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Opinión

Bordillos

Ángel Coronado denuncia en este artículo de opinión, con sus buenas dosis de ironía, la humanización que tiene en marcha el Ayuntamiento de Soria, donde la peatonalización se realiza a costa del tráfico rodado. Los bordillos y embudos en las calles son un claro ejemplo.

Bordillos

Carlitos: cuando te pones a peatonalizar (cuando se pone uno a peatonalizar, sea quien fuere quien se ponga), comete un error fatal penalizando por ello al conductor, como el que da de comer al hambriento quitándole la comida a otro. Ocurre que no existe peatón, como tampoco existe comensal, que, llegado el momento, deje de serlo para transformarse, sin necesidad de milagro ninguno, en Fittipaldi redivivo y además muerto de hambre. Peatonalizar una ciudad no pasa por castigar a sus peatones a no sentarse al volante, Carlitos, Luisito, Santiaguín. Y cuando no hay otra que poner a unos frente a otros, el reparto equitativo de cargas y beneficios es la mejor solución. Un semáforo solo es eso, un buen repartidor de cargas, las cargas de quien pasea en beneficio del conductor, y al revés. La propia naturaleza corre de buena gana en nuestra ayuda, Carlitos, porque no hay peatón que al mismo tiempo conduzca ni conductor que además del volanta, freno y acelerador, pasee. ¡Frena Luisito, que Carlitos pasa!. ¡Acelera, Luisito, Que Carlitos ya pasó!

Lo que no está ni medio bien es que sin beneficio alguno para Carlitos la tomes contra Luisín. Esto es precisamente lo que fastidia. Se trata de un error, me parece a mí, un error, una confusión antes que una maldad. Confundir peones con peatones es un error garrafal. Ponerse a peatonalizar una ciudad entera, aún siendo ésta pequeñita, y a costa de los conductores para olvidarte luego de unos y otros para meter luego a un peón dentro de un autobús y decirle a Fittipaldi que ande, eso es lo que fastidia, Luisito, Carlitos, Santiaguín o te llames como te llames.

Porque vamos a ver, Carlos, Don Carlos, Don Jesús, Don Andrés, hay pocos alcaldes de capital de provincia, en España quiero decir, que no lleven entre los dientes su carnet, pero no el de conducir sino el otro, el de llevar entre los dientes. Qué en España, qué en Soria, qué en Sebastopol. Me refiero a todo el sistema solar menos a la luna. Para peatonalizar una capital de provincia entera o una capital entera de provincia solo, casi solo hace falta llevar ese carnet entre los dientes, Andresito, Jesusín, Carlitos. Y para humanizarla también. Qué para humanizarla tan solo, y para pacificarla también, que da igual humanizar que peatonalizar o pacificar, y a ver quién nos dice que no, que la cosa es llevar el carnet bien cosido en la boca para cualquier cosa, que solo sabemos hablar de las grandes cosas como si las cosas pequeñitas no existiesen también, que lo pequeño también es hermoso como decía aquél. Hoy mismo he topado con una cosa muy pequeña, como esa mosca, ¡qué digo mosca!, como ese mosquito que se te mete en el ojo y que tanto molesta. Justo en la esquina del polideportivo San Andrés, a la que topa con la hermosísima calle llamada con el mismo nombre que durante toda su vida llevase Don Eduardo Saavedra, allí, en la propia esquina que venimos diciendo, como si de un nido de innumerables mosquitos se tratase, allí mismo, a todo peatón que pasa va un mosquito y se le mete en el ojo. Me explico. Cuando algo te incomoda y ese algo persiste, quieras que no te vas acostumbrando. La costumbre amansa incluso a las fieras. Todos hemos visto a la mismísima Bárbara Rey hacer de un león minino. Y eso es lo que pasa cuando (además cuesta arriba) subes desde la plaza de Odón Alonso hacia la hermosísima Eduardo Saavedra por una acera que, para qué no decirlo, no es ancha sino más bien estrecha. Bueno, según vas llegando por fin a la esquina que venimos diciendo, justo en la esquina del polideportivo de San Andrés, acostumbrado ya de subir la cuesta en primera, que los peatones tenemos también nuestras velocidades y nuestros frenos, y pacificados también con la relativa estrechez de la acera, me explico, va la cuesta y se recrudece pero la acera, Carlitos, Carlitos y Carlitos, la acera no. Carlitos, vas y ensanchas la acera echando por tierra nuestra costumbre de leones mininos, tigresas mininas, justo como si un mosquito se te metiese en el ojo, Carlitos, pero todavía no he podido explicarlo todo.

Para poder hacerlo he tenido que acordarme del otro día, conductor, intentando precipitarme a cinco por hora por el agujero del embudo….

¿El embudo de peatones de la fuente de los colorines?

No. El embudo de los conductores que, mire usted, queriendo dejar a la hermosísima calle de Bárbara Rey, digo de Don Eduardo Saavedra, precipitándose por el ojo del embudo hacia la plaza de Odón Alonso, por el ojo del embudo, va y se mete otro mosquito al tiempo de que unos peatones yo qué sé, pero con un niñito, en el ojo del mosquito, digo del embudo, también la rueda, la rueda de mi coche, arremete contra el borde del embudo, a todo esto tan satisfecho él, más que borde bordillo que nunca ví un diminutivo haciendo tales destrozos en el idioma, porque Jesusín, digo Carlitos, lo que viene usted poniendo por todas partes no son bordillos, que no hay sufijo diminutivo alguno posible en castellano para esos pedruscos. Me explico: no encuentro la palabra y me niego a llamarlos bordillos, a la sazón tan satisfechos ellos y allí según decía, porque gracias a ellos la acera pega en ese punto un subidón para luego, gracias a un nuevo embudo, recobre su estrechez acostumbrada, calle, hermosísima calle de Don Eduardo Saavedra hacia la temerosa rotonda de la estación de autobuses, dejando atrás, vaya por Dios, a la meritoria supresión del temible paso que antes se hiciese por allí, un simple cruce de calles en una capital de provincia pequeñita que venía disfrutando de la vida tan tranquilamente sin rechistar.

Meritoria supresión sí, pero más mérito tiene que a esa rotonda, que provisionalmente llamaremos la Rotonda de la Meritoria Supresión, hemos acabado todos de tenerla manía, porque quieras o no, vayas a donde vayas, tienes que pasar por allí seas peatón o seas conductor, aunque pagando por ello diferente penitencia según el caso de que se trate, Andresín, digo Carlitos.

Fdo. Ángel Coronado

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