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TRIBUNA / A nuestros universitarios de Ingeniería Agraria y Energética

Ángel Coronado incide en este artículo de opinión en la visita que realizaron alumnos de Ingeniería Agraría y Energética a la granja de Caparroso, que promueve la macrovaquería de Noviercas.

TRIBUNA / A nuestros universitarios de Ingeniería Agraria y Energética 

A nuestros universitarios, bien por el artículo de Carmen Heras Uriel (El Mirón, jueves 26 de mayo de 2022).

De acuerdo con su autora, doy también las gracias a nuestros universitarios. Tranquilidad para todos. No hay nada mejor para un profesor que un alumno bueno, como no hay nada mejor para un alumno que un buen profesor, y a saber qué profesor es mejor, si el que tanto sabe que contagia su saber (llamemos a éste sabio) como el que, al contrario, provoca rechazo integral de lo mismo, del saber, y les induce sabiamente a seguir un camino estrictamente opuesto (y a este llamaremos sabiondo. O mejor: sabiorondo, neologismo que supone autoestima profesional del profesor sin caer en orgullosa vanagloria, que tampoco es buena).

De tantas cosas como sé, solo sé que no sé nada, lo que dijo un clásico sabiorondo. Voy por libre, que a las tasas de las aulas no me llega. Me guío por el olfato. No me hace falta ver la perdiz. La huelo. Al profesor sabiorondo huelo. Y al punto de oler levanto la patita. Como una escultura quieto hasta que el cazador, semáforo al que obedezco, se pone verde.

Un día de éstos nos fuimos de caza por El Mirón, y al punto de que un artículo titulado “Alumnos de Ingeniería Agraria visitan granja de Caparroso” (El Mirón, martes 17 de mayo de 2022) me hiciese levantar la patita, el cazador amigo, en este caso universitario ejemplar, uno entre los muchos a los que debemos buena parte de nuestra ordinaria tranquilidad según hemos indicado, me autoriza el ataque. Me da la señal. Verde luminoso. Inmediatamente comprendí. El cazador amigo, universitario ejemplar, había tomado buena nota de su sabiorondo profesor. Verde luminoso y ataco.

Para qué vamos a perder el tiempo. Todos sabemos de las nefastas consecuencias de un disparate como el de una granja de veintitrés mil y pico vacas. Un disparate para todos, para todos menos para uno. También lucro para uno menos para todos, siendo ese uno, entre todos, el más tuno.

Y para el buen provecho del poco tiempo que nos queda, volvamos por un instante al trance venatorio.

A mi amigo el cazador universitario enhorabuena. Sabe aprovechar las enseñanzas de cualquier tipo de profesor.

Al profesor sabiorondo lo mismo. Es tan sabiorondo que lo merece. Mi más cordial enhorabuena. Sabiorondea tanto en lo que dice como en lo que calla. El anonimato de su firma es, cómo decirlo…, eso es de lo mejor. Para unos buenos alumnos, de lo mejor. Un diez. Para mí un veinte por lo menos. Y entre todo aquello que dice, me quedo con eso de que dice sabiorondo diciendo que lo dicen los alumnos:

“¡Vaya maquinaria tan grande que hay en esta granja!

Los signos de admiración son míos. Los encuentro necesarios. Aumentan considerablemente la sabioronda lucidez psicológica del profesor que sabrá disculpar por eso mismo mi atrevimiento.

Y ahora me cito a mí mismo y digo que:

Vaya un profesor sabiorondo. En la escuela para profesores de Ingeniería agraria (especialidad sabioronda) debería incluirse todo tipo de cosas así. Son de manual. Verde luminoso y al ataque

Repito. Estoy con lo que dice Carmen Heras Uriel en su artículo. Con los universitarios. Con los profesores, sabios en su medida y sabiorondos en la suya.

Y a todos los demás, gentes de Caparroso, de Noviercas, de Soria, España, Europa (el disparate de Noviercas sería el mayor disparate de toda Europa), el mundo entero, a todos menos a uno, a todos menos al que lo gana todo a costa de todos menos ese uno, a ese que se lo lleva crudo: ¿Por qué no dejarle que se lleve lo que se lleve, lo que quiera o lo que pueda, crudo, cocido, al punto o a la coma, como quiera, pero a su punto y a su coma, a su costa, o como suele decirse, a sus costillas que no a las nuestras? 

Fdo: Ángel Coronado

 

 

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