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Abejar celebra la Barrosa y plantea cambiarla de fecha

Abejar ha acudido hoy fiel a su cita con "La Barrosa", la tradición carnavalesca más antigua de la provincia de Soria, que quiere ser reconocida como fiesta de Interés Turístico Regional y estudiar un cambio de fecha para facilitar la participación de los jóvenes.

Jorge Gómez y Carlos Arroyo han realizado hoy las labores de barroseros, turnándose durante toda la mañana y la tarde, con el temporal de nieve como acompañantes, para transportar casa por casa la barrosa, un armazón de madera decorado con telas y con una cara de toro pintada en un extremo, coronada por cuernos reales.
De los dos barroseros, Carlos Arroyo es sólo quinto y ha llegado en la víspera desde Madrid, donde estudia, para ser protagonista de esta tradición que el pueblo quiere seguir perpetuando.
"Llevo un mes pensando en ello. Casi me quita el sueño. Para mí supone mucho. La Barrosa la he vivido desde que tenía 3 años", ha resaltado.
Jorge Gómez, que a sus treinta años ha repetido por tercera vez como barrosero, ha reconocido su ilusión por mantener viva la tradición del pueblo y ha defendido un cambio de fecha para incentivar la participación.
Para Gómez, que trabaja en Barcelona y se ha tomado libre esta semana, la despoblación que sufre el medio rural, el hecho de celebrarse la Barrosa en día laboral y los imperativos del mercado laboral están complicando cada año encontrar mozos que quieran ejercer de barroseros.
Una situación muy diferente vivió Francisco Romero, que peina ya los ochenta años y que no pudo ser barrosero porque había muchos candidatos cuando le tocaba como mozo.
"La Barrosa es una tradición que hay que conservar siempre", ha subrayado.

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Los barroseros han cumplido un año más con la tradición de este viejo ritual, entre carnavalesco y mitológico, recorriendo casa por casa, en una mañana de nieve, y recogiendo donativos de los vecinos para sufragar la comunal cena de todo el pueblo y escenificar la muerte del toro.
Los barroseros por una indumentaria particular: visten camisa y calzón blanco con faja y corbata rojas, y van tocados con sombrero negro de ala ancha cuya copa rodea un lazo, también rojo, completando su atuendo con botas y polainas negra.
Quien no acarrea "La Barrosa", porta en una mano una cesta para las donaciones de los vecinos y en la otra una fusta o látigo, al que denominan zurriago, que sirve hoy para espantar a la escasa muchachada y antaño simbolizaba la autoridad por un día.
La simbología de este ritual se debate, según han dejado escrito los etnógrafos,, entre el rito iniciático y la ancestral relación del hombre y el animal.
El etnógrafo Julio Caro Baroja ubicó "La Barrosa", en su artículo "Mascaradas de invierno en España y en otras partes", junto a las denominadas "vaquillas", de características similares, cuya puesta en escena en tiempo de carnaval localiza en lugares tan dispares como Los Molinos y Miraflores de la Sierra (Madrid).
Será al final de la jornada, tras la puesta de sol, cuando los barroseros encaminen sus pasos al salón del Ayuntamiento donde espera todo el vecindario en un ambiente festivo y carnavalesco para asistir a este ritual.
La Barrosa dará entonces tres vueltas al recinto antes de caer abatida por varios cazadores que simulan sus disparos con salvas al aire.
Los cuerpos inertes de Barrosa y barroseros serán trasladados sobre tableros por jóvenes de la localidad a un pequeño recinto anexo y sus cuerpos serán regados generosamente con vino, empapando a los concelebrantes que se encuentran debajo.
Pasado un momento, los difuntos reaparecerán resucitados ante la comunidad que celebrará con júbilo el milagro y que dará buena cuenta de la viandas, antes de la llegada de la Cuaresma.

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