TRIBUNA / ¡Imagíneselo, por favor!
Ángel Coronado incide en este artículo de opinión en la fuerza que tienen los dichos para sintetizar las situaciones a los que nos enfrenta la vida, y con ella la política, plagada de criticas al rival político. El ingenio, la imaginación, sirve para dar la vuelta.
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TRIBUNA / ¡Imagíneselo, por favor!
A saber si es la imaginación la que se aloja de alguna forma en la imagen o es la imagen fuente de la imaginación. Entre una y otra parece que se ponen de acuerdo para confundir al personal. A nosotros nos confunde, lo que tampoco, por otra parte, importa mucho. Es la manía de querer saberlo todo, más que nada. El caso es que hay imágenes que son fuente de la imaginación. En cuanto las vemos empezamos a imaginarnos cosas. El otro día, en una manifestación de protesta contra el genocidio de Gaza, la imagen de una pancarta en manos de un joven desató nuestra imaginación. Dibujaba en letras grandes y claras pertenecer a ese joven, judío, y siempre dibujando letras, condenar al Estado de Israel.
En otra ocasión fue la de ver el retrato de perfil de una mujer muy joven y hermosísima llamada Giovanna Tornabuoni, florentina de una encumbrada familia italiana del renacimiento temprano. La imaginación volvió a brotar entonces de idéntica manera para decirnos que aquélla joven no era Giovanna Tornabuoni sino Julieta Capuleto, la desdichada. La enamorada, la infeliz amante del infeliz Romeo, fotografiada con los pinceles, mágicos pinceles del cuatroccento italiano en la mano de Ghirlandaio, maestro de maestros.
Y así muchas veces. Leyendo eso que decía el señor Rey acerca de las costumbres vino a sucedernos algo parecido. Decía el señor Rey que “La derecha en este país no se ha acostumbrado a no gobernar” Y sintiéndonos mal, como cuando te pones un calcetín del revés, intentábamos darle la vuelta para entrar en la calma chicha de los mares tropicales antes de que soplen los tifones. Porque no nos parece bien que un partido integrado en una democracia deba acostumbrarse a no gobernar. La verdad, no nos parece bien. Y lo malo es que, ahora me doy cuenta, a la frase del señor Rey no se le puede dar la vuelta. Es como si quisieras ponerte en el pie una camiseta. No es posible. Tendríamos que decirle al señor Rey que no es a la frase sino a su sentido a lo que habría que darle la vuelta, pero eso ya es otro cantar en el que desde ya preferimos no entrar. Darle a un sentido la vuelta ya no es una cuestión gramatical. El enemigo ya no es aquí ni un sujeto ni un predicado a los que poder intercambiar en su orden gramatical. Modificar el sentido de la frase que dice un señor supondría enviar a ese señor a la escuela y como ustedes comprenderán no vamos a enviar al señor Rey a ninguna escuela, como es natural. Pero que quede claro, no queremos de ninguna manera ningún partido acostumbrado a gobernar, esta maldita costumbre puesta en eso de gobernar, como si nuestras costumbres de gobernanza fuesen malditas o benditas, como si lo fuesen las del vecino. A la escuela con el que diga eso. A la escuela con él.
Las costumbres son las costumbres según habíamos dicho, pero ahora estamos con eso de la imaginación, a saber lo que sea la imaginación. Ahora estamos en eso. Que no es política. Que ya es bastante. Antes tira por el camino de lo bonito y de lo feo, de lo bueno y de lo malo. de los refranes, de las fuentes de lo bueno y de lo malo y de lo bonito y de lo feo…Y también podemos citar otra fuente de la misma naturaleza, el inagotable filón que se nos ofrece con cualquier refrán, aprovechando la feliz circunstancia de que siempre hay otro (y si no te lo inventas) que dice lo contrario y dice también la verdad.
Y se nos olvidaban los dichos, esas frases cortas, prefabricadas, dadas de sí de tanto estirajarlas, que sirven, según se dice, tanto para un roto como para un descosido, que no es otra cosa que uno de esos dichos. “De todo un poco” nos aconseja ese dicho. Bueno, pues le doy la vuelta y a ver qué pasa. Y lo que pasa nos deja perplejos, pero no para dejarnos abandonados en esa perplejidad sino para dejarnos pegar un brinco enorme y aterrizar en la beatitud. Agárrese usted, amigo: “De poco un Todo”.
Cuando te arrean un golpe no hay nada como el “Voltarem”. No haces sino aplicar una pizca sobre la zona dolorida y, después de un corto masaje, el mal huye despavorido.
Cuando pensamos en ese dicho “de todo un poco”, tan ramplón y le damos la vuelta tal que así: “de poco un todo”, la depresión huye despavorida y te sientes bien. Ya lo hemos dicho en algún otro lugar de cuyo nombre no puedo acordarme. Lo encontramos grafiteado en una pared, anónimo perdido. Y lo hemos hecho nuestro. Lo acabamos de cristianar.
Lo hemos acogido, arreglado papeles, dado nombre y apellido, trabajo. Gracias a su orfandad hemos podido hacerlo. Un calcetín
El otro día (en El Mirón), vino a ocurrir otra cosa igual. Otra imagen afortunada a la que no hubo de volver del revés. Otro dicho. Se nos ofrece ya vuelto, tan indescriptiblemente maravilloso como cualquier calcetín. Porque a un calcetín usado, ramplón (me sobra demasiado sueldo al final del mes”), cualquiera le da la vuelta (eso sí, contando con unos pies): “Me sobra demasiado mes al final del sueldo”
Fdo. Ángel Coronado