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Opinión

¿Corrupto yo? ¡Y una mierda, con perdón!

Ángel Coronado reflexiona en este artículo de opinión sobre una frase que todo el mundo conoce como que el poder corrompe, y a pesar de ello, la corrupción sigue condicionando la sociedad.

¿Corrupto yo? ¡Y una mierda, con perdón!

El poder corrompe, nos dicen, decimos, y en ello estamos de acuerdo todos. Abandonemos pues al sujeto corrompedor, el poder, y en ello estaremos de acuerdo todos. Y así hasta que uno dice que no puede abandonar el poder, no lo tiene, no puede abandonar lo que no tiene, odia la corrupción y no quiere corromperse.

Hosti mosti, dice otro. Yo tampoco quiero corromperme Y entonces, los que podemos hacerlo, nos podremos poner de acuerdo todos, hasta que otro dijese que no, que no puede. Y ya lo vemos venir.

¿A quién?

A muchos que dicen lo mismo. No nos gusta la corrupción. No queremos corrompernos.

¿Sólo a esos? ¿Y de los otros qué?

A esos otros los vemos venir también. No dicen todos lo mismo. Unos porque no contestan. Otros porque contestan lo otro

¿Lo otro? ¿Qué cosa es eso de “lo otro”?

Lo de abandonar el poder, y lo repito para que te enteres, unos que no contestan. Dicen, como todos, que el poder corrompe pero se quedan ahí. A otros no les gusta quedarse ahí. Se salen fuera de ahí. Y desde fuera de ahí dicen que no quieren corromperse quedándose ahí.

¿Y qué quieren?

Ser buenos sin quedarse ahí, en silencio. Ellos quieren decir, quieren hablar, no quieren corromperse pero sin quedarse quietos ahí, sin decir nada, mudos, en silencio.

Tal era la cuestión que se planteaba en aquél teatro hasta que se acabó la función y ya en la calle empezaron los comentarios entre los amigos que habían quedado en ir al teatro, o entre la familia que, padres e hijos, había aprovechado aquél día de fiesta para ir allí, o entre aquéllos dos grupos o dos familias que saliendo de aquél teatro, en las inevitables apreturas de cualquier salida de cine o teatro, partido de fútbol, corrida de toros, conferencia, concierto, bar, o cola en caja de supermercado, se oyen entre sí comentarios afines y se improvisan amistades efímeras pero no por eso menos fuertes que las perdurables, pero por eso mismo más vivas y emocionalmente mucho más incisivas, como más eficaces en esa su escasa potencia temporal pero dueñas de la enorme potencia de lo efímero, del acontecimiento en sí mismo y para sí mismo considerado, lejos del acontecimiento de largo recorrido de la novela o de la historia.

El poder corrompe, decimos, y para no repetirme, que tentado estoy en hacerlo pero no lo hago, llega por fin el momento en el que uno mismo, bien acompañado de pensamientos encontrados se dice a sí mismo lo de Hosti Mosti que decía el otro

El poder corrompe, nos decimos, y para no repetirme ni a mí mismo ni a todos los personajes a los que imagino conmigo mismo, que tentado estoy en hacerlo, me pongo a escribir esto que están ustedes leyendo. Pienso entonces en esa disparatada diferencia que se da entre ir al teatro en familia o con unos amigos y el pensar rebuscando dentro de la soledad de uno mismo, y esa disparatada diferencia (ya no sé si se lo cuento a ustedes o me lo cuento a mí mismo), sea la que fuere, comienza a esfumarse como se esfuma un canutillo (que se fuma) en humo a puerta cerrada y luego de fumarse, el humo, se vuelve a esfumar en el cuarto de uno hasta que, abierta la ventana y desaparecer por la ventana ese aire viciado, corrompido, sí, corrompido, ese aire que se pierde al fin en el espacio que se dice infinito sin llegar a ser infinito del todo, esa diferencia, esa disparatada diferencia entre las multitudes de fuera y las de dentro de uno mismo, parece imposible pero al final desaparece en el espacio infinito .

No sé, paro me parece que el poder corrompe y que en eso estamos todos de acuerdo. Pero aquéllos que no contestan…

¿Usted contesta? Le pregunto que si usted contesta

Yo espero siempre para ver lo que pasa. Eso lo primero, pero lo que me pasa es que no me canso nunca de ver lo que pasa. Y es por eso por lo que nunca contesto.

¡Ah! Yo creía que usted no contestaba, según decía, porque no podía. Pero de entrada ya me ha contestado usted. Ha podido, ha podido contestarme. Y se lo recuerdo a usted, por si se ha olvidado: el poder corrompe.

Perdóneme, pero usted se equivocaba. Un día el poder quiso corromperme pero gracias a un superpoder superpude superyó sobreponerme. ¿Corrupto yo? ¡Y una mierda, con perdón!

¡Anda, igual que el alcalde de mi pueblo! Siempre está esperando para ver lo que pasa. Se diría que parece un Almirante. Nunca le estrecharía la mano. Las tiene de Hierro.

¡No me diga! Hosti Mosti, que dice el otro.

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