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Niña mala

Juana Largo incide en este artículo de opinión en un asunto de actualidad como la violencia de género y el recurso a denunciarlo en las redes sociales, en lugar de ante la administración. Contar y denunciar no es lo mismo.

Niña mala

¿Contar...? ¿Denunciar…? That is the question. Así se puede llegar a tomar (tal como el periodista trataba ayer de expresar en un artículo de Sociedad de un importante medio de comunicación) el tema del asunto de las mujeres que, en vez de denunciar la violencia de género que sufren, optan por contarlo en las redes.

Lo cierto es que la primera catarsis es la más inmediata o de satisfacción sicológica que la denuncia. Es aquella en la que la víctima se siente libre, digna  y con seguridad, para manifestar lo que le pasa, sobre todo en relación a la acometida violenta del hombre que la rebaja. Y, por cierto, es esa respuesta la del recurso al modelo más tradicional de la “queja”. Una cosa es “contar”, ya se dice, y otra cosas es denunciar. Se puede preguntar una por los problemas de las denuncias a la Admon. en nuestros tiempos de principios del siglo XXI, cuando, aunque se den atisbos de que algunos quieren volver al pasado, sin embargo, el Estado o la     Administración se encuentran tan deslustrados y descafeinados, cuando no sugieren confianza alguna para los ciudadanos más que en una situación de virtualidad, pero no en la realidad o en la práctica. Con la Admon., que tanto presume de eficacia, se puede llegar a desprestigiar el sistema mismo en el que todas y todos vamos envueltos. Porque es un ente material (o incluso kafkiano) que manifiesta, ante las reclamaciones  y quejas ciudadanas, una enorme desidia y, también, indiferencia granítica o una enorme frialdad maquinal o no se encuentran más que pegas, que echa para atrás, no solo a  mujeres, sino a hombres y a las diversas instancias de protesta que a ella se acercan. Nos desencanta, sencillamente… Sobre todo cuando su lentitud  y su desperezar tardan –como dirían los argentinos- “un rato” en ponerse en funcionamiento. En cambio, la persona que “cuenta” un mal no ve que el motivo de su queja vaya a tener solución inmediata (luego se verá si hay denuncia), pero la primera reacción, tal como dirían los behavioristas, es acudir al lugar en el cual poder sentirse, esas mujeres que sufren odio de género, en algo más accesible y cálido que ante el papeleo y el “ordenamiento” de una oficina de denuncias.

    Y, como sucede en nuestros tiempos, también al lado del desprestigio de las administraciones, ahora, en la soledad del mundo, nadie presta atención al relato, que puede estar lleno de emotividad. En el contar, o en el saber contar, sí se puede dar eso, como una primera ímpetu o como una confesión. Y para eso se recurre a las redes.

     Ya no está el sacerdote. Ahora están las redes. Alguien inteligente debe de estar en las redes si no es dios. Es el asunto de que las cuestiones de este tipo se hallan en la tripa del sistema. Ya no es el sistema y sus aristas. Es el mundo oculto de la Historia que no se conoce, pero más frecuentado que todos los sistemas de Estado. Igual que un hombre borracho puede estar ahogando sus penas con el licor, las mujeres recurrimos a ahogar nuestras penas  en el corro de mujeres o en donde puedan quitarse (de momento, luego ya veremos si hay denuncia) las penas.

Cansadas de departamentos, cansadas de despachos, de formularios y abstracciones, de interrogatorios fríos, acaso se pueda encontrar  algo de calor en otros pechos en las redes. Ya se dice: alguien ha de escuchar nuestro lamento,  alguien puede darse cuenta de que hay que “liquidar” (aunque sea de manera precaria) al dominador.

La confianza, la facilidad del acceso a las tripas del sistema favorece la libertad de expresión, la libertad, aunque parezca contradictorio, de “sentir”. Pues sentir es tan importante como pensar.

Y una mujer que, al menos haya adquirido los elementos de expresión de un ordenador, es la que puede escribir unas líneas y puede liberarse con la catarsis.

El mal fenece; el bien nuestro, el de las mujeres –desde antiguo siempre dominado- se salva. Esto también lo sabe Cristina Fallarás, que también es relatadora distinguida.

Aunque, acaso, es una hipótesis, todo comience o concierne a que la convención o consideración que se le aplica a una niña, en nuestra tradición, sea el decirle que es “mala” cuando oye o lee que la primera mujer era Eva… y Eva era una mujer “mala”. Esto lo dejamos para los sicólogos de la cultura.

Fdo: Juana Largo

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