TRIBUNA/ Al señor de Odieta: nos lo dice o nos lo cuenta
Ángel Coronado incide en este artículo de opinión en lo que no se cuenta del proyecto de vaquería en Noviercas. Y le pide al promotor, que lo diga o nos lo cuente.
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TRIBUNA/ Al señor de Odieta: nos lo dice o nos lo cuenta
Su propio contar le delata. Si alguien le preguntase al Señor de Odieta eso, el Señor de Odieta te pillaría. Entre lo que se dice y lo que se cuenta se introduce algo a barullo. Y en ese barullo suele haber, que no siempre, una hermosa y sonrosada mentira. El Señor de Odieta como que te pillaría llamándole mentiroso. Pero no, no así gracias a esa…, cómo llamarla, gracias a esa pregunta que ya lleva el barullo dentro.
Lo mejor es hacer la pregunta para luego entrar en el barullo y desmenuzarlo hasta llegar a separarlo de la hermosa y sonrosada mentira que, por otra parte, ya va disfrazada también de alguna manera para que nadie te pueda reprochar insulto. Evitar a toda costa que el Señor de Odieta te llame mentiroso cuando acaso fuese al revés.
Es cierto. El cuento no se puede contar sin decirlo. Contar es decir. Contar es hablar. Siempre así. No se puede contar nada sin hablar. Pero decir si se puede. Decir no es contar. Puedes decir ¡ay! ¡oh! Puedes abrir la boca simplemente o hacer un gesto que dice de tu sueño, pero eso no cuenta el sueño. La mano por la frente dice de dolor, preocupación, cansancio, pero no lo cuenta. Incluso la mano en alto del policía, del árbitro dicen, pero no cuentan. Dicen como el perro que enseña los dientes o esconde el rabo, pero no hablan, no cuentan. Decir no es hablar, no es contar, no es conversar, explicar, exponer, dar cuenta de, ni hacer las cosas como Dios manda, caramba, pero al mismo tiempo, en el contar pasa eso, que siempre hay en él ese barullo y en ese barullo puede haber, porque cabe, una hermosa y sonrosada mentira. Por eso los animales no mienten. Y es por eso, para no ser animales ni mentir, que los poetas fingen. Fernando Pessoa lo dijo bien. Dijo así:
El poeta es un fingidor,
y finge tan completamente,
que hasta finge ser dolor,
el dolor que de verdad siente.
El Señor de Odieta cuenta. Sin decir nada cuenta todo. Me gustaría decir, decirle algo al Señor de Odieta, algo más que ¡ay! ¡oh! Algo más que la mano por la frente y algo menos que, policía, echar el alto a nadie, ¡gol!, árbitro que no soy, policía que tampoco. Y recurro a lo de siempre, a lo dicho, lo contado según dicta la razón, al sentido común, a lo que podría decir cualquiera, hasta un perro o un caballo que supiese hablar.
De la supuesta macro-granja de las vacas que nos cuenta, se nos cuenta en formato cómic, viñeta, estampa, dibujo coloreado, pintura, cuadro. La exposición consta de ocho cuadros de estilo hiperrealista. Nombres concretos. Nada de “Paisaje”, “Amanecer”, “Otoño”. Nada descriptivo al modo de Antonio López como “Membrillos”. Se llaman 1,2,3,4,5,6,7,y 8.
Cuadro nº 1. Cuenta lo que nos cuenta. Entra en contradicción con el resto de cuadros. En este primero se nos muestran pocas vacas. Unas que se asoman entre rejas alineadas, y otras, más, en círculo cerrado asomando perimetralmente sus tetas para ser ordeñadas. Pero nada de los 23.520 animales que se anuncian.
Cuadros n.º 2,3, 4, 5, 6, 7 y 8. Cito un denominador común a todos ellos, denominador común que también afecta al primero. En realidad no haré sino repetir lo dicho; sin decir nada lo cuentan todo, razón por la cual voy a intentar decir poca cosa sin contarles absolutamente nada.
Y lo que digo es que no se nos dice nada de una sola cosa que, por otra parte, tiene algunos matices que merece la pena citar (vale citar en el sentido de “decir”)
1º matiz: no se nos dice nada de lo que pasará si aquello que se cuenta resulta fallido, vamos, qué pasará si a caperucita roja se le muere abuelita. Y esto es de tan descomunal importancia que todo el cuento se nos viene abajo solo por eso.
2º matiz: no se nos dice nada de las razones por las cuales tan solo a los niños de Noviercas se viene a contar lo de Blancanieves, cuando en Caparroso, por ejemplo, hay muchos más, ansiosos como todos los niños del mundo, ansiosos de oír una vez y otra el mismo cuento. ¿No lo habéis notado? Pues probarlo, irle a un niño con cuento nuevo. Nada. Él quiere el cuento de Blancanieves blanca, y el de Caperucita, roja. Pues no entiendo a este Sr. Siempre a Noviercas. Pase que siempre con el mismo cuento, pero dale que dale con Noviercas. Algo más lejos, tampoco tanto, en Marruecos, existe una profesión, la del cuentacuentos. Suele profesarla una mujer. Cobra unas perras por entretener a los niños de cualquier casa. Y cuando una le cierra la puerta, pues nada, busca otra y aquí santas pascuas.
3º matiz. Noviercas necesita marcha, vaya que sí, pero no que le metan la marcha por donde le quepa. Dar de comer al hambriento sí, pero no le coja Ud., hombre, así de primeras. Repase los matices primero y segundo, hombre. No le coja Ud. a Noviercas por el cuello como si fuese una oca malvasía para paté, para pa tí, que paté no es mantequilla, hombre.
4º y último matiz. Cuéntenos algo, pero menos. Díganos algo, pero algo. No “más” porque todavía no nos ha dicho nada. Por ejemplo ¿qué hay de la razón por la cual quiere Ud. a Noviercas más de lo que Noviercas le quiere a Ud.? ¿por qué huye Ud. del anunciado decreto sobre granjas? ¿A qué tanta prisa? Todos sabemos que una granja se monta para ganar dinero, faltaría más, y ya que cuenta tanto, nos choca su prisa y su silencio. Como niños, queremos que se nos cuente el cuento que ya sabemos, con pelos y con señales. ¿Qué le pasa, Caperucita? Díganoslo.
Señor de Odieta: ¿por qué no nos dice lo que Ud. así mismo dice caso de fallar el cuento que nos cuenta? Lo echamos tanto de menos que sin verlo lo vemos. Se trata del matiz más importante, el primero. Razón por la cual ni lo borro ni se lo pregunto de nuevo. Bendito de Dios, díganos algo, cuéntenos menos y déjenos en paz.
Fdo: Ángel Coronado