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Opinión

¡Hala! ¡venga! ¡venga!

Ángel Coronado reflexiona sobre su vocación de sentirse atraido por la certera incertidumbre y contrasta, en época convulsa como la que estamos, la actualidad que nos dan los titulares en Soria, hasta configurar un nuevo relato.

¡Hala! ¡venga! ¡venga!

(Imagen copiada de: Hairstyles Vocabulary: A Guide)

Siempre nos atrajo la certera incertidumbre, la inocente relación entre cantidad y calidad, el deseo de no desear ni el abandono de lo indeseable, la desgana imperiosa del abandono en sí, de interrumpir de inmediato y sin más cualquier paciente, responsable y laboriosa ocupación iniciada.

En ese orden de cosas, desde hace muchísimo tiempo, abrigamos la esperanza de urdir un relato divertido o trágico, da igual, con citas textuales de autores (dispares en el espacio) y diferentes en el tiempo. Poner a Kant junto a Santa Teresa de Jesús o a Doña Juana la Loca tomando copas con Mr. Simpson, el indescriptible jefe de la famosa familia norteamericana.

Un día, ocupados en ordenar alfabéticamente nuestra biblioteca, nos encontramos con esta molesta imposición: a Unamuno detrás de Tellado (Corín) y de Ullastres (Don Alberto). Desordenamos lo ordenado a pesar de tener el trabajo casi hecho y empezamos de nuevo. Ahora por temas en lugar de por nombres. Al llegar a la historia, a la filosofía de la historia en concreto, tropezamos con la historia de la filosofía, y empezaron de nuevo los sofocos. Y cosa curiosa, el mismo tipo de inquietud hizo su aparición en ambos casos sin pedir siquiera permiso. Algo había, aunque refugiado en el concreto acontecimiento de aquélla agitación repentina, algo había escondido y como empeñado en la caprichosa misión de hacer que cosas opuestas se diesen de la mano.

Excusamos decirles que en épocas convulsas como la de ahora, eso no es, ni muchísimo menos, capricho ni moco de pavo. Es muchísimo más. Muchísimo más serio. Y nos pusimos manos a la obra. Y en eso estamos. Siempre nos sedujo la certera incertidumbre, la inocente y artera relación entre la cantidad y la calidad, el deseo y la desgana, incluso la guerra entre lo bonito y lo feo y hasta eso que hay de inconfesable entre lo bueno y lo malo (¿es que no hace bien el demonio siendo tan malo? ¿A quién, a qué obedece esa extraña beatitud?). Y seguimos de mala gana el dictado de Salomón: la filosofía de la historia en sección filosofía, y la historia de la filosofía en sección historia, saliendo así del apuro, (chapuceros), literalmente a trompicones.

¿Y la prosa dónde? Porque ustedes sabrán de esto también: que la prosa poética existe, y la poesía sin verso ni rima igual. De pésimo humor iniciamos de nuevo el orden de nuestra biblioteca. Ahora por el tamaño de los libros. Tenemos uno disparatadamente grande. Más de medio metro de alto por algo más de cuarenta centímetros de ancho y bastante gordo. Pesa más de cuatro kilos y medio. Menos mal que casi todos los demás son de bolsillo en rústica. Algunos cartoné, incluso de piel, con los cantos de las páginas dorados y lujosos detalles de letras y colores en el lomo. Nos gusta llevar siempre un libro en el bolsillo, razón por la que adoramos los bolsillos más bien grandes. Siempre gustamos de la urgencia sosegada de sentarnos a leer en cualquier sitio en lugar de correr antes de que alguna urgencia pasajera lo impidiese (la puerta del autobús o del metro que se cierra, un semáforo, una bicicleta, una escalerita, un charco, limpiarte un zapato después de haber pisado eso. Y a veces no lo hacemos por si acaso, a veces cedemos al impulso de quedarnos quietos con los oídos perforados por el cántico de una sirena chillando: coger unos tapones de cera y taparnos las orejas. Ulises.)

Soñamos con escribir un artículo de buen tamaño a base de títulos de otros, no importa si cortos o no. Tenemos varios en el vivero (más de un vivero, pero nos referimos ahora al vivero del Mirón) todavía tiernos para ser usados. Inmejorables de uno en uno, apenas tienen que ver entre sí, condición inexcusable a nuestro intento. Y ni pensar en que se diesen de la mano. Recuerdo uno publicado en este medio que decía: “Tengo un ático en Pajaritos II”. Otro memorable: “Ya huele a Pino, señorita” Imagino a dos jóvenes repentinamente enamorados en algún lugar de copas y charlando al anochecer asomados al balcón de un local en la Quinta Avenida, New York. Somos viejos, Lauren Bacall bellísima, “Señorita, huele a pino”, y elija usted al galán. Otro reciente: “Pero ¡caray!,  que sólo-qué sola te encuentras”, éste más a la moderna, como más actual, directo y al grano, sin andarse con rodeos. Otro inolvidable: “Tengo un ático en Pajaritos II”. Y ella contestando triste, tristísima, mirando al vacío: “A nuestra suerte”, “A nuestra suerte”. Tampoco dejaremos en el tintero éste. No tiene desperdicio. Hasta nos daría lástima verlo acompañado. Hasta querríamos decirle: eres tan altivo a tu soberana perfección como para permanecer eternamente subido a tu columna, anacoreta medieval, no una, sino varias eternidades una detrás de la otra. Ave María. Ahí va: “Cerro de los Moros: ¡SOS! ¡El alcalde negocia!”. No tendrá nada que ver, pero imaginamos el western de los westerns.  Gary Cooper en “Solo ante el Peligro”. El Sheriff habla consigo mismo mientras camina despacio hacia el forajido que a su vez hace lo mismo. Los dedos de ambas manos, o de las cuatro, sin tocarlo, convergen todos en el gatillo de ambos revólveres, o de los cuatro, todavía enfundados a sus correspondientes cinturas. Una colilla, medio comida, medio quemada (o un palillo mondadientes) se pasea sola de un lado a otro de la boca semicerrada. Obedece tan solo a la lengua.

Y ahora éste: “Alcalde, ¡nos han robado un bulevar!”. Lo sabemos. Todo lo que se diga sobre un título así quedará siempre muy corto. Es un título. Y es un grito a la autoridad. Nos sentimos robados, engañados y llamamos a nuestro papá, suponiendo que somos niños. A nuestro alcalde, suponiendo que somos mayores. Al presidente del Sacro Imperio Romano Germánico, suponiendo que somos historiadores. A nuestro ídolo, suponiendo que somos paganos, a nuestro Dios, suponiendo que rezamos, a todo el mundo, suponiendo que somos todo el mundo, porque todo el mundo, a la hora de la angustia, recurre a su autoridad: ¡Alcalde! ¡nos han robado!

Un bulevar no es lo que cualquiera quiera. Un bulevar es esto, dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua, no la Real gana de quien fuere. Y el María Moliner viene a decir igual. Y otros. Consúltelos. Es fácil. Consulte, consulte usted Autoridades. Consulte usted los Diccionarios. Aséptico en estas cosas como etimológico él que es, nos apoya sin empacho. Me refiero al Corominas. Lo adoramos.

Y ahora, lector, eche un vistazo y vea. No hace falta que intente usted pasear por ese bulevar, y de paso le aconsejamos que no lo intente, pero si usted no está en Soria sino de vacaciones fuera, eche un vistazo y vea. Es fácil, vea, vea usted.

Y visto con estos ojos, ahora la bomba. Ya lo habrán adivinado ustedes. Ese personaje al que se cita como Autoridad y al que se recurre con urgencia, con angustia, con prisa, confianza, seguridad, necesidad, amor no pero yo qué sé…, quizá imprudencia, desconocimiento, gana, pura gana de pelillos a la mar, manda güevos, caray, ganas de olvidar, hacer las paces, perdonar incluso mandando güevos de nuevo lo que sea y a donde sea, caramba, ganas de lo que haga falta que para eso estamos, ese personaje se hace carne y desciende y habita entre nosotros, empadronados en Soria. Es nuestro Alcalde, ¡es nuestro Alcalde!.

Ahora la bomba. Alcalde, ¡nos han robado un bulevar! ¡Tengo un ático en Pajaritos II! ¡Señorita! ¡señorita! ¡¿Negocias?! ¡Alcalde! ¡SOS!¡Ya huele a pino, señorita! ¡Caray! ¡Que tengo un ático en Pajaritos y dos acciones en el club de golf! ¡Qué solo estás¡ ¡Qué sola! ¡¿Negocias? ¡A nuestra suerte, a nuestra suerte! ¡Ya huele a pino! Lagrimitas. !Nos han robado un bulevar! ¡Nos quieren pacificar un puente! ¡Somos pacíficos y nos quieren pacificar! ¡Y pacificados nos hacen gritar! ¡Oiga! ¡Estación Términi!

¿Roma?

No ¡Soria! ¡Ni un autobús! ¡Ni un microbús! ¡Con las maletas a cuestas y a subir la cuesta hacia Mariano Vicén o Eduardo Saavedra! ¡Nos han robado un boulevard! ¡SOS! ¡Caray! ¡Lo diremos en francés! ¡Nos han robado un boulevard! ¡Y Soria vacía! ¡La bacía de afeitar! Unisex.

¡Si! ¡Unisex! ¡Ya no hay barberías! ¡Todos a la peluquería unisex!   

Acto seguido nos vamos al Ayuntamiento a presentar la denuncia. Y la presentamos, vaya que sí. Para ese relato policíaco en la que soñamos, para ese cuento, para esa historia en el que estamos empeñados, ya tenemos el trabajo medio hecho. Gracias a todos. Gracias a Dios.  

Fdo: Ángel Coronado

 

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