macro organizaciones (un estado lo es, no confundir con una macro granja), en las que la pena de muerte es cosa legal porque sus leyes lo dicen, pero que yo sepa, se hace siempre con guante blanco. Nunca con cabezas sangrantes de caballo. Todo lo más, y eso siempre estando en plaza (en coso taurino, me refiero), caballos destripados, nunca decapitados, que se llevan las mulillas con cascabeles mientras que nuestras camas nos esperan limpias. ¿Se imaginan ustedes que un caballo destripado se nos metiese en la cama para que, después de cenar y haber puesto el despertador del curro de mañana nos encontremos con eso, cansados, con sueño, y todo por un semáforo de más?

Ya está bien. No sigo. Podría seguir pero no. No hace falta, solo quería decir que cuando se pinta una pared de blanco se prepara con una primera mano. Imprimación. Capa tapa poros. Sólo después el blanco resplandece. Eso es blanquear, tapar una mancha. Lo de tapar manchas es algo muy necesario que a veces resulta complejo. Imagino al pobre capataz de unas obras saltándose a la torera un semáforo. Se me olvidó la plomada, y el teléfono a saber, que no lo encuentro en el bolsillo, y el metro para medir. No vuelvo a casa. Me lo salto como un semáforo, y a la torera. Y al curro, a la travesía, ¡bordillos a mí, que me los salto todos! ¡que me los pongo todos y en un plis-plás! Pobre. Como quien se olvida del pañuelo y, discretamente, se toca la nariz. Pobre.

En las travesías de Soria que nuestro Almirante de la mano de Hierro nos está humanizando, se han puesto unos bordillos inhumanos que no nos dejan aparcar. Hay que tapar eso. Tapaporos. Y a blanquear, a blanquear.

¡Almirante! ¡Nos han robado un bulevar! ¡Nos quieren robar el Cerro y ahora, ya peatonalizados y en trance irreversible de humanización, nos tratan deshumanizadamente con embudos peatonalizados y nos invitan a coger el patinete hasta el muelle Sotoplaya para montarnos en patera por el embalse de Los Rábanos, Almirante. Vale, vale ¡Pelillos a la mar!, somos marineros como usted, Almirante, y con estas manos, no de hierro pero sanas y robustas, ¡a remar! Al embalse de Los Rábanos a remar en esa patera que nos fleta usted.

Vale, vale. Todo eso nos parece muy bien, pero estaba usted en lo de blanquear tanto manchurreo.

Vale, vale, tiene usted razón. Estaba dándole a eso de la imprimación. Ahora, con un par de manitas después de la tapaporos, blanqueo. Cuando termine de blanquear le aviso. Y ya verá, coja usted, que no se olvide, unas gafas de sol. Y mientras preparo la esclera y los cubos con la pócima del tapaporos y las brochas y cuidado con manchar por querer blanquear en lugar de manchar de blanco lo que no es blanco porque no lo es, cuidado para poner en blanco lo que tanta mancha dice, cochina ella, que sí, cochinilla de más, mientras curro con el curro de pintar, el Almirante, el de la mano de hierro, ¿qué dirá?

Chitón, chitón. Dirá que chitón, dice otro. Yo blanqueo, tú blanqueas, él blanquea. Y se pondrá a blanquear. Y yo también me lo blanqueo, con poco provecho pero me lo voy a blanquear, sigue diciendo. Gracias a él, cuando veo una caca flotando en el pantano de Los Rábanos mientras paseo en patera por él, identifico el origen de las cacas que veo. ¡Esa caca es de Golmayo, no falla!

Poco provecho pero es verdad, eso blanquea, eso es verdad.

Y ya le veo al Almirante blanqueando. Ya lo verán. Si al pobre que se olvidó de la plomada y el metro se lo empapela o no, nunca lo sabremos. Con su mano de hierro y el índice en alto, ¡chitón! ¡chitón!, pero a voz en grito lo sabremos, los bordillos asesinos, de una forma u otra, nos dejarán aparcar. O el coche o el disgusto

¿Rebajando su altivez? ¿La de los bordillos? ¿La de usted por contarnos todo esto que nos cuenta usted?

Ya lo veremos, amiguete, que hay muchas formas de blanquear. Ya me huele a tapaporos, señorito.

Fdo: Ángel Coronado

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