TRIBUNA / El desencanto de Europa
Juana Largo reflexiona en este artículo de opinión sobre los valores que representaba Europa y el camino que ha tomado para llevar el desencanto a sus ciudadanos.
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TRIBUNA / El desencanto de Europa
Jamás había pensado una que esto de escribir en público fuera tan importante… Pues bien, yo voy a aprovechar el turno que me corresponde y me presta este medio de comunicación que no va en contra de las opiniones libres. Porque yo hablo desde el punto de libertad que me deja el Estado en mi “celda” particular del sistema formado.
Pero debo decir que, en primer lugar, este supuesto sistema, este sistema que garantiza las libertades -entre ellas la de opinión- y que lo cacarea a los cuatro vientos, es un complejo fraudulento y que, al parecer, por mucho que quieran aparentar en contra los diversos estados de la Unión Europea, es no solo formalista y que no ahonda ni mucho menos en el problema social de los europeos, sino que también es falso. Es como una pátina de brillo que ha querido dársele frente al exterior. De ello son testigos muchas personas que, por ejemplo, han tratado de entrar en Europa y que no lo han conseguido, puesto que una cosa es lo que se predica y otra cosa es la realidad.
No solamente estos desengañados de los que aquí se habla son un testimonio de desilusión con Europa y el “mundo civilizado” que, en un principio, parecía defender esta. En el interior de Europa también pasan cosas, no ya solo en relación con la población, con las poblaciones, sino también en las mismas estructuras o –ahora que es el tercer aniversario del nacimiento de un gran filósofo del cosmopolitismo como era Kant- en el mismo “meollo” o “noúmeno” del aparato, en el que asimismo parecía que existía una causa suprema, no se da la autenticidad de una región del globo con sus garantías. Ignoro lo que opinarán filósofos todavía en la cuenta como por ejemplo Habermas, pero esto no satisface a casi nadie. Los ciudadanos están descontentos no solo por los problemas de movimientos desproporcionados y torcidos de poblaciones y, además, es que se ha visto que ese “meollo” que, en esencia, guarda a Europa, no es más que una cáscara vacía de un continente viejo que garantizaba derechos y libertades venidos desde hace muchos siglos y que ahora no dan más que en unas secuencias de fenómenos que, sencillamente, no nos dejan hablar de un sistema cuando menos liberal, no ya solo socialista, porque no nos pueden garantizar gran cosa. Las libertades íntimas ni siquiera están garantizadas, no ya solo las colectivas y generales, si no las que nos identificaban con un territorio en el cual llevar una vida acorde con los debidos derechos de trabajo y de libertad que predicaban los antiguos siempre y cuando el Estado no se metiera en nuestros asuntos privados, dado que lo que ha hecho ese Estado o esos Estados, al menos visto desde España, es todo lo contrario a ser un defensor que nos salvaguardaba la personalidad, para convertir todo en una sustancia o una materia de esa cáscara que nos ha hecho ver que la libertad no se protege debidamente en aras de una desvinculación de los poderes no solo económicos sino también políticos y culturales en aras de una absorción por parte de este Estado en aras de nada, de la Nada, como si sacrificando a la gente para ese Estado no sirviera para el Bien Común, solo sirviendo a formar la inmensa máscara de Europa para “comerciar” o “vender” o el “marketing” con respecto a otras sociedades del mundo.
Es decir que la apariencia de progreso, sobre todo moral, se ha sacrificado para el vacío de una sociedad que debería saberse defender con valores –valga la redundancia- éticos y no para simple merchandising de los ciudadanos. Me parece aquí que eso de que las ciudadanas y los ciudadanos europeos tengan que poner más de su parte en el asador de lo que piden los Estados, más que lo que conlleva el sufrimiento de lo que ya da la vida de por sí, extrayéndoles la médula de su libertad y privacidad, morales, no puede ser de recibo pues eso supone ya su aniquilamiento del viejo ideal de la Vieja Europa. Ahora la Vieja Europa con sus valores se ha desteñido de esos valores para convertirse en una sociedad meramente de compra-venta en la cual están jugando los poderes con muchos ciudadanos y muchas ciudadanas. Es algo así como un parque temático en el cual solo sirve la epidermis de la cultura pero sin profundización, y esto proviene sobre todo del “dios más acá” de la cultura mercantilista norteamericana. Ahora toda Europa es una tierra de la religión del “dios más acá” (no del dios “más allá” que pedía la antigua moral de Europa) en la cual solo valen las apariencias, de ahí vienen las componendas de los políticos actuales que actúan sin convicción ante atentados antihumanitarios que se cometen en torno a su geografía, sin un valor que pese, sin un valor consistente y sin un valor de solidaridad.
Es decir, todo se ha “materialistificado” de tal manera que ni el Viejo Dios ni sus sacramentos van a hacer nada por levantar las “almas” de los europeos. Ahí era donde estaba el europeo antiguo y sus valores, en su “alma”, la cual guardaba con celo, a pesar de la comercialización de las almas que pueda hacer la economía en arreglo con el supuesto avance seudocientífico y de tecnología que ha tomado Europa como principio paradigmático y que defiende como principio de riqueza material. En este sentido Europa ha fracasado.
Ha fracasado cuando ese simple elemento, el alma, es reducido en prisiones o en manicomios que cuatro locos “técnicos” promocionan para salvar sus intereses de dinero particulares.
Cualquier persona de bien, y más un europeo de los de antes, os podría hablar a los políticos que rigen y quieren regir Europa, os hablaría con delicadeza del “Espíritu” por encima de todo. Cuando se ha desacralizado todo esto, aparte de sacrilegio, nos lleva a la ausencia de valores que cualquier otra comunidad del mundo puede comprar o vender en el Supermercado y eso me parece que no corresponde con los principios éticos de una sociedad de libertad. Todavía, aunque esto puede comentarse en alternativas en relación, existe el “Cogito” cartesiano y la no cosificación de las personas. Este elemento del “pensar” todavía podría mover voluntades, no la “reificación”, por muchos tribunales que intervengan, de las relaciones entre las personas. El espíritu kantiano, y muchos otros en esta onda, han sido vencidos impunemente. La Persona ha sido descompuesta. No es extraño ahora que se dé, hasta en los europeos, el desencanto de Europa. Cuando una cosa vale más que una persona, no es extraño que se sienta no solo malestar… ¡Se siente Terror…!
Fdo: Juana Largo Lagunas