Nuestra estrella
Juana Largo incide en este artículo de opinión en los recursos existentes para progresar en la sociedad, ahora que no hay ascensores sociales.
¡¡¡ Bravo !!! ¡¡¡Tenemos carril bici!!!
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Me permita un comentarista de un medio de comunicación nacional, con su colaboración en este medio, este fin de semana, inspirarme en lo que suscribía él. Y es que venía a decir que el asunto del “ascensor social” ya no funciona, y lo decía de una manera bastante tajante.
Ahora que no hay ascensores sociales, en este edificio que es España, ¿qué hay?
Si nos ponemos a pensar descubriremos que hay otros recursos para salir de la posición de la clase en que nos encontremos. Primer recurso, pues: subir escaleras y acostumbrarse a subir siempre escaleras, porque, con tal de que lleguemos al séptimo piso, ya es algo, aunque nos podamos fatigar un poco, pero al séptimo subimos, eso seguro. En realidad, hace falta estar un poco en forma para hacerlo, pero es que se puede hacer. Todo es ponerse.
Otro método es el de trepar. Ay, Señor, esto de trepar es algo muy habitual en comunidades trepadoras, valga la redundancia, y España es una comunidad trepadora desde hace mucho tiempo, mucho antes de que tengamos constancia de aquella sociedad del Siglo de Oro, donde los lazarillos querían ser señores y hasta cierto punto llegaban a serlo, mas los escritores que nos dejaron testimonio de ellos, nos mostraban cómo estaba la cosa del ascenso entonces. La verdad que algo portentoso. Esto nos dio como género la Picaresca y, por ejemplo, lo que vemos hoy en día en algunos casos políticos es verdadera Picaresca. No hace falta dar nombres… Los trepadores son muy conocidos y todos sabemos que algunos soldados rasos pueden ascender a un cargo oficial más alto, y esto es lo que pasa con muchos de los que empiezan por abajo, que se toman en serio su caso y lo que quieren es ascender, trepar y para ello ponen todos los medios. En España predomina la sociedad del plato de lentejas antes que la de los verdaderos méritos.
Y esto no sucede así exactamente si hablamos de otro recurso del que se suele hablar casi siempre, al que se ha recurrido y al cual recurrir, pero no necesariamente en el sentido cristiano de la palabra, porque en el paganismo como por ejemplo de Roma, también había amor, pero no era un dogma de fe, sino algo que sale a salto de mata o que se puede disfrutar con exclusividad sexualmente, no desde luego como principio supremo de un Gobierno. Sería de ilusos proponer este principio a la población cuando las poblaciones suelen encontrar su amor de forma que no figure como un punto de su Constitución: el amor se supone en la población, y no hay que promulgar una ley para que todo el mundo se ame, y de todos modos suele ser el amor físico, no espiritual. Aunque es cierto que el amor sea de una forma o de otra de las aquí expuestas, suele ser un buen recurso para solucionar muchos problemas. Permite incluso, si no para todos, solo para algunos eso de poder subir socialmente en un Estado sin ascensor social. Lo que pasa es que es tan escasa esta propiedad de este amor que al resto que no lo tiene o se queda sin él, le produce malestar social y económico, si consideramos que la economía es la madre de todas las contiendas.
Cuando la sociedad no funciona, hay que disponer de algún recurso ante las carencias de esa colectividad.
Antiguamente era de forma estatal, el Estado, el Estado sobre todo el fundado por las sociedades grecolatinas, lo situaba en sí, el Estado tenía los recursos, el Estado solucionaba los problemas de todos los ciudadanos de ese orden. Era quien dirigía, era jerárquico y era de arriba abajo, lo que el jerarca ordenara era lo que se hacía. Actualmente no son así muchos Estados, porque se ha avanzado un tanto en la distribución de los poderes y en la consideración de la ciudadanía, pero algo hay. La ciudadanía, como instancia, se encuentra como fin supremo a complacer en vez del aparato del Estado, y esa ciudadanía es la que gobierna para cada uno y para todos, no ese “cacharro” del Estado. Pero para instaurar un Estado que sea conducido por sus ciudadanos, han de pasar muchas cositas como por ejemplo la de que pasen o se sucedan así como mil setecientos ochenta y nueve años y se dé una Revolución.
Ahora, hasta cierto punto rota la cohesión social, si es que queremos enfadarnos unos con otros y ni un partido del gobierno cede, pero tampoco el partido de la oposición, ello influye en la concepción que los supuestos ciudadanos tienen de las cuestiones, por ejemplo, económicas y las de encontrar una salida a ese problema del ascensor social. Si está todo estancado, el asunto fracasa y, verdaderamente un panorama muy peliagudo y disuasorio es el que nos acomete.
Dependeremos de la desestructuración, de la anomia y de la rotura de los pactos sociales que pudieron hacerse en buenos tiempos pasados cuando ahora parece difícil el hacerlos; depende, decimos otra vez, de lo cabezona que se ponga tanto la dirección del gobierno como la de la oposición. Dependeremos, en la actualidad, de la política y de la economía neoliberales, en si son asumibles todavía o es que se puede saltar uno o una esa casilla del ajedrez de los gobiernos. De lo liberal se va a depender, en cualquiera de sus formas, incluso en la adulterada, pero de la política y de la economía que abandonaran esos principios liberales, es difícil decir algo, constituiría una aventura de un gobierno con la cual muchas personas no iban a estar de acuerdo máxime cuando lo establecido solo necesita una corrección básica pero no un salto o giro heroico a lo extraño, al menos en nuestras sociedades occidentales.
Y puestos a intentar un bosquejo de remedios al malestar ciudadano actual, podemos pensar hasta en los Reyes Magos, si es que llegan todos los años y no se hartan de llegar a un país que no es muy monárquico con los Reyes Magos. Igual que podemos pensar como solución –ya viejo y socorrido este recurso- el de la Bonoloto. Pero como todos sabemos lo que ocurre con la Bonoloto, aunque todos nos la merezcamos, me parece que ese método de ascender socialmente está vedado. Y lo que, al final, queda, es que la Tormenta Perfecta, está montada.
Todos los puntos se juntan negativamente en el entramado estatal y político y económico, aunque acaso no sea necesario ser tan pesimista y se pueda recurrir a algo más. Aunque, como hemos dicho, si ni el mismísimo amor del Señor o de los señores nos es favorable, entonces nos quedará el recurso todavía más antiguo de mirar al cielo a ver lo que cae o lo que tiene, mirar a la luna a ver si cae su tesoro de oro escondido allí por algún país y ver si cae como la lluvia cae en abril.
O lo que se puede hacer es incluso, en esta misma línea de lo celeste, el confiar o el creer en la Astrología, en las estrellas y que nuestro destino sea benéfico en ellas para que, a través de diversos caminos de caída de la solución necesaria para resolver nuestros problemas y con ello el del ascenso social, mirar a ver si, aunque no sea para todos, para por lo menos alguno las estrellas sean benefactoras, para que, por lo menos para algunos de nosotros, las estrellas no nos dejen desnudos y, en esa desnudez, con la obligación de tener que recomenzar la circulación en los milenios de un progreso que, al final, ya no hablaba de estrellas, sino de administración política y económica, en un Estado, superado el problema de los hados y de las estrellas, y que el destino depende de las instituciones de gobierno ciudadano y, sobre todo, que es el punto crucial que nos afecta, “no particular” ese gobierno.
Fdo: Juana Largo