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Cuento de Navidad

Daniel Rodrigálvarez escribe este cuento de Navidad,.ambientado en una familia que también puede ser la suya, donde reivindica la figura del Niño Jesús, su tradición y sus valores.

Cuento de Navidad

Los niños volvían a casa alegres desde el colegio. Era viernes por la tarde y además la profesora había comentado en clase que ya pronto se acercaban las fiestas de la Navidad. Recordaban, aunque aún eran pequeños, lo felices que habían sido y lo que habían disfrutado en las fiestas navideñas del año anterior.

Al entrar en casa fue lo primero que le contaron a sus padres, que se contagiaron con la alegría de los niños y cayeron en la cuenta de que habría que empezar a preparar estas fiestas. Hasta entonces, y eso que quedaba poco tiempo para celebrar la Noche Buena, los padres, inmersos en sus trabajos y quehaceres diarios, no habían reparado en las fechas en que estaban.

El sábado, a primera hora de la mañana, el padre bajó al trastero a buscar las cajas donde habían guardado las piezas del belén que todos los años ponían por Navidad: el portal, las figuras de la Virgen y San José, la del Niño Jesús y su cuna, las de la mula y el buey, las de los pastores y las ovejas y un variado conjunto de piezas del mismo. Cada año solían reponer alguna figura que se había roto o estaba deteriorada y también compraban alguna nueva, pues siempre quedaba algún oficio por representar, ya fuera la aguadora, el herrero o los agricultores trabajando la tierra, pues todos los años lo iban completando.

Así que ni cortos ni perezosos, padres e hijos salieron de casa a media mañana camino del mercadillo navideño del centro de la ciudad. Recorrieron casi todas las casetas y los niños gozaban con todo lo que había en ellas, parándose de vez en cuando para ver lo que mostraban, sin que sintieran el paso del tiempo. Buscaban unas figuras parecidas a las que tenían en el belén, pero finalmente solo compraron un granjero con cuatro gallinas. Por primera vez, y por insistencia de los niños, pues decían que en las casas de sus amigos del colegio lo ponían todos los años, compraron un papá Noel con una escala y así poder colocarlo por fuera del mirador del salón, para que desde la calle se viera que eran días de fiestas navideñas y que en casa las celebraban.

Eran fechas en las que se reunía la familia y como todos los años los abuelos de los niños acudirían a su casa para celebrar la Nochebuena, a pesar de que alguno ya andaba un poco escaso de salud. Pero la sola idea de pasar la noche junto a sus hijos y nietos hacía que reviviera en ellos el espíritu navideño y empezaban animosos a pensar en los regalos que les llevarían a los niños para unirlos a los que les traería el Papá Noel. Disfrutaban mucho más que cuando eran pequeños, recordando que en su niñez no habían recibido regalo alguno en esa noche, pues todavía no había entrado en las casas el viejito pascuero, ese remedo de san Nicolás, señor orondo y barrigudo, de barba y pelo cano, vestido de rojo que decían venía de Laponia en un trineo tirado por nueve renos y que entraba por la noche a las viviendas accediendo por la chimenea.

El ambiente festivo navideño inundaba la ciudad engalanada con luces de colores que cubrían las calles por donde la gente paseaba relajada, disfrutando y soñando con estas fiestas. Los escaparates de las tiendas mostraban sus mejores galas para atraer a la gente con sus ofertas de productos que no podían faltar en estas fechas: turrones, mazapanes, alfajores, polvorones, chocolates y un sinfín de figuras y golosinas estaban ya dispuestas para que se pudieran disfrutar de ellas en estos días.

Todos estaban contentos, imbuidos en ese espíritu navideño como en una especie de halo envolvente donde todo el ambiente rezumaba alegría, fiesta y diversión por doquier. Unos se felicitaban con otros deseándose lo mejor para ellos y sus familias. Otros, que quizá no se habían visto ni habían tenido relación durante el año, ahora se llamaban por teléfono o se enviaban mensajes de felicitación. No faltaban los cánticos y villancicos  con los que se adornaban sonoramente las calles repletas de gente que pareciera se encontraran dentro de una nube de gozo y felicidad, donde se sentían llevados por el torrente jubiloso de la gente, sin que realmente reparasen en lo que verdaderamente se celebraba en estas fechas, solo disfrutando de estos días.

Y llegó la fecha de la Noche Buena. La madre y las abuelas se afanaban en preparar los guisos y demás alimentos que iban a cenar en la noche. Mientras, como era tradicional, el padre, los abuelos y los niños acababan de dar los últimos retoques al belén que estaba colocado en un lateral del salón, próximo a la mesa donde iban a cenar. Además de suculentas viandas, no faltarían ni unos buenos caldos ni deliciosos postres. Todo era alegría, los abuelos contaban sus anécdotas que gustaban a los niños, aunque los padres las conocían sobradamente. Con unas bromas por aquí y unos cánticos por allá, al final de la cena brindaron con cava deseándose salud y felicidad. Los padres se acercaron a por los regalos que Papa Noel había dejado y los que les habían traído los abuelos y la explosión de alegría de los niños fue inmensa y todos disfrutaban en la Noche Buena.

Quiso el Hijo de Dios adentrarse en la figura de Niño Jesús del belén del salón para celebrar con la familia su encarnación y venida al mundo de los hombres en tal fecha, pero vio que ninguno de los presentes mostraba el mayor interés por Él, perdido y abandonado entre el resto de las figuras, mientras observaba como todos gozaban a su alrededor, sin que nadie lo recordara ni que mínimamente alguna vez le rezaran o cantaran un villancico. Así que, triste y desilusionado, decidió desaparecer del belén dejando la cuna vacía sin su figura, viendo como la familia seguía disfrutando alegremente toda la noche y se fue a pernoctar a una casita abandonada que había en las afueras de la ciudad, aposentándose en una especie de pesebre, recordando como sucedió cuando nació hace más de dos siglos en Belén.

Celebraron la Nochevieja y, con el sonido de las doce campanadas, el advenimiento del Año Nuevo, para el que se desearon salud y felicidad. Después, y para más alegría de los niños, la llegada de los Reyes Magos que volvieron a dejarles muchos más juguetes y regalos, con el gozo de sus padres. Pero durante todas estas fechas navideñas nadie de la familia reparó en la falta en el belén de la figura del Niño Jesús, aunque los niños sí que se fijaban en el giro de la noria, en el correr del agua del manantial y en como cavaba la tierra un agricultor, pues les encantaba ver las figuras en movimiento.

Pasadas estas fechas ya se volvía a la normalidad de la vida diaria y los padres comenzaron a recoger las piezas y figuras del belén para guardarlas para el año siguiente. Entonces se dieron cuenta que faltaba la figura del Niño Jesús. No comprendían que había podido pasar y preguntaron a los niños si la habían cogido o la habían visto, pero ninguno sabía dónde podría estar. Estuvieron  revolviendo toda la casa sin que apareciera, así que desistieron finalmente en su búsqueda.

Los padres quedaron extrañados por la pérdida y no encontraron una explicación razonable a lo sucedido. Solamente comentaron que las próximas Navidades tendrían que comprar una nueva figura del Niño Jesús que, por otra parte, dijeron que no vendría mal pues la que había desaparecido, que ya llevaba muchos años con ellos, estaba bastante deteriorada, con algún desconchón y era hora de reponerla ya que desentonaba un poco con el resto de las piezas del belén.

Durante todo el tiempo de las fiestas de la Navidad, el Hijo de Dios permaneció en su figura en la casita abandonada a la que se había trasladado la Noche Buena, observando cómo la gente gozaba y se divertía sin que pareciera que a Él necesitaran ni recordaran, a pesar de que estas fiestas de Navidad se instituyeron para celebrar su nacimiento hace ya más de dos mil años.

Cuando se acabaron estas fechas, volvió al Cielo con su Padre al que manifestó su decepción y tristeza por lo que había contemplado, pero, no obstante, le comentó que, a pesar de la desilusión que había sentido, mantenía siempre vivo el deseo de volver de nuevo en la Navidad del año siguiente, como lo había hecho todas las anteriores desde su nacimiento, a adentrarse en las figuras de los belenes de todos los hogares del mundo, pues nunca perdía la esperanza de que algún año lo acogieran y recordaran como al verdadero Niño Jesús, Hijo de Dios, que vino al mundo y se hizo hombre para salvarnos.

Fdo: Daniel Rodrigálvarez Encabo

 

 

 

 

 

 

 

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