El ciudadano Francisco
Ángel Coronado incide en este artículo de opinión en la doble condición del ser humano. "Yo soy yo y mi circunstancia", decía Ortega y Gasset. Y el autor lo refiere al Vaticano al hilo del fallecimiento del papa Francisco.
Qué alcalde: situación de “cara de pasa”
El ciudadano Francisco
Puedo pensar que acoger a personas que necesitan ayuda está bien, pero no es a eso a lo que me refiero. Puedo pensar también que procurar moderación en las prácticas de usura de tal o cual banco no está mal, pero tampoco es a eso a lo que me refiero. Podemos aplaudir todo intento de acabar con una guerra, pero de nuevo decimos no ser ni estar a nuestro alcance tan alta ni tan deseada meta, pero al menos podremos intentar hacer algo para terminar con esa maldita cuestión del cura pederasta, lo que nos parece estupendamente bien aunque no sea exactamente tal nuestro particular objetivo.
Por último vamos a citar algo que bien pudiese parecer superfluo y sobrevenido, pero que dada la poca y escasa consistencia de las razones que al parecer la sustentan, dejaría de ser mantenido a costa de tan poco valor y tan alto precio. Nos referimos al hecho de que las monjas, por el solo hecho de ser mujeres, no puedan ejercer las funciones a las que solo los hombres, bajo el nombre de sacerdotes y en virtud de masculino decreto, acceden.
Podríamos seguir citando cosas así, cosas de las que pareciendo deben caer por su propio peso, no caen. Nos basta, al menos por ahora, con lo dicho. Ni queremos ser exhaustivos ni por otra parte podríamos serlo, y además no nos mueve ni un centímetro el recordar a nadie la ley de la gravedad. Las piedras, si las sueltas de la mano y las dejas caer, lo hacen por su propio peso y no me vengas diciendo ninguna otra cosa. Y en este sentido no hay más que hablar. Lo curioso sería el que alguien soltase la piedra sin retirar el pie, o intentase retirar el pie sin soltar la piedra de la mano. Y es a esa cosa curiosa a la que realmente vamos. Al menos esa es la cosa a la que queremos ir pese a las dificultades que al parecer, tememos, nos aguardan.
Cualquier persona, usted mismo, sin ir más lejos y por idénticas razones también nosotros o también yo, llevamos a cuestas, en una especie de mochila personal de piel (siendo esa piel la propia), dos identidades diferentes que, según el caso y a saber por qué, adoptan diferentes formas y estrategias de funcionamiento. De un lado tenemos el nombre. Del otro cierta cosa, cosa especial, déjenme decirlo, aunque suene mal, de otro lado llevamos algo así como “la cosa Nostra”, de la cual no sabremos decir positivamente lo que es, pero podemos decir lo que no es de ninguna de las maneras. Don José Ortega y Gasset se refería a esa otra cosa con el nombre de “circunstancia”. “Yo soy yo y mi circunstancia”, nos decía Don José. Otros profesionales del pensamiento bautizaban a esa otra cosa de diferente manera, pero a nosotros, con todos los respetos hacia gente tan autorizada, nos parece que una cosa que aguanta sin rechistar cualquier nombre, será lo que fuere, pero en todo caso es innombrable. No es otro nombre, pues, lo que nos hace falta para esa cosa, que para eso ya están los apellidos. Y esa otra cosa, al carecer estructuralmente de nombre, y al mismo tiempo necesitarlo, se las ingenia de curiosísimas maneras, maravillosísimas maneras sobre las cuales no cabe otra cosa que aceptarlas tal cual son y describirlas tal cual se ven. Y allá vamos, porque con esto, ya estamos a un paso de lo de siempre; de un lado el cuerpo y del otro el alma, tal es la situación.
Al ciudadano Francisco se le ocurrió un buen día decir que no estaría nada mal lo de acoger a personas que, a punto de naufragar entre oleaje, necesitasen ayuda, pero no es precisamente a eso a lo que me refiero. Y vino a suceder también que al ciudadano Francisco le pareció oportuno indicar al banco de la Casa, que no todo vale a la hora de prestarle dineritos a personas que lo necesitasen, pero ya digo, tampoco es a eso a lo que quiero llegar. Y de nuevo hemos de citar al ciudadano Francisco en su empeño de acabar con esa guerra y con esas otras. Y ocurre de nuevo que también, a pesar de ser (como somos) pacifistas y enemigos de la guerra, no es a eso a lo que vamos ahora.
Queremos la paz, como también nos gustaría que acabasen esos rumores que corren y esas denuncias que se hacen por parte de las presuntas víctimas de prácticas pederastas por parte de sacerdotes que, por cierto, el ciudadano Francisco quiso también evitar. Ocurre de nuevo que no es eso, que no es eso, pero que nos gustaría, como al ciudadano Francisco al parecer también le hubiese gustado, tener la satisfacción de ver a una religiosa diciendo la misa, morando y habitando en el Episcopalacial y, por qué no, siendo papisa, pero queriéndolo y diciéndolo además de quererlo de verdad y decirlo en serio, lo que queremos decir en realidad es que igual que usted e igual que nosotros o que yo, el Ciudadano Francisco no, por que hace bien poco murió, dejando de ser Francisco, o mejor dicho, dejando al nombre de Francisco sin el apoyo del que hasta entonces había tenido y por lo tanto finiquitado, pero, ¡oh sorpresa!, no así con su otra cosa, el papado que, mísero, impotente y desconsolado hubo de presenciar cómo los mismos, sí, ¡¡¡los mismos!!! que antaño solo veían en él a Francisco, al ciudadano, hoy acuden en tropel para ver al papado vagar desconsolado, como aprovechando (Dios no me oiga) que Francisco ya no puede hacer lo mismo con ellos. No puede verlos, y como no puede verlos, ellos se acercan en tropel para la foto, para el laurel, para decirle al papado, impotente, desconsolado, qué se yo, allí sentados, arrodillados, en pie, para la foto, ¡de rodillas!, para el laurel.
Ya termino. Hemos intentado, sin acudir a Roma y sin pisar el Vaticano, hablar con el papado, ya libre de su cárcel mortal y por ahí vagando. Me refiero, claro está, a ese papado del que nadie habla ni quiere por lo visto hablar. Me refiero al papado mísero, impotente y desconsolado que media entre el fin del ciudadano mortal y el nacimiento del nuevo papa, es decir, del nuevo ciudadano unido a su nueva cosa, a su nueva circunstancia, a su nuevo papado vivito y coleando los dos, cogiditos de la mano, entre basílicas, capillas, altares, tiara, báculo, palio y demás cosas de la nueva cosa, la nostra cosa.
No sé si lo hemos soñado. Tampoco si ha sido realidad. El caso es que una voz algo lejana nos ha dicho que se lo huele. Que de acabarse la guerra nanay del Paraguay. Que de la banca Vaticana ni se hablará. Que al cura pederasta (y en esto un sollozo desfigura el habla de la voz). Repuesta prosigue, cada vez más triste y miserablemente deshecha. Que a las pateras, se lo teme, las partirá un rayo y que las monjitas a su convento y bien calladitas, que así están desde que otro papa antiguo pero machirulo, lo decretó.
No hemos querido ver en la tele cómo los mangantes, digo los magnates, salen del Vaticano para coger sus jets de vuelo a casa.
Fdo. Ángel Coronado