La gramática femenina
Juana Largo defiende en este artículo de opinión la sutileza de la prosa de las mujeres, frente al impulso y bronquedad de los varones.
Autobús en tu pueblo, y en mí pueblo
La gramática femenina
Ahora estoy leyendo un libro de relatos cortos de Marina Perezagua. Lo alterno con otro libro de Empar Moliner. ¿Que qué les quiero decir a ustedes?... Que la literatura de género, aunque no se lo hayan propuesto las autoras, es algo evidente. No vamos a encontrar un libro como La Odisea, igual que un libro de Ana María Matute.
Me he fijado en otras letras de féminas. Y también en las que hacen columnas en los periódicos. Pueden ser artículos necesarios para ganarse un sueldo, porque algunas mujeres, si se ponen, escriben con la misma justeza de un guante de boxeo para el lector. Pero en esos casos, sintiéndose algo protegidas por el entorno, predominan las palabras que parecen menores. El caso es que, acaso por el devenir histórico de milenios, las féminas escriben, escribimos (como pintamos, como hacemos cine) con una especie de sordina que los tiempos de tanto hombre nos han concedido, ya digo, salvo excepciones.
Y la “gramática femenina” se nota. Los hombres no escriben igual ni aun queriendo. Ellos le dan más al impulso y a la bronquedad. Tenemos el ejemplo de Pérez-Reverte: su literatura es plenamente masculina, pero no solo él, podemos recordar a Louis Ferdinand Céline, o la prosa de don Camilo José Cela, y desde luego son mundos diferentes al femenino, aunque a veces los hombres se suelten para lo femenino y quieran copiar sus registros.
“Pascual Duarte” no es lo mismo que “Nada”, de Carmen Laforet. Si son así las mujeres, como en Carmen Laforet, podemos decir que, desde luego, los hombres no son iguales.
Las mujeres decimos las cosas de manera sutil, también delicada, como desvaída, como malva o insignificante con la letra pequeña y menuda. Parece que no decimos nada, ¡pero vaya que si decimos!... (Digno de estudio sicológico cognitivista.)
Al menos las maestras de las que he aprendido y de las nuevas, de las que sigo aprendiendo, no damos con el mismo carácter que los varones. Pues resulta que las mujeres escribimos y no somos estrictamente lógicas como lo pudiera ser Sir Arthur Conan Doyle. Nos escapamos del atraso de una lógica que Aristóteles sistematizo y no queremos ni podemos estar metidas en esa manera de pensar.
Hasta Wittgenstein acabo de manera cruda, con una especie de puñetazo en la mesa. El tono de las mujeres, como si quisiéramos denunciar algo ante un dios etéreo y no el resoluto y firme de los hombres, es, sobre todo al final, aunque también en el cuerpo general, bastante fino. Sabemos que diciendo las cosas de manera fina nos vamos a ver que somos más acertadas que con la letra grande y ampulosa.
De todas formas, ya lo decía Miguel de Unamuno, en La tía Tula: “los hombres son unos brutos.” En cambio, nosotras, que parece que en la historia no existimos, dejamos constancia de ese no existir en los escritos que realizamos, y que hay que leer a pies juntillas. Los varones, al final, en los escritos, no pueden evitar dejar ese valor contundente. La historia se la han fabricado así. Y Safo, por lo que he visto, en traducción, suena como una cítara deshilachada que dice cositas delicadas, pero que no llega a escribir como Homero o los Homeros que se dieron. Parece que los textos de las mujeres, no valen, pero si se manifiestan, son tan tangibles como un “uppercut”.
Es como un “no” que les soltamos a los novios tras milenios de sometimiento y predominio y de agresividad. Un “no” que sale de una vocecita y de manera firme y que no la desbarata ningún hombre…
Un hombre si no ve la guerra o la lucha marcial, parece que no ve nada o que no dice nada. Las mujeres tenemos que ser leídas con atención hasta en la letra pequeña, hasta con la letra de la lista de la compra. Ahí, en lo suave y nimio puede haber algo significativo y, al final, más contundente de lo que dicen los hombres.
Fdo: Juana Largo