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TRIBUNA / La naturaleza

Ángel Coronado reflexiona en este artícullo de opinión sobre los signficados de una palabra tan usada como naturaleza y llega a la naturaleza humana, donde se encuentra con negacionistas.

TRIBUNA / La naturaleza

En cualquier cultura de cualquier lugar y tiempo, el aplauso, la enhorabuena y el reconocimiento existen. Nadie lo duda porque nadie puede dudarlo, y aunque los hechos están ahí, nos olvidaremos del hecho negacionista, qué remedio. Nadie puede dudar tampoco que se trata de manifestar algo de vuelta, una respuesta, algo que supone otra cosa previa, cosa a la que se aplaude, se reconoce y se aprueba. Nunca nace porque sí. Su nacimiento no es propio de cualquier naturaleza sino tan solo de algunas  entre las cuales se cuenta la nuestra, la de cualquier persona, la humana. Pero en esta naturaleza humana se dan también casos o cosas. La naturaleza humana no es compacta como una sandía. Antes como una naranja compuesta de gajos, o aún mejor, como una mora, o mejor, zarzamora, que a veces pincha.

La cuestión de la que ahora nos ocupamos debe su razón de ser a una cosa simple. Bajo una misma palabra, en este caso “naturaleza”, se cobijan muchos sentidos, justo como ocurre cuando, sin querer o aposta, que para el caso lo mismo da, levantas una piedra cualquiera de las que naturalmente, qué casualidad, allí se olvidaron sin que nadie lo advirtiera, o desde siempre y allí mismo quedase. La levantas. Y al punto una pequeña muchedumbre de pequeñas animalias corre para esconderse. Al punto de coger esa palabra, “naturaleza”, y levantarla, una pequeña muchedumbre de cosas diversas corre para esconderse. En el caso de la piedra todos los bichejos encuentran guarida, pero con la palabra “naturaleza”  ya puedes tener paciencia y esperar sentado. Porque puede ocurrir que alguno de los bichejos, mientras el resto desaparece nadie sabe en qué suerte de guarida, uno se puede quedar quieto, desafiante. Si fuese lombriz se yergue, cual pequeña víbora en ataque. Si hormiga, con dos patitas en jarras y el resto firme al suelo, te reta. Y no sigo, porque hay pequeñas bestezuelas de las que no se sabe si muerden o pican. En el caso de la naturaleza humana ocurre eso. Apenas escarbas un poco, te encuentras con eso, te puedes encontrar con eso, y sin ir más lejos, eso, ese, puede ser un negacionista. El negacionista es un ser prodigioso. En su gesto nos demuestra lo que de otra forma quedaría inédito, metido en el cajón de las cosas que se dicen, palabras de las que se lleva el tiempo y no conocen la imprenta. El negacionista, sin querer (queriendo dejaría de serlo), demuestra que somos gregarios. Una pandilla de monos aulladores.

Hay quien de forma inmediata utiliza el método del pisotón y aquí paz y después gloria. Es el negacionista o puede serlo. Otros, con mucho cuidado para con la naturaleza en general, vuelven a colocar la piedra en su sitio y siguen su camino con la misma paz y la misma gloria que llevasen de camino al tropezar con esa piedra. En el fondo, muy al fondo, nueva forma de negar. Y otros, en fin, que no entraremos en mayores detalles, investiga. A veces damos pisotones, a veces seguimos nuestro camino, pero en este caso hemos convenido investigar. ¿Qué clase de bicho es éste, qué clase de bicho somos? A estos llamaremos negacionistas conversos. Qué remedio. Tengo que reconocerlo. Tenemos que reconocerlo. En alguna medida o en cualquiera de las medidas posibles, somos negacionistas conversos. Me parece que los negacionistas irredentos no existen en la naturaleza. Echo a correr. El instante vale oro. El oro es un instante. Lo que nunca puede suceder (nunca es un decir) es que todos los bichitos se te planten al tiempo. A ese le pisas, échate a correr. El tiempo es oro. El oro es tiempo

Cuando se aplaude a un bombero que apaga fuegos, a un carpintero clavando clavos, cuando una cosa insólita sucede (el bichito bajo la piedra que se te planta, el negacionista irredento), cuando se aplaude al carpintero porque clava clavos, al bombero porque apaga fuegos y al que anda y al que se sienta o se para y a ese bichito también, a nosotros nos da por investigar el porqué de una conducta tan rara. Desconfiamos de poder llegar al final de nuestra insolente pretensión, pero no de avanzar en ella y en algo. El instante vale oro. El oro es un instante. Habremos sido negacionistas irredentos, ayer. Lo volveremos a ser mañana. Pero estamos en ese hoy, corriendo a lo largo y a lo ancho de ese tiempo dorado.

¡Subamos al monte y hablemos con El Señor!, claman todos los bichitos desde sus respectivos escondrijos. Pasarán mil años hasta que otro se suba al monte Sinaí para bajar luego con otro pedrusco entre manos, bajo el cual guarecerse.

Pero estamos en ese hoy. En ese tiempo dorado. Corriendo es un decir. Paseando es otro, otro decir. A decir verdad no lo recuerdo bien, en este hoy, ahora. En el ahora no caben los recuerdos. Espero que ustedes me comprendan. Desconozco si es el tiempo que se alarga porque así lo quiere y a todos nos envuelve y nos contiene en esa nueva y suya dimensión, o somos nosotros que lo alargamos artificiosa y antinaturalmente. Necesito desconocer eso para seguir en este hoy, en este tiempo dorado. Corriendo es un decir. Paseando es otro, otro decir. A decir verdad no es cuestión de recuerdos, en este hoy, justo ahora. El eterno retorno, el dominio soberano de la memoria.

Retrocedo, desando lo andado. Vuelvo a levantar esa misma piedra y allí me lo encuentro de nuevo, al bichito insolente, desafiando. Y le desafío. Le desafío hablando. Y hablamos. Entendamos el hablar como un aplauso. Y otro, otro aplauso, entendamos el silencio que sin hablar es aplauso silencioso que a su pesar ensordece. Amanece o anochece y a otra cosa mariposa.

Me dice un amigo que se aplaude la idea de coger a nuestro santo, a Saturio, y sacudirle un buen BIC para dejarlo niquelado. Me uno con entusiasmo a la idea y aporto mi granito de arena (por decirlo con la debida modestia) rascándome la cabeza aunque no me pique y aplaudiendo también no sea que a nuestro santo le pase lo de Valsaín, BIC, BIC, BIC. En Valsaín hay un BIC.

Recomiendo lo visiten, a cuatro pasos de La Granja, San Ildefonso, Segovia, hay un BIC medio muerto de asco y de abandono. Y es por eso que nos vemos aplaudiendo al carpintero que clava clavos y al médico que cura enfermos, no sea que nuestro santo, bien plantado en El Mirón, haya de subir más alto, monte Sinaí, para bajar desde arriba con el pedrusco de la Ley entre las manos. Saturio, ermitaño bíblico, roguemos al Señor.

Fdo. Ángel Coronado

 

 

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