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Mantra: el espíritu de la guerra

Distintas disciplinas artísticas se han unido para crear una performance: Mantra, cuyos resultados se pueden ver en una exposición en la Escuela de Arte. Esta obra colectiva ha sido posible gracias a la colaboración con el Conservatorio de Música. La actriz Gemma Pascual ha recorrido el espacio y nutrido con sus palabras la música, ha creado e interpretado textos que han llenado todo del espíritu de la guerra.

MAGNA, el espíritu de la guerra

Hombre blanco, heterosexual, convencional, buena dote, padre de familia tradicional, castigador, pasivo compulsivo, leal a las máximas del honor y el deber, militar, inhibido, aturdido y dócil, héroe patriota...

Hombre en el cénit, sobre hermosos cadáveres de guerra lanzando bombas desde las alturas de la estupidez y la soberbia.

Cada vez cuesta más contar una guerra de manera normal, porque cada vez cuesta más asumir la normalidad de cualquier guerra. Tal vez esto sea una buena noticia.

¡LA GUERRA!

«Yo volé en helicópteros sobre el desierto y sobre el fuego nocturno de batallas, entre tanques, a través del humo negro que cubría de nubes un mundo en el que las pústulas de los pozos de petróleo en llamas parecían parpadear señales de angustia y desesperanza. Floté allí como la presa entre las garras de un halcón, por encima de un planeta desnudo y marrón con nada en su superficie salvo dos o tres caminos y una guerra. Y así he continuado desde entonces, día tras día, viviendo una vida que no ha dejado de parecerme absolutamente absurda. La excusa perfecta para llenar de literatura las páginas de tu libro de cabecera».

Allí fuimos, allí volveremos: nuevos libros, la misma historia de siempre -¡bang!, ¡ra-ta-tá!, ¡kaboom!, ¡hidrógeno!, ¡napalm!, ¡misiles!, ¡ántrax!… con el frente cada vez más pegado a la retaguardia. ¿Qué se puede hacer además de leer buenas novelas de guerra? Tal vez, bailar. Cansa mucho, pero duele menos.

«Volví de la guerra convertido en un adicto a las drogas y empeñado en el ejercicio mental de convertirme en una planta con flores sobre el alféizar de una ventana de Manhattan».

A la guerra se le ha venido escribiendo desde el principio de los tiempos, musa acribillada y sangrienta... Pocos escritores más guerreros que los norteamericanos.

«La guerra es el mejor tema: ofrece el máximo de material en combinación con el máximo de acción». E. Hemingway.

Escritores que se ponen el uniforme de guerra para no volver a quitárselo. Guerra como rito de iniciación... El tono en las novelas es de épica con destellos existencialistas. Tendrán que pasar años para que esta guerra sea reescrita descubriendo su inmenso potencial absurdo y demencial, más allá de todo patriotismo.

«El enemigo es cualquiera que te haga matar, no importa de qué lado esté».

Balas de incienso, nubes de polvo, crematorios, barbarie y locura... Aquello no fue humano, fue el desgarrado relato que se viene repitiendo en la historia del hombre, porque el hombre sigue matando lo más hermoso que hay en él....

Ésta es la razón por la que declaro que hemos de amarnos para no ser presas del delirio; Amo a ritmo de jazz, declaro que mi agotada existencia después de la guerra tomará un nuevo rumbo, surcando mares de amor, deseo y misticismo...

Soy un ángel, una demente, una pordiosera, me declaro ajena a las formas, soterrada, marginal, inconformista. Me rebelo, grito, aúllo desnuda ante la mente límpida del hombre que canta loas a la guerra y a sus héroes... Este es un viaje dantesco a los infiernos para desentrañar lo absurdo de ser humanos, relevantes, superiores... Porque he visto a las mejores de mi generación destrozadas por la locura.

Y EL VIAJE COMENZÓ... EN EL CAMINO.

Atravesé el corazón de América, cabalgué sobre solitarias carreteras de asfalto y polvo, recorrí cientos de millas para reconocerme al otro lado, sola de nuevo y desconocida.

La ebriedad, el cansancio y las voces de extraños no me acercaron ni un ápice a mi propio corazón, un corazón desbocado y salvaje. Sin embargo, peor hubiera sido no hacer el viaje. Balas de incienso recorrieron mi carne y mis recuerdos. Yo, estúpida y egocéntrica, pretendía terminar el dichoso manuscrito, acumulando experiencias y dolor.

«Llegué a New York y me emborraché el primer día. El loco torbellino de todo lo que iba a pasar empezó entonces, aquel torbellino que mezclaría a mis nuevos amigos y a mi en una gran nube de polvo sobre la noche americana. Lee venía de Texas y cultivaba hierba, Hassel salía de la cárcel y Terry, el tiburón de pata de palo de los billares, tahúr y maricón sagrado».

«Corríamos calle abajo juntos. Bailábamos por las calles como peonzas enloquecidas, y yo, por momentos, vacilaba tras ellos, como he estado haciendo toda mi vida mientras sigo a la gente que me interesa, porque la única gente que me interesa es la gente que está loca, loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo, la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas y entonces se ve estallar una luz azul y todo el  mundo suelta un ¡Ah!.

Llegó la primavera, la gran época para viajar y todos los miembros del disperso grupo, se preparaban para tal viaje o para tal otro. Yo estaba muy ocupada trabajando en mi novela y cuando llegué a la mitad estaba dispuesta a viajar hacia el oeste por primera vez en mi vida.

Todos mis amigos neoyorquinos estaban en la posición negativa de pesadilla de combatir la sociedad y exponer sus aburridos motivos librescos, políticos o psicoanalíticos. Yo me limitaba a desplazarme por la sociedad, ávida de pan y de amor, no me importaba que fuera de un modo u otro».

«Alabado sea el joven Eros que goza con todas las chicas

Sólo los dioses aman con tanta generosidad compartiendo su beatitud con todos. ¡Alabado sea Eros! Aquel que ama tan sólo la belleza y la encuentra por doquier.

Eros os he conocido a ti y a tus diosas pasajeras envueltos en un halo de amor lujuria tan real como una flor

que florece un sólo día y luego se pierde con el viento.

He visto cómo tus ojos centelleaban de placer

al alabar la belleza de la dulce Psique con tu lengua enamorada y brillar luego con la misma profunda dicha mientras otras mujeres yacían entre tus manos

¡Alabado sea Eros! Aquel que es incapaz de acumular amor y lo ofrece como agua a través de un tamiz dorado

compartiendo su propia gracia lasciva con todos aquellos que le permitieron la entrada, infieles como flores, veleidosos como la mariposa llevada por el viento.

¡Alabado sea Eros!, hijo de los dioses, aquél que ama tan solo la belleza y la encuentra por doquier».

Sabía que durante el camino habría amantes, visiones de todo... sí, en algún lugar del camino me entregarían la perla.

«El primer tramo fue un viaje corriente en autobús, con niños llorando y un sol ardiente y campesinos subiendo en cada pueblo de Pennsylvania, hasta que llegamos a la llanura de Ohio y rodamos de verdad, subiendo por Ashtabula y cruzamos Indiana de noche. Llegué a Chicago a primera hora de la mañana, cogí una habitación en un albergue juvenil y me metí en la cama con muy pocos dólares en el bolsillo.

Me lancé a las calles de Chicago tras un buen día de sueño. Ya de vuelta en la habitación me di cuenta de que aquél era el momento más extraño de mi vida, no sabía quién era, estaba lejos de casa, obsesionada, cansada por el viaje, oyendo los siseos del vapor afuera, el crujir de la vieja madera del albergue, pisadas en el piso de arriba y todos los ruidos tristes posibles y miraba hacia el techo, lleno de grietas y auténticamente no supe quién era yo durante quince segundos. No estaba asustada, simplemente era otra persona, una extraña y mi vida entera era una vida fantasmal, la vida de un fantasma.

Estaba a medio camino, atravesando América, en la línea divisoria entre el Este de mi juventud y el Oeste de mi futuro. Y quizás por eso sucedía aquello allí y entonces; aquel extraño atardecer rojo...

Continué el viaje, hice autostop, y esperé durante horas, caminé durante horas.... Denver, ¿cómo conseguiría llegar a Denver? Un coche bastante nuevo conducido por un tipo joven se detuvo. Corrí hacia él:

-Adónde vas?

-A Denver

-Bien, puedo acercarte a tu meta unos 150 kilómetros

-Estupendo, maravilloso, acabas de salvarme la vida».

Después de un tiempo de carretera, alcohol, hierba y delirios, no sé cómo, llegué a L.A. me entretuve paseando y comiendo perritos calientes, era un carnaval fantástico de luces y brutalidad.

«Policías de botas altas registraban a la gente casi en cada esquina. Los tipos más miserables de todo el país pululaban por las aceras; todo eso bajo aquellas suaves estrellas del sur de California que se pierden en el halo pardo del enorme campamento que es realmente L.A. Se podía oler a tila, hierba, es decir, marihuana, que flotaba en el aire junto a los chiles y la cerveza. El salvaje y enorme sonido del bop salía de las cervecerías; mezclado en la noche americana con popurrís de música vaquera y boogie-woogie. Estaban los negros, violentos siempre riendo con gorras bop y barba de chivo; después estaban los hípsters de pelo largo, completamente hundidos, parecía que acababan de llegar de N.Y. por la ruta 66; luego estaban las viejas ratas del desierto que llevaban paquetes y se dirigían a algún banco de la plaza; los ministros metodistas con mangas deshilachadas, y algún ocasional santo naturista muy joven, con barba y sandalias».

Hubiera querido conocerlos a todos, hablar con todos... Durante semanas me dediqué a leer el paisaje americano que desfilaba ante mi.

El camino es la ardiente selva donde practico mi manera de ser yo, confundida entre mis pisadas, absurdamente reconocida en esta escritura que desborda los márgenes porque no se piensa, porque no la pienso, porque la escupo... escritura automática, que no pretende, sólo sale, suda y ama, escritura lengua que a través de tus ojos, recorre el resto de tu cuerpo y te acaricia de dentro afuera.

No descubrí nada durante el viaje y sin embargo, era imprescindible que lo hiciera, no trascendí, sólo caminé, esperé y monté en todos los vehículos posibles. Amé, fumé, bebí y comí tarta de manzana.

De alguna manera, no sé cómo, regresé a New York una ardiente mañana de verano, mis amigos aún no estaban de vuelta, el viaje iniciático concluía y yo sentía cómo, a pesar del calor, me iba convirtiendo en una vulgar planta sobre el alféizar de la ventana del apartamento de mi nuevo amante. No concluiría mi novela, pero sí un ciclo, un tramo de vida. Me mantuve sobria durante meses, sólo agua, agua sobre la tierra de la maceta que me contenía, agua y sol.... y amor, un amor que me hizo crecer y crecer, romper la maceta, la ventana, los muros, crecí en el solar que quedaría tras las ruinas del edificio, me convertí en un majestuoso plátano de sombra sobre la acera de Broadway con la séptima en el corazón de New York.

Dicen que esto sucedió realmente, cuentan la historia del hombre americano, padre de familia, patriota, entregado al honor de una nación, su viaje al corazón de las tinieblas para combatir y matar, para morder el barro y dormir entre cadáveres, todos del mismo bando. Cuentan que regresó convertido en otra persona, una cualquiera, una joven tal vez, que iniciaría otro viaje, sin propósito, sin rumbo. Un viaje sin otra pulsión que amar por amar. Un destino: un árbol desde el que presenciar la vida, un árbol que contiene cientos de vidas, un árbol desde el que respirar, desde el que ser.

Cuentan que cada ser es el cobijo de todos los que marcharon.

Los que marcharon, crisálidas desde las que nacer.

Los que nacieron, llantos de vida donde lavar el dolor.

El dolor, vestidura harapienta que sólo esconde un cuerpo

Un cuerpo, el templo donde respirar la vida.

La vida, lo único que tenemos porque un día no lo tendremos.

Lo que tenemos, este sol que templa mi piel...

Cuentan que un día el hombre ya no quiso hacer la guerra.

Que la guerra dejó de ser el pretexto para avanzar.

Que avanzar significó comprender y amar.

Que amar fue el único verbo desde el que partir.

Partir, parir un mundo nuevo.

Gemma Pascual Lagunas

Los textos en cursiva son, en su mayoría, de Jack Kerouac, de su emblemática obra "On the Road", referente de la generación beat estadounidense.

 

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