Manual de política. Solo para principiantes
Ángel Coronado ironiza en este artículo de opinión sobre los pasos que deben dar los prinicipiantes en política en una ciudad pequeña que bien puede ser Soria.
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Manual de política. Solo para principiantes
Al final siempre se aprende. No nos gusta la política, pero a la política le gustamos todos. Nosotros, al parecer, somos de su agrado también y se nos mete hasta en la cama y encima sin avisar. No sabríamos decir cómo llegar a ser alcaldes de alguna pequeña capital de provincia, pero una vez visto lo visto, y oído lo que se oye, siempre se aprende todo lo que de verdad importa. Una pequeña capital de Provincia. Que tenga río y algunos cerros. Eso es esencial. En cuanto al tiempo valen los primeros cinco o seis años del siglo XXI para que pasados otros diez y ocho más o menos podamos llegar al mismo día de hoy.
Con todo esto, que tampoco es mucho por otra parte, tenemos lo necesario para escribir una especie de manual orientativo y elemental pensado para principiantes en política, tanto en las formas de comportamiento como en los primeros pasos a dar en la carrera, cosa que no nos gusta pero que al final, como siempre ocurre y quieras que no, se aprende. Y es una lástima que ese aprendizaje se pierda sin intentar, al menos eso aunque no baste, para que los interesados se puedan ir orientando y les sirva de entrenamiento.
¡Ah! Se nos olvidaba. Además de los cerros y el río se quedaba en el tintero un pantano. Por decirlo de alguna manera, el pantano es casi más importante que la ciudad, pero como una cosa no es estorbo de la otra, casi que lo primero es el pantano. Si quiere montar usted una escuela de natación no se olvide de la piscina. La depuradora del agua ya vendrá después, y en todo caso, con cerrar los servicios de señoras y caballeros justo antes de las clases, tira que te va. La caca flota y ella misma se delata. Y si ustedes me dicen que de todas maneras esto sería un problema, no les quitaré la razón, pero un pantano, un buen pantano, es otra cosa. Y como una ciudad no importa ni estorba a ningún pantano según veníamos diciendo antes, el pantano es esencial a nuestra ciudad, como muy pronto veremos.
Muy bien, muy bien, señor maestro, dice el pelota de la clase, pero todo eso a lo que usted se refiere viene después. Antes hay que haber estado en ese Ayuntamiento de una capital pequeña de provincias entre cerros y collados, con río y con un pantano allí mismo, haber estado de alcalde durante tres legislaturas consecutivas y con mayoría absoluta por cuarta vez corriendo los días que en la actualidad corren, que no es moco de pavo sino mano derecha de hierro (o izquierda de zurdo) para la espada, y mano izquierda para la pasta, de ser diestro. Antes hay que haber estado ahí, entre cerros de poetas, de mirones, de castillos, y entre tanto cerro el collado que no es moco de pavo precisamente.
En efecto, decimos, muy bien, muy bien, va usted para sobresaliente, pero déjenos usted decirle ahora que no hay mejor cosa que decirle al goloso comilón que prohibido dejar de comer chuletones y nada de abandonar los pasteles sino al revés, tiene usted que comer por obligación, eso es lo mejor, como decirle al peatón que prohibido descansar. El peatón tiene que andar quieras que no, y lo primero que tienes que hacer, o mejor dicho, lo primero que tiene que hacer el aprendiz de política para empezar en una ciudad capital de provincia pequeñita etcétera, etcétera y etcétera, es peatonalizar a sus ciudadanos y obligarles a andar, y la mejor manera de hacerlo es partir a la pequeña ciudad, la del río, el cerro y el pantano. Partirla por la mitad y luego cuartearla en pequeños trocitos, mayores que manzanas, como melones o sandías por poner un ejemplo. Los peatones a lo suyo. Andar. Y no se olviden de prohibir la entrada en la estación del Cañuelo o de cualquier otra con otro nombre, que eso da igual, a ningún autobús grande o pequeño, para que todo viejo/a tullido/a o sin tullir pueda arrimarse a la estación arrastrando sus maletas a la siete de cualquier mañana de invierno y tiempo tumultuoso, bien que lo del taxi ya casi pasó a la historia y quedó arreglado (no vayan a enganchar alguno por casualidad)
Humanizar es andar. Desde hace bastante tiempo nos bajamos de los árboles tan solo para una cosa: para humanizarnos de una vez y andar. Otros grandes antropoides cuando se ponen a andar es que la cagan y manda güevos cómo andan (solo hay que ver andar a un gorila), y ahora que lo digo no lo voy a repetir, pero esa forma barriobajera de referirse a los andares de los gorilas y los orangutanes es otra de las cosas que, parece mentira, es otra de las cosas que vienen pero que muy bien para permanecer en esa primera etapa de regidor de una forma prolongada, aunque contando, eso sí, con el pantano y con esa máxima de ordenar al goloso comilón que no deje de comer, a la especie humana humanizada que no deje de andar y a partir la ciudad en trocitos como melones o sandías, que se parten bien, que no es eso de partir otros alimentos de menor tamaño. Imagínense ustedes lo que sería comer un plato de lentejas partiendo cada una, finamente, con cuchillo y tenedor.
¡Ah! No se olviden de unos autobuses grandes y de los coches normales ya veremos lo que hacemos. De momento nos vendrán al pelo unos aparcamientos subterráneos. Matarás con ellos dos o tres pájaros de un tiro. El primero y principal pensando en lo primero y lo más importante: el peatón. No hay nada como poner un embudo a la manada de los peatones. Es como una manga a la manada de las vacas. De una en una, como en la cita previa, como en la cola, como en el centro de salud o a la salida del súper ante las cajas para pagar. La salida de los aparcamientos subterráneos para coches, oiga, brindan siempre una buena ocasión para el embudo. Y si encima y allí mismo le pone usted colorines a una fuente de agua en el centro de una buena rotonda, eso es como para repetir lo de que te cagas y lo otro. Váyase luego a descansar tranquilo, o a divertirse haciendo cualquier cosa. Ahora está de moda hacer el gilipollas (con perdón), pero lo de subirse al techo de un coche con una escoba de wáter repartiendo mierda (con perdón), eso no tiene nombre sino que marca la mejor oportunidad para lo otro, lo de manda güevos (con perdón), pero eso sí, viene muy bien como trampolín o como primer salto en política para ir ascendiendo poquito a poco, pasito a paso, como buen principiante.
Muy bien, muy bien, señor maestro (los pelotas no cejan nunca de pelotear), pero todavía no nos ha explicado usted lo del pantano. Y nos dijo que más adelante lo haría. Nos decía que un pantano, un buen pantano, es otra cosa. Y como una ciudad no importa ni estorba a ningún pantano según veníamos diciendo antes, el pantano es esencial a nuestra ciudad, como muy pronto veremos, nos decía usted hace un momento. Lo queremos ver ya, señor maestro. Queremos oírle ya. No deseamos otra cosa, señor maestro.
Muy bien, muy bien. Tiene usted toda la razón y además su obligación es escucharme. Pero eso de sorprender es algo a lo que todo aspirante a escalar puestos en política debe tener en cuenta. Lo sorpresivo es esencial, pero no solo en política, sino en cualquier actividad. El Homo Erectus, el buen ejemplar de nuestra especie, el humano, y con mayor razón aún el humanizado y peatonalizado por la naturaleza desde hace muchos cientos de miles de años atrás, y peatonalizado a la fuerza de nuevo ahora como es el caso que nos ocupa, es un ser hambriento. Y en especial, hambriento de sorpresa. Quiere ser sorprendido, gratamente sorprendido por supuesto. Dicen las malas lenguas que estando algunos pantanos como están, con caca (vaya usted a saber por qué, no investigue, prohibido averiguar), hay alcaldes que quieren organizar cruceros que lo surquen. Craso error. No lo recomendamos. Nunca lo hagan ustedes, se lo dice este humilde manual. En la piscina, y aun así tan solo en casos de extrema necesidad, se podrían cerrar los servicios de Señoras y Caballeros según se dijo, pero en el caso del pantano no. Sería imposible para toda la población (todos menos los pasajeros del crucero) irse al campo, o a Lubia (siempre aguas abajo), para satisfacer sus necesidades. Y el meter a todos en el barquito sería imposible, aunque la única solución en ese caso. Teóricamente la mejor. Todo el mundo a los servicios de popa y a defecar. Toda la caca en popa y a la trituradora de las hélices en directo, e inmediatamente después todo el pasaje, ya ligero de vientre, ¡a proa y a disfrutar!.
Fdo: Ángel Coronado