TRIBUNA / En nuestro tiempo
Juana Largo reflexiona en este artículo de opinión en una de las lacras que soporta la sociedad actual: la soledad no buscada.
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TRIBUNA / En nuestro tiempo
Hay épocas que tienen un marchamo que predomina sobre otros. Hay épocas con una etiqueta que las distingue de otros periodos. Si, por ejemplo, el Siglo de las Luces era el siglo de la Razón, y por ejemplo también a los años veinte del siglo pasado les llamaban “Los locos años veinte”, algunas nos hemos atrevido a llamar a esta época la del sentido o sinsentido de las “fobias” y es como si el mismísimo Freud estuviera haciendo ahora su agosto redivivo.
Hemingway publicó en los años veinte un libro titulado “En nuestro tiempo”. Al parecer trataba no solo de contar algo con relatos, sino también, como cualquier escritor que se precie, de buscarle una característica y singularidad a su tiempo. Es decir que, aunque no se externalicen todas las características de los tiempos diversos, sin embargo, sucede que, de forma insoslayable, cada tiempo tiene una marca que lo hace diferente de otro.
Una característica que, ya, no se puede tapar en nuestro tiempo, es la de la soledad. Dicen que en la lengua inglesa tienen dos sentidos para la palabra “soledad”: la de la soledad buscada por uno o una y la de la soledad obligada en que te dejan los demás. Y parece ser que –y desde hace una buena porrada de años- predomina ahora la soledad obligada o no voluntaria. Precisamente los medios de comunicación pueden darnos la ambivalencia para hablar de comunicación: por un lado, nos acompañan en nuestra soledad; por otro lado, nos pueden dejar todavía más solas o solos de lo que ya estamos. Hace poco tiempo se ha publicado un libro –al cual todavía no he podido acceder- sobre el necesario “amparo” en nuestras sociedades. Y creemos que es un tema sugerente. El desamparo también puede englobar a los grupos de la gente sola en nuestros colectivos.
Claro que el fenómeno se ha dado en otros tiempos, lo que particulariza a este tiempo nuestro es que ahora el tema se ha incrementado o, más bien, se ha extremado, en cuanto a situaciones personales. Pero creemos que no es una cuestión personal. Sabemos que ha habido gente que ha acabado muy mal por la soledad. Sabemos que no es un problema solo de mujeres, o solo de ancianos o solo de artistas o solo de adolescentes y de gente sensible. Hemos llegado a saber que es un problema social.
Lo podemos atacar de dos maneras en cuanto al movimiento de la vida actual, tan creadora y reproductora de soledades. Mientras hay un movimiento centrípeto del Capital y del capitalismo que lleva a unos pocos a montarse en la burra, concentrando o acaparando las grandes fortunas, hay otras personas que, como formando parte de un movimiento centrífugo, son expulsadas del atesoramiento de capital, con su sociedad consiguiente, y se ven inmersas en una situación que en absoluto ellas han buscado: a la soledad en que ni la televisión puede acceder a combatir.
Y esto se puede achacar en gran medida al gran mapa colectivo del capitalismo. Las propias estructuras del Dinero, la instalación de los marcos laborales, la productividad impersonal, la estructura de las ciudades modernas, el predominio de los mass-media, incluyendo las redes, implican que habrá gente que, llevada por la dinámica de esta especie de vida, se quedará sola en su casa o en otra parte y que, aunque quiera encontrar compañía en los demás, el propio sistema la expulsara una y otra vez de sus dominios. Eso crea luego problemas mentales y de relación y favorece, por cierto, un sistema altamente insolidario o –como se diría ahora- tóxico como es el del neoliberalismo y su “privativismo”. Y, también, y parece mentira, lo que ha hecho que el mundo presuntamente avance a un gran desarrollo material, no obstante, crea propiedades privadas muy excluyentes y, por otro lado, zonas sociales donde se da la pobreza que debería avergonzar a muchas personas de las instituciones.
Ahora bien: desarrollo material no es sinónimo de “desarrollo moral”. Moralmente estamos en las últimas guerras que se están dando o en hacer que el mundo gire dejando en la cuneta a los más sensibles y vulnerables y que en cuanto al tema de la moral nos quedemos en el mero “naturalismo” del siglo XIX cuando las corrientes sociales y el cientifismo nos hablaban de la vida miserable de muchas personas en el mundo desarrollado.
El tema de la soledad en nuestro tiempo no es ninguna broma. Si no fuera un problema social, también sería un problema de preocupar. Ya que lleva aparejada con él las palabras de “egoísmo radical” y “sálvese quien pueda”. No dejamos de tener en cuenta que un hiper-desarrollo de los derechos individuales, crea como contracorriente una mayor indigencia en esas relaciones individuales dejando a las personas, ya se ha dicho o se ha insinuado, fuera de juego de este combate “darwinista” o “spenceriano” de unos grupos de personas que, encima de todo, huyen de lo trascendente y de los valores.
Hasta hace poco las gentes se encontraban vinculadas en los medios rurales; ahora las personas tienen que privarse de esa cierta cohesión o pegamento y tienen que valerse por sí solas, lo cual está muy bien en la teoría, pero que, en la práctica, sobre todo cuando se habla de la “autonomía personal”, puede devolver el guantazo. Esto es triste decirlo en España donde el comunitarismo en la vida ha sido una singularidad predominante, estuviera o no equivocado, pero una especie de comunitarismo.
Fdo: Juana Largo